⚫Capítulo 144🔴 Infame

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A Tom le gustaban los perros calientes, a Carl madrugar porque no tenía que toparse con ningún drogadicto, a Kenny cantar canciones de Frank Sinatra, a Set leer los chistes de periódicos viejos y a Coco narrar las situaciones como si estuviera en un partido de béisbol.

Skandar no aprendió eso ese día, sino muchos, muchos días después.

Antes de eso se dio cuenta de que porque Fife era el victorioso.

Poco después de que Bart y la escoria de su hijo se fueran, Skandar se ocultó en una esquina, pero no lo dejaron ahí mucho tiempo, antes de eso lo sacaron a la fuerza en la intemperie. Ahí en ese mismo callejón tuvo que rogarles que no le hicieran nada.

En verdad, ahora se asusta de lo mucho que estaba dispuesto a morir ese día. Y tal vez ese sentimiento ya lo había sentido el resto mucho antes.

Pero no le fue como creyó. No hubo brusquedad, no hubo golpes, ni gritos.

Carl se inclinó —, te voy a decir lo que va a pasar de ahora en adelante...

—Mi padre me trajo, yo no soy el reemplazo de... — se atrevió a ver al pequeño Tom que tenía los ojos cristalinos —, no soy el reemplazo, no soy como ustedes, yo no...

Carl bufa mientras se ríe.

—Desde lejos se ve que no eres como nosotros — le dijo viéndolo con el ceño fruncido.

—Yo no me peinaría así — le dijo Coco burlón.

—A mí me gustan tus zapatos — le menciona Kenny —, ahora que lo pienso, jamás me he puesto esa clase de tenis.

Skandar retrocede, algo que hizo sin querer. Quizás sea por reflejo, por pensar que ese simple comentario haría que el resto lo ataque para arrebatarle lo que tengan de valor, pero eso no sucede.

Al contrario, se ríen por su actitud.

—Tranquilo, no te los voy a robar — le responde Kenny con una carcajada —, aunque tu reloj se ve bonito.

De nuevo las carcajadas que lo dejan sordo, incluso el serio de Carl cae ante las bromas. Y esto le colma la paciencia. Sus primeras veces fueron justamente en ese basurero.

Ahora le tocaba su primer ataque de enojo.

Las burlas, la ansiedad de no saber qué diablos iba a pasar con su vida, el abandono de su padre, los golpes, la sangre excesiva, el olor repugnante, el hambre insaciable... todo lo golpea de repente.

—¡Ya basta! — aún desconocería al pequeño niño que pego ese grito, parece irreal viéndolo en retrospectiva. Skandar tenía solo nueve años, un crío de esa edad que tenía la vida resuelta. — Dejen de joderme, déjenme en paz, estoy harto de sus burlas, de sus bromas, no los soporto más, solo no me miren, no me hablen, ignórenme como lo han hecho estos meses — toma una bocanada de aire antes de sentir sus ojos humedecerse —. Yo no los voy a molestar, solo déjenme morir en paz.

Parece una locura lo bien que recuerda cada alarido. Quizás se deba a las palabras que utilizo. Morir. Skandar estaba seguro de que iba a morir, convencido a los nueve años.

Sin embargo, se esperaba más de los mismo, más burlas, más risas he incluso golpes. No obtuvo nada de eso.

De nuevo, Carl dio un paso al frente y se acercó poniendo su mano sobre uno de sus hombros, aún recuerda lo rígido que se puso.

—¿Así que ya te hiciste la idea de que puedes morir aquí? — le pregunto, mirando un segundo hacia atrás, el resto de niños lo miraban atento.

Skandar asintió.

Vindicta (Segunda parte de Mirada Cruel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora