—Sé que no tuviste una infancia común, eso sumado a tus cicatrices y tu estado de frialdad, sabía que no eras alguien normal — comienzo, dejando ese todo irónico —. Y eso lo confirmé en mi primera noche en tu casa.
Alza ambas cejas —, ¿acaso te pusiste a registrar mis cosas?
—Más bien me cayeron de sorpresa — le digo encogiéndome de hombros.
—No veo la diferencia...
—No es necesario que lo sepas, pero lo que vi, si — tomo un respiro —, había una foto tuya, tenías quizás unos diez, nueve años o menos, estabas en una camilla de hospital — solo bastan esas palabras para que obtenga una reacción incómoda, se acomoda en la cama, pero se remueve para desviar su atención, termina viendo al techo —. Lastimado, tenías vendas por todas partes, demasiada sangre y... tu mirada, creo que eso se robaba la atención a pesar del horror que era todo...
Sigue sin mirarme, soy consciente de como su pecho sube y baja de manera errática, incluso está comenzando a sudar.
—Pero claro, eso ya lo debes de saber, lo que quizás no recuerdas es ese anuncio que había cerca de la foto — prosigo a pesar de que no debería —. Terremoto vs Infame, última pelea — cierro los ojos para recitarlo —, al parecer hacían apuestas, pero no era reciente, se miraba igual de viejo que la fotografía... quizás de la misma época.
Su pecho vuelve a subir y bajar, esta vez más rápido que hace unos segundos. Me doy cuenta de que toma una bocanada de aire y trata de sentarse.
Me pongo de pie, mientras disimulo no preocuparme por su palidez —, ¿sabes a qué lugar fui Skandar? ¿Sabes el arma que me dio Alfonso? — lo miro desde arriba, buscando no alarmarme por su descontrolada respiración, su mirada sigue en el techo —, me fui directo al mismo infierno, aunque algo me dice que tú ya lo conoces, se llama Port Morris.
Y con eso me basta para que Skandar rompa todo tipo de tranquilidad. Se sienta de un tirón e intenta tomar aire, y repite eso dos veces más sin éxito.
Oh, carajo...
Corro a abrir la ventana para que circule el aire, por suerte tengo éxito al sentir como me despeina el viento. No ha parado de sudar, tanto que tengo que llenar de nuevo el vaso de agua y sentarme en la orilla de la cama.
No toma el vaso, es imposible sus manos no dejan de temblar, termino siendo yo la que lo sostiene mientras acaba con el líquido. No me doy cuenta cuando con ambas manos se aferra a mi muñeca mientras sostengo el vaso, sin brusquedad, de hecho, sigue temblando.
—¿Quieres comer algo? — le pregunto mientras bajo el vaso, aún sigue sin soltar mi muñeca, aunque su pecho toma un ritmo normal y ya no intenta jalar aire —, por lo menos ya respiras...
Se toma su tiempo para mirarme, sus pupilas se dilatan y creo que si no estuviera encadenado mi destino sería incierto. Me detesta. Y creo que por fin algo me está saliendo bien.
—Quiero que te largues de aquí, quiero que me dejes dormir y que no tenga que ver ni escuchar tu voz — me dice, su tono es bajo, casi un susurro, su rostro lo acerca al mío —, esto no será permanente y lo sabes, voy a salir de aquí.
A pesar de todo, sé que parte de su reacción es el mismo miedo, es el mismo que sentí hace meses.
—No, no estás en posición de negociar — me atrevo a tomarlo del mentón, y aunque no me regala una sonrisa, no intenta moverse —, te dije que iba a ser una noche muy larga Skandar Cacciatore.
—Pero va a tener un fin...
—Y será cuando yo lo dicte, pero ahora me vas a responder — le digo, poniéndome de pie y dándole punto final.
—Parecía una ciudad fantasma, ni la policía se paseaba por ahí — le digo, dándome cuenta de que no me va a responder —, salieron unos niños quizás unos quince, estaba cargando a un chico, ni siquiera se le puede llamar herido, estaba casi moribundo — de nuevo se recuesta y mira a la pared —, los tuve que llevar al hospital, por suerte me ayudaron con los gastos... fue como su acto milagroso, ese chico estuviera enterrado de no ser así.
Cierra los ojos y niega un par de veces —, ¿te fuiste a meter ahí, sola? — hay cierta incredulidad en su tono, se tiene que restregar los ojos un par de veces y se sostiene la cabeza.
—Fui con Claire y Edmon, en una de las ambulancias de los Henderson, al parecer son muy cotizados por hacer ciertos encargos — digo, asiente como si ya estuviera familiarizado con el término. Eso me pone los pelos de punta. — Al parecer los niños venían de familias desintegradas, formaron una comunidad en esa pocilga y...
—¿Por qué me cuentas todo eso? — me interrumpe —, empezaste por hablar de mí, luego de cómo te obsesionaste por mi pasado, después de cómo te lanzaste a una misión casi suicida y terminas contándome como le salvaste la vida a un niño... ¿A dónde pretendes llegar con todo eso?
—Oh, creo que ya lo sabes — le respondo sin más —, esos niños no viven solo de robar, o de vender droga, y creo que eso también lo sabes.
—Solo dilo Sanderson, solo dilo...
—Las peleas Skandar — le digo, sin pensar —, ese niño había salido de un ring de peleas ilegales, peleas en donde drogan a perros gigantes y los ponen a pelear a muerte con ellos — me mira otra vez —. En donde apuestan cantidades millonarias, estoy segura de que estaban siendo explotados, y todos ellos tenían que...
—¿Te metiste en ese mercado? — me pregunta de repente.
—Ya te dije que sí.
—¿Ibas con la cara descubierta? — no me deja terminar, incluso vuelve a sentarse.
—Claro que no — le aseguro, lo que lo hace soltar un suspiro —, excepto con los niños, ellos nos conocieron a todos...
Se queda en silencio, tanto que temo que esté a punto de soltar una pila de insultos e intente amenazarme con un simple grito.
—No tenía alternativa, era eso o el chico moría desangrado — le digo, lo que lo hace asentir —. Eran tan solo eso, niños que vivían... viven en una constante pesadilla, y que quizás la estén pasando ahora.
—Entonces, sabes que los conozco, sabes que conozco ese lugar — me dice en voz baja, se recuesta en la pared con la mirada perdida, los hombros caídos y las piernas inquietas —, solo dilo, sé que lo tienes en la punta de la lengua...
—Hablaban de un hombre que temían, al parecer era el que organizaba las peleas — continuo, esforzándome por no evadir su mirada —, en un momento pensé que eras tú el que organizaba esas peleas, el que esclavizaba a esos niños...
—¿Qué? — mi comentario lo descompone, al menos es lo que puedo ver en su actitud, intenta decir algo más, pero a diferencia de otros momentos, la voz no sale, se queda en completo shock. De nuevo se sienta, solo que esta vez flexiona sus piernas e intenta parar el temblor de estas.
Toma un par de respiraciones antes de que me vuelva a acercar, cuando me mira, retrocedo por reflejo, es tan bizarro lo que creo que pasa por su mente que intento evitarlo a toda costa. Sin embargo, finjo... no muestro ninguna reacción y al contrario, me voy por la defensiva.
—¿Ahora te vas a ofender? — digo entre dientes —, por favor, te he visto hacer cosas enfermizas, te he visto atacar a personas a sangre fría... ¿qué carajos pensabas que iba a creer?
—¿En cuantas de esas peleas fue por salvarte? — me pregunta en voz baja —, puedes responder eso siquiera...
—No te vengas a hacer el santo conmigo, me has hecho tanto daño y solo te estoy pagando con la misma moneda — le respondo y no sé de donde saco el coraje —, antes me vas a seguir escuchando.
Doy otra vuelta por la habitación, no sin antes acercarme a la ventana para tomar una bocanada de aire. Esta vez tomo un rumbo distinto, hay más tensión, ya no lo veo ansioso, sino... enfadado. Era lo que estaba buscando.
—Pero vi la foto, y todo dio vueltas— le digo viéndolo por un segundo, mantiene la atención en el campo de afuera —, no eras el esclavista, no eras el apostador... tú debiste ser infame, ¿no es así? El pobre niño que estaba siendo usado en peleas ilegales.
No hay respuesta, su vista sigue puesta en el campo. Una ola de viento despeina su cabello y espera. No sé qué espera, pero me mira por un segundo, dudando.
—¿Y cómo llegaste a ese nombre? — frunzo el ceño por la pregunta —, había dos nombres en ese papel.
Bufo —, Skandar el desalmado, jamás dejaría que alguien lo llame terremoto.
—¿Esa es tu respuesta? — pregunta disfrutando del aire fresco —, esperaba algo más elaborado.
—Te conozco, supongo que esa es suficiente explicación.
—Pues adivinaste — responde, y es esa la aclaración que llevaba necesitando, que no podía dejarme dormir.
No era el del poder, era el sometido.
—¿Qué edad tenías? — pregunto con cautela.
—Entre a los nueve, salí a los doce — me dice, y es esa sola respuesta la que me deja sudando y necesitando de más aire.
Oh...
Me acerco —, ¿cómo diablos paraste en ese lugar? — mi tono alarmado no se lo toma bien, tensa la mandíbula y me evita. —Skandar...
—Te dije lo que necesitabas saber, te lo dije todo — me mira —, ahora déjame dormir, desaparece.
Me quedo de pie, esperando otra respuesta. Esperando que diga algo más, una súplica, algo más. Se queda postrado viendo la ventana, ignorándome. Y la pena, el terror de recobrar esos recuerdos lo deben de estar devorando, quizás no parece mala idea ayudarlo...
Sin embargo, recuerdo. Recuerdo como le suplique que parara con mi tortura, como me obligo a contarle mi pasado. Como me tenía atada, como actuó casi como un maldito robot a pesar de mis súplicas. Como recibí amenazas y consejos crueles de su parte.
Que se vaya al diablo.
Me enderezo y salgo de la habitación, busco con rapidez el teléfono que ya está cargado a su totalidad y regreso a la habitación.
Me mira con extrañeza, como si no esperara nada grave, pero sí molesto.
Me acerco de nuevo a la cama y me inclino, sin previo aviso lo tomo del mentón, con fuerza y lo obligo a mirarme, intenta ponerse rígido, pero no se remueve para evitar mi toque. Me enfrenta a pesar de todo.
—¿Sabes en dónde está Baldassare? — le pregunto en voz baja.
—Por supuesto...
—Creo que no en realidad — le digo antes de poner las capturas de las cámaras, antes de enseñárselas las veo, el niño tirado en el suelo con la cabeza entre las piernas, el niño siendo cargado por algunos soldados, el niño de brazos cruzados en el catre. Todo eso se lo enseño, y deseo que vea la fecha y la hora.
No se demora nada en reconocerlo, sus mejillas cambian de color, pasan de rojas a blancas en segundos. De nuevo puedo escuchar cómo se acelera su corazón. Después viene lo peor, mueve su cabeza hacia atrás, y como le permiten las cadenas, se hace a un lado.
Me pongo de pie y bajo la mirada —, entonces no lo sabías.
—¿En dónde...?
—La fuerza aérea, encerrado en una cárcel, sé quién lo está custodiando, tengo su número y con una simple orden puedo cambiarle la vida al niño — le digo, y de nuevo cada palabra viene sin pensar —, pero te daré a escoger, ¿deseas que lo mande a Port Morris? Creo que le darán una gran bienvenida.
Su pecho sube y baja repetidas veces, el sudor regreso a su frente y me mira con los ojos entrecerrados. Con la misma estrategia, las mismas amenazas. El mismo estilo de mi némesis. Quizás no mentía cuando dije que aprendí del mejor.
—Dime la razón por la que estás tan obsesionada con... mi pasado — su voz suena débil, es casi como una rendición.
Eso me deja demasiado pensativa, me quedo quieta tratando de escoger las palabras correctas. Debe ser que no tengo la más mínima idea.
—Porque... — hago otra pausa —, la primera cosa que supe de ti no fue pacífica, nada que tenga que ver contigo puede serlo, me hablaron de como mataste a tres personas por defender a tu tía, y después vinieron tantas cosas que no podía olvidarme de ti — empiezo a recordar y la respuesta es tan clara —. Y quizás no estaría haciendo esto si me hubieras dejado en paz desde un inicio, pero no fue así...
—Entonces es mi culpa...
—Si lo es — lo interrumpí, tratando de no mostrar mi enfado —, no tenías por qué acercarte a mí, no tenías por qué conocerme, ni siquiera tenías que cambiarte de clases para estar siempre conmigo — mi corazón ahora es el que se acelera —. Tú empezaste todo esto al hacer un esfuerzo para enredarme. Podrías haber ganado sin recurrir a eso, pero decidiste iniciar un juego estúpido. No me importa si no te gusta estar del lado oprimido, no me importa si no te agrada escuchar mis amenazas; tú fuiste quien se metió conmigo en primer lugar y no pienso dejarlo pasar tan fácilmente.
Se queda en silencio, mirándome. Sus ojeras esta vez se marcan aún más, y puedo apostar que las mías están igual de pronunciadas. No estamos bien, ninguno de los dos, y ha pasado tanto tiempo, tantos resentimientos acumulados... que si esto es cómo tenía que terminar, no nos queda más alternativa que afrontarlo.
—Pudiste haberlo dejado pasar, ahora estarías devuelta con tu Joseph, a salvo y conmigo quizás encerrado en una cárcel como tienes a mi hermano o casi muerto en las garras norteñas — me dice, algo que yo también me estuve preguntando —. Quedaste atascada conmigo, ambos exhaustos y luciendo como la mierda... ¿por qué?
—Quizás no eres el único obsesionado — admito, sorprendida de mí misma por no sentir vergüenza —. Y porque me debes la verdad, me forzaste a hacer lo mismo, merezco honestidad de tu parte Skandar.
Se demora, en mirar con atención la ventana, entre sentir el aire fresco y tomar un par de respiraciones, llega a una conclusión.
—No es una historia bonita...
—La mía tampoco lo fue — me encojo de hombros.
—Oh, no soy de los que pone en competencia las desgracias que le han ocurrido, prefiero ahorrármelo — me mira —, pero no tuve una vida fácil, yo no tenía a quien llorarle, estaba solo Stella, solo. Y si eso te parece poca cosa, debes entender que tenía nueve y no era un niño mimado... solo alguien que no conocía la escasez de nada.
Asiento sin saber que decir, eso lo mueve a acomodarse, flexiona las piernas como se le permite y espera. Alzo una ceja, pensando que le sucede algo, pero me hace una ademan para que me acerque.
—Si te quedas parada como si estuviéramos en una comisaria solo te diré los datos de rigor — mira el otro lado de la cama —, siéntate, por favor.
—Datos de rigor... — menciono con curiosidad —, ¿qué tanto...?
—Si quieres que la velada no sea tan larga, te aconsejo que ya no me hagas tantas preguntas — no se le ve derrotado, me atrevería a pensar que, por su tono de voz más alto, se le ve más animado, aunque no me arriesgo a confiar.
Me acerco y parte de mí decide sentarse en el banco, pero sé que se está poniendo exigente con sus condiciones. Solo deseo salir de esto lo más pronto posible. Así que, me subo a la cama y trato de acomodarme dejando un espacio entre los dos, uno en el que una persona más podría entrar.
Lo miro y eso lo toma como señal para hablar.