Decirlo es fácil, cariño,
cuando te sientes como en casa.
Quiero hacerte mover con confianza.
Quiero estar contigo a solas.
Dime ayúdame para ayudarte a comenzar.
Estás demasiado cómodo para saberlo.
Lanzando esas palabras,
tienes que sentirlo por tu cuenta.
(Chet Faker, Talk is cheap).
Fuente Sagara Kotomi
El parásito se está chupando mi vida lentamente. Odio sentirlo tan vivo dentro mí, matándome de a pocos. He adelgazado mientras esa cosa crece y roba mis nutrientes. Mi cuerpo rechaza el útero y me duele. Me eleva la temperatura, vomito, me hace sentir débil todo el maldito tiempo.
Cualquier alimento que ingiera me provoca agruras y si no como, me desmayo. Me ha empezado a presionar la vejiga: voy a mear más seguido de lo que tomo agua. Se me quiebran las uñas... he vuelto al viejo hábito de comérmelas. Esta mañana también noté que se me estaba cayendo el cabello. Me sangran las encías cuando me lavo los dientes... Lo odio.
Odio como se ha vuelto mi vida, que ya de por sí era miserable. Mis planes han quedados rezagados a un tiempo incierto que no sé si va a llegar.
Steve me ha llamado muy molesto las últimas semanas, y hoy lo hizo entristecido. Cree que lo odio y que no quiero verlo. Dice que me extraña, pero no puedo dejar que me vea de esta manera. Si lo hace, se va a dar cuenta de mi plan y lo arruinaría todo. No quiero ser una molestia para mi padrino, así que le he dicho que no estoy en la provincia. Aunque la verdad es que también lo extraño un poco: su comida, la tibieza de su casa, la compañía de Baekhyun, las charlas nocturnas, las noches de películas entre los tres comiendo porquerías frente al televisor. Me apena que esté molesto conmigo, ya que es como un padre para mí.
—Te odio —le digo a mi parásito antes de inhalar de mi cigarrillo. Paso maldiciéndolo todo el tiempo desde que Chanyeol me dijo que ya podía oírme. Me concentro en enviarle mucha mala energía para que sepa que deseo que muera, que si salgo vivo de esto, lo voy a matar.
Y a veces también lloro.
Antes de eso nunca lo hacía. ¿Cuándo fue la última vez que lloré? ¿Acaso cuando discutí con Baek y me iba a escapar de su casa? No lo recuerdo... Habían pasado tantos años y ahora mi ánimo era una auténtica montaña rusa.
Cuando estaba enojado, me golpeaba en el estómago. Una vez intenté sacarlo yo mismo: en cuanto empecé a cortarme, llegó Baekhyun y casi se muere del susto. No solía visitarme seguido, así que esa vez fue una escalofriante coincidencia. Su ataque de drama alcanzó niveles nuevos aún para mí. Me hizo jurar por mis padres que nunca más intentaría algo como eso.
Incluso le hice esa escena a Jongin de Calcuta en el restaurante y no sé por qué. Es decir, me molestó un poco verlo tan feliz con ese otro idiota sin sospechar que él era parte de mi problema, quejándose de cosas tan estúpidas cuando lo tenía absolutamente todo en la vida. Tal vez sentí un poco de celos. No lo sé, es todo culpa de este parásito, maldición.
En mi condición, no podía desplazarme en motocicleta; mi hermano me lo prohibió. Tampoco podía trabajar en cualquier lugar, como ese último puesto, en el supermercado. Cada vez que levantaba una caja sentía que se me iban a salir mis órganos internos por el culo. Era horrible. El jefe actuaba como un mal nacido explotador, pero no podía romperle la cara. Desde la última pelea con aquel par de chicos en el callejón, decidí que lo mejor era calmarme por un tiempo. Podía torcerse todo aún más para mí si alguien me daba un mal golpe.
En otras circunstancias, habría visitado a Kris o a Chen y me hubieran conseguido trabajo en un par de segundos, pero ahora no podía dejar que ningún conocido me viera. Cada vez me sentía más vulnerable y salía menos. Empezaba a deprimirme un poco mal.
Al menos me las había ingeniado para obtener ese puesto en la biblioteca. Lo malo es que solo me necesitaban de diez de la mañana a tres de la tarde, cinco días a la semana. Era un trabajo sencillo; la paga era paupérrima. Iba revisándola y apenas me alcanzaría para costear la pieza en la que vivía. Ya no tenía alimentos y algunas de mis camisetas habían dejado de quedarme. Podía morirme de hambre.
Me detuve en el Super-Star-Market para cobrar mi liquidación y el miserable jefe me dijo que no iba a pagar nada porque, cuando me desmayé, boté unas latas que se arrugaron y tuvo que venderlas a bajo precio.
—No puede hacer esto —le dije—. Tiene que darme el dinero que me debe.
—Ni siquiera habíamos firmado un contrato, así que no hay nada que discutir —me respondió.
Eso pasaba cuando se conseguían trabajos de baja categoría: no tenías ninguna maldita garantía, te explotaban, ni siquiera obtenías el jodido seguro médico. El tipo se quitó su uniforme en cuanto un auto se estacionó frente al supermercado y corrió a subirse en él. Intenté seguirlo para exigirle mi dinero, pero esta maldita barriga me restaba movilidad, así que no avancé mucho antes de que él y su acompañante arrancaran el auto y se fueran a pasársela bien con mi salario.
El otro chico en la caja me miró mal. Desde el inicio nos habíamos detestado mutuamente y casi podía oler su sudor excitado de alegría al ver que me había estafado su jefe. ¡Joder!
Decidí darme una vuelta por los pasillos pensando en qué hacer y, cuando vi los estantes llenos de comida, sentí hambre. Recordé que no había nada comestible en mi departamento, pero no me pareció justo gastar el dinero de mi renta en ese lugar donde ya de por sí se estaban quedando con mis billetes.
Entonces tuve esa genial idea...
Tal vez no podía exigir mi paga por vías legales ni forzadas, pero podía hacerlo por medios ocultos. Tomé un paquete pequeño de ramen instantáneo y lo metí bajo mi camiseta, de modo que la barriga lo camuflara. También vi un frasco de vitaminas con figuritas de «Los Picapiedra». Recordé que mamá me daba de esas cuando era pequeño y se me antojaron.
Ustedes no sabrán el significado de la palabra «antojo» hasta que no estén embarazados y deseosos de venganza. Podía saborear esas pastillas en mi boca y de solo imaginarlo salivaba en abundancia. Las necesitaba. No era robar; ya había pagado por ellas y planeaba volver una y otra vez para sustraer alguna cosa hasta cobrar mi salario. Por ese momento solo podía cargar con un par de cosas, ya que no hallaba dónde guardarlas. Era bastante miserable, pero hablamos de mi cena y mis vitaminas; con eso me bastaba para no morir.
Le dediqué una mirada rencorosa al encargado cuando pasé cerca de él y me dirigí a la salida, con tan mala suerte que tuve un fuerte mareo que me hizo tropezar y el ramen escondido cayó junto a mis pies. Fue un intento de robo bastante miserable si me lo preguntan.
—¡Hey, tú! —Me acusó acercándose rápidamente— ¡Estás robando!
Cuando intenté irme, me tomó del brazo y al tirar de mí, el frasco de vitaminas también cayó y rodó, rodó y rodó por el pasillo hasta que chocó con un par de zapatillas oscuras. Al levantar mi mirada: ¡mierda! Encontré al moreno, a Jongin de Calcuta.
—Tengo que revisarte —me dijo el encargado con voz alta, llamando la atención de varios clientes.
—Ni se te ocurra tocarme —me sacudí.
—Entonces llamaré a la policía.
—¡¡Ese par de cosas no son ni la cuarta parte del dinero que me deben!! —me defendí.
El encargado le indicó al tipo que suplía mi antiguo puesto que llamara a la policía. Lo último que necesitaba era involucrarme con la ley en esos momentos de mi vida, por más pequeño que fuera el problema, así que a regañadientes acepté que me revisara... y se entretuvo bastante tocándome la barriga, como intentando averiguar que no era falsa.
—¡Déjame de una vez, mierda!
—Puedes tener algo escondido ahí.
—Voy a esconder mi pie en tu ano.
—Hey, tú —llamó de nuevo al empleado—, llama a la policía.
—No tiene nada —se metió el moreno a defenderme—. Ya lo revisaste y no tiene nada más. En cuanto a este par de cosas —dijo recogiendo del piso lo que había intentado robarme—, yo las voy a pagar. No es necesario que llame a la policía por un ramen instantáneo y... —leyó del frasco— vitaminas... vitaminas de Los Picapiedra, ¿cierto?
Me crucé de brazos e incliné mi cabeza, aunque parecía que más bien apoyaba las manos en mi barriga. El estúpido trabajador acabó por cobrar las cosas y salimos de ahí con unas cuantas bolsas.
—Toma —me ofreció.
—Es tuyo, tú lo pagaste.
—Lo pagué para evitarte problemas, pero no deberías robar, Kyungsoo.
Recordé lo enojado que se había puesto cuando descubrió que yo cargaba con una billetera que no era la mía. ¿Vieron todos? Estamos ante un hombre honrado; ¡denle gracias a los cielos y hagan fila para un autógrafo!
—No te pedí que me ayudaras.
—No, y ese es un problema. ¿Nunca solicitas apoyo? Siempre actúas como si las personas que te ayudan fueran una molestia.
—¿Tú qué sabes? —me indigné.
—He visto cómo miras a Chanyeol, incluso al doctor Byun, y en especial a mí, a pesar de que nunca he hecho algo malo. Bueno, ciertamente te juzgué una vez, pero fue un mal entendido y ya me disculpé. Ahora, compré estas cosas para ti; solo deberías tomarlas, decir «gracias» y no volver a robar.
Volteé mis ojos al revés y le arrebaté la bolsa de la mano —«Gracias». No volveré a exigir mi paga, papá. ¿Feliz?
—¿Quieres cenar en mi casa? —me preguntó con mal modo. Y la verdad me descolocó bastante. Estoy seguro de que lo miré como si me hubiera hablado en sueco.
—¿Qué?
—Compré ingredientes para preparar mi receta italiana de fideos... sé que te gustan. Entonces, ¿vienes o no? ¿O vas a insultarme por invitarte?
Su confianza me provocó reír, pero no quería que él lo supiera, así que solo expresé una sonrisa medio torcida—: ¿No te da miedo que te asesine?
—No. Estás enfermo. Si te portas mal, te golpearé en el ombligo.
Eso fue todo. Me reí, me rasqué la cabeza pensando qué hacer, pero bueno, era solo ir a comer y yo tenía hambre, así que acepté y después de caminar durante un rato, llegamos a su casa. Me entretuve bastante viéndolo rondar de un lado a otro en la cocina mientras preparaba la comida.
—¿Qué tal lo llevas? —me preguntó.
—Bien, solo un poco liado con el dinero, ya sabes.
—Vives solo, ¿cierto? Debe ser difícil pagar el departamento, comida, medicinas.
—Sí, algo así... ¿y tu trabajo? La última vez te quejabas bastante. ¿No te han despedido?
—Jumm, no, pero de seguro están a punto; no veo mejoría para mí. Asegúrate de recomendarme en la biblioteca, ¿quieres?
—Lo haré para no tener deudas contigo.
—Sobre eso... —dijo, poniendo un tazón de fideos frente a mí— no tienes deudas conmigo; no quiero que lo veas de esa manera... Puedes seguir diciéndome Calcuta por no esperar nada a cambio, y a la vez, si deseas pagarme con algo, quítame el apodo.
—Tus fideos quedaron bastante mal —dije sinceramente después de probarlos.
—No soy muy bueno en la cocina —se quejó—. Cada vez que mi madre viene, deja platillos preparados en el congelador.
—Parece que solo eres bueno entrometiéndote.
—Mi papá alguna vez me dijo algo similar... —rio—, y respecto a eso... he pensado... Kyungsoo, no está bien que te metas en problemas... ¿Te parece vivir aquí un tiempo mientras resuelves tu situación de... salud? Ahorra lo que pagas de alquiler para que cuando nazca el bebé puedas alquilar de nuevo y empezar a trabajar en mejores lugares.
—¿Me estás jodiendo?
—No.
—¿Por qué harías eso?
—Porque yo no pago alquiler, tengo un trabajo en el que me dan un salario seguro; no es muy bueno, pero es estable. Soy soltero, no tengo gastos fuertes. Puedo ayudar... Supongo que estás en una situación complicada.
—¿Entonces porque no metes a diez moribundos en tu casa?
—A ver... No conozco a diez moribundos, te conozco a ti. Y sinceramente, esa idea de que andes por ahí robando con un bebé en la panza, se me hace bastante controversial. Lo hago por la pequeña criatura. Además tienes razón, los fideos quedaron mal —se quejó. Yo ya me los había comido todos.
—No, gracias, no quiero la caridad ni la lástima de nadie.
—No lo tomes así, págame luego si prefieres.
—Dije que no, y ya me voy —me levanté. Tomé la bolsa con el ramen y las vitaminas—. Espero no encontrarnos más, Moreno, así que no vayas por la biblioteca nunca —sonreí y él también, de seguro contento porque evité llamarlo «Calcuta».
Continuará...