Miramos el amanecer, dices adiós, no retiramos.
Algo de conversación, sin contemplación nos ponemos en camino.
El coche se calienta, salto de mi asiento a un lado de la carretera, cariño.
(Secret, Maroon 5).
Creí que estaba algo avergonzado por su comportamiento y que por eso no me hablaba, solo cerró los ojos y se apoyó en la ventana durante todo el trayecto a mi casa. Cuando llegamos, tuve que tocarlo para que se diera cuenta, me pareció que había estado durmiendo, fue muy extraño, pero nada comparado con lo que ocurrió después.
La casa era pequeña: sala y cocina, un par de habitaciones y dentro de una de ellas un sanitario, porche y jardín trasero, todo bastante reducido. Era ideal para un soltero como yo, en realidad.
—¿Es tu propia casa? —me preguntó echando un vistazo alrededor.
No era mía sino de mi madre, ella creció ahí antes de conocer a papá y mudarse a otro lugar, cuando cumplí catorce mis abuelos maternos fallecieron y mamá heredó la propiedad. Desde entonces rentaba la casa, pero cuando fui admitido en la universidad de acá, solamente me la cedió. Ella y mi hermana me visitaban de vez en cuando, papá lo hacía aún menos, siempre estaba ocupado. Sin darme cuenta, le solté toda la información a mi invitado, quería que se sintiera cómodo aunque parecía no prestarme mucha atención.
En cuanto el pequeño y tatuado tipo notó mi refrigerador, se lanzó dentro de él, sacó el cartón de leche y bebió directamente de la caja, se escurrió un poco del líquido por la comisura de su boca. Mamá había pasado un par de días conmigo esa semana, antes de irse, horneó rollos de canela y dejó unos cuantos dentro de un recipiente de plástico, sobre el comedor, pues esos rollos también fueron víctimas del aparente apetito voraz de mi invitado. Él ni siquiera me pidió permiso, solo los vio y empezó a echárselos a la boca y a beber más sin tan siquiera masticar adecuadamente. ¿A quién había recogido en ese bar de moteros? Creí que era un humano, pero no, ahora estaba bastante seguro de que era un cerdo con tatuajes, lo supe sin duda alguna después de oír el eructo.
—¿Un retrete? —me preguntó con la boca llena, pude ver trozos de un rollo de canela semi masticado.
—En mi habitación —le señalé.
Él entró corriendo en ella y lo escuché encerrarse en mi sanitario, me pareció oírlo vomitar. Empecé a limpiar el desorden de migajas y gotas de leche. Estaba bastante asqueado, no suelo ser muy delicado, pero soy quisquilloso con la gente que no conozco y ese tipo ni siquiera me había dicho su nombre, definitivamente no me iba a acostar con él. Luego de unos minutos lo escuché abrir la ducha. Resoplé. Se estaba dando un baño sin pedirme permiso, era un confianzudo y yo me la tenía bien merecida por meter a cualquiera a mi casa.
Me senté en el sofá de la sala a pensar en cómo hacer para sacarlo de ahí sin que se viera muy fea mi actitud. Había dejado en el bar a mis amigos sin decirles adiós. ¿Recuerdan a Taemin? Él también nos había acompañado esa noche. En un inicio les había platicado que me gustaba mucho, pero luego de lo que hice con el tipo de tatuajes en el callejón, mi compañero me empezó a parecer muy... ya saben... normal... sin emoción. Era lindo y todo eso, pero no podía dejar de pensar en el tipo exhibicionista, así que dejé de responder a sus coqueteos y nos convertimos en buenos amigos. Además, el idiota de Luhan me llenaba la cabeza con sus historias de sexo candente con Sehun, y yo también quería saber cómo era en la cama un hombre tatuado y rebelde.
Le había dicho al pig-enano desagradable que había empezado a visitar el bar para encontrarlo, eso era cierto, me obsesioné con volverlo a ver, pero pasó un mes y él no daba señales de vida, así que perdí la esperanza. Entonces, después del segundo mes desde nuestro encuentro, al fin lo volvía a ver y justo como dicen: las segundas partes no son buenas. Terminé comprobándolo. La primera vez fue loco y sensual, ahora solo era incómodo. O eso creí, hasta que el tipo salió de mi habitación completamente desnudo.
—Usé tu cepillo de dientes —me informó con una naturalidad que me dejó pasmado. Una parte de mí sintió asco, a la otra le importó menos que un pepino. ¡Ese tipo era hermosísimo! Tenía su cuello y brazos tatuados con coloridos diseños, su cabello mojado era de un intenso color rojo oscuro y todo eso contrastaba con su piel blanca, adornada de pequeños lunares como estrellas marrones salpicadas en un sedoso manto que se camuflaban con los tatuajes. Desde que lo vi en el bar esa noche, no llevaba ni un solo piercing como la primera vez. Me llamó la atención una cicatriz en su vientre, pero me distraje cuando bajé más la vista y me encontré con sus partes íntimas. Tragué grueso. Le recordaba bonito, no como un adonis. Aunque si me pongo quisquilloso estaba muy delgado.
Él al parecer había husmeado entre mis cajones porque traía en sus manos el envase con lubricante de sábila. Se llenó la mano con un poco del líquido transparente y empezó a masajearse frente a mí, de arriba abajo, sin dejar de verme a los ojos. ¡Lo sé! Era un completo guarro, ¿cierto?
Nunca había conocido a alguien tan descarado. En verdad quise echarlo de mi casa, pero solo de verlo me puse como una piedra, bueno, no todo yo, sino esa parte de mí. Me estaba haciendo un guarro como él. Era la verdad. Se me secó la boca y no pude moverme, él se acercó a mí despacio. Sin dejar de tocarse, empezó a morderme la oreja.
—¿No vas a desnudarte? —cuestionó.
¡Oh, por Dios! ¡Oh, por Dios! No sabía qué hacer. Entonces él metió sus manos húmedas y frías dentro de mi pantalón y empezó a tocarme. Ya yo estaba bastante duro sin su ayuda, pero su tacto me hizo perder la poca cordura que me quedaba y me dije a mí mismo: ¡qué rayos! ¡Solo se vive una vez!
Me quité la ropa como en concurso de velocidad, él se colgó de mi cuello y abrazó mi cadera con sus piernas. Nuestros penes estaban presionados entre nuestros vientres y el pequeño zorro que me acompañaba se apoyó con sus pies presionando mis glúteos para levantarse y bajarse generando la fricción suficiente como para empezar a mojarnos. Sus besos eran una cosa pornográfica, me comía la boca sin inhibiciones y jadeaba como si estuviera implorándome que lo follara y, ¿cuánto tenía yo de no acostarme con nadie? Mucho tiempo, en verdad muchísimo tiempo, estaba que me explotaba la cabeza.
Él subió mucho más dejando que mi pene dejara de estar presionado con su cuerpo y se balanceara un poco. Cuando volvió a bajar, mi glande quedó en la punta de su entrada, se sentía tibio y apretado en medio de sus glúteos y yo jadeé con fuerza, lo que lo alentó a hacerlo varias veces más. Me besaba y mordía, provocándome. Subía y bajaba con lentitud mientras yo lo cargaba, y cada vez me permití introducirme en él un poco más. Primero, solo entraba entre sus glúteos, pero luego, mi glande empezó a ser forzado en su ano hasta que tuvo la mitad de él adentró. Gruñí ante la sensación placentera que experimenté. Estaba deseando enterrarme por completo y moverme según mi ritmo, así que caminé hasta mi habitación y lo lancé a la cama.
—Estoy un poco ebrio y cansado, preferiría que hicieras el trabajo de aquí en adelante —me explicó entre mis besos insistentes. Me llené la mano de lubricante y metí un dedo dentro de él quien como respuesta abrió sus piernas para mí. Era tan receptivo y entregado. Era increíble. Además, no podía dejar de admirar su bien formado cuerpo. Tenía sus músculos ligeramente marcados en cada lugar necesario, los huesos de su pelvis se pronunciaban con sensualidad mientras se ondeaba un poco por mi toque. Metí otro dedo y él solo se abrió más de piernas.¡Cielos! ¡El hombre de los tatuajes era un zorro en la cama! Logré alcanzar su glándula prostática y empezó a llamarme: «Sí, ahí. No dejes de tocarme ahora. ¡Mierda! Me estás haciendo sentir tan rico que me das un motivo para gradecer estar vivo». No había introducido mi tercer dedo, lo que solía hacer con mis amantes antes de meterles el pene, y él ya estaba gritándome que lo penetrara: «Jódeme de una vez, porque si no lo haces, voy a venirme sin ti». Oh, yo no quería que eso pasara, además su modo sucio de hablarme me había puesto más caliente. Mis ex novios nunca me hablaron sucio, este hombre era toda una experiencia. Me lancé sobre su cuerpo para alcanzar el preservativo que tenía en la cómoda a la cabecera de mi cama, pero él levantó las piernas y mi pene se enterró de una sola vez. Ambos gritamos por el placer, y he aquí que perdí la cordura, olvidé cualquier otra cosa que atañía a mi deber y me dediqué a salir y a entrar en ese apretado trasero a toda velocidad. Él se retorcía y gritaba sin reserva alguna. Era como estar con una estrella porno, pero no sonaba fingido, solo sucio y placentero. Con sus manos despeinaba mi cabello y me tocaba duramente la espalda, dejando marcas de sus dedos en mi piel, yo me apoyaba a la cama con mi mano izquierda y mis rodillas, con la mano derecha lo tenía bien agarrado de la cadera para no resbalar en mi faena. Estaba sudando y con el movimiento desenfrenado que adquiríamos una gota cayó desde mi clavícula hasta su mandíbula y resbaló por su cuello. A él le pareció la señal para lanzarse a lamer mi piel entre embestida y embestida.
—Eres un sucio —le dije en medio de mi excitación.
—¡Lo soy! Así que no tengas miramientos y haz conmigo como se te pegue en gana —me respondió de inmediato. No sabía que podía excitarme más hasta que lo escuché decirme eso. Era la máxima entrega de una persona, saber que lo tenía ahí, en mi cama, a merced de mis antojos, que lo que sea que hiciera con él lo iba a disfrutar, todo eso podía conmigo.
Me senté un poco sobre mis pantorrillas para dejar mi mano izquierda libre. Subí sus dos piernas a mi cuello, estirándoselas a lo largo de mi pecho y me metí dentro de él todo lo que pude. Jadeábamos porque habíamos estado moviéndonos a una gran velocidad haciendo rechinar la cama, pero ahora quería algo diferente para terminar. Salí de él casi por completo.
—Nooo, nooo —gimió retorciéndose—. No salgas, por lo que más quieras.
No, no, no, precioso y astuto zorrillo de pelo rojo. Solo quería tomar impulso para entrar una vez más, y así lo hice. Él jadeó con voz ronca y amé el sonido. Volví a repetir el movimiento tres veces más. saliendo casi por completo y entrando hasta el fondo de una sola vez. Todo estaba tan húmedo y caliente entre los dos, era tan intenso y vibrante. La cuarta vez empecé a entrar tortuosamente despacio. No podía más y estaba a punto de venirme dentro de él. Se sentía tan apretado y me succionaba el miembro tan duro...
—Ahhh, me voy a venir —me advirtió. O sea que no solo disfrutaba del juego rudo.
Le apreté la punta del pene con mi mano derecha y empecé a bajarlo mientras yo me enterraba lentamente en él. Antes de llegar hasta su base y la mía, arqueó su espalda ante el irrevocable orgasmo, y me llenó la mano de semen. El sonido gutural que salió de su garganta fue sensual, las vibraciones de su ano apretando y aflojando mi pene con rapidez, fue lo último que sentí antes de venirme yo también. Bombeé rápido mis últimos movimientos mientras eyaculaba sobre su próstata. Era un mundo húmedo y tibio hasta que salí de él. Me desplomé a su lado intentando recuperar el ritmo normal de mi corazón y cuando volteé a verlo, él dormía, así de veloz... parecía como si hubiera perdido la consciencia por segunda vez esa noche.
Un minuto después, me sentí de nuevo yo mismo. Me levanté por una toalla y volví para limpiarlo. Él se quejó entre sueños, pero no despertó. Era adorable aun con todos esos tatuajes de chico malo. Me limpié yo también antes de acostarme a su lado y cubrirnos con una sábana. Ambos desnudos. Sucumbí ante las ganas de abrazarlo y lo acuné. No sabía aún cómo se llamaba, pero acababa de tener el mejor sexo de toda mi vida.
Desperté por la mañana con ganas de follarlo otra vez. ¡Rayos! Me estaba volviendo un completo adicto. Estaba decidido a despertarlo con sexo oral, pero antes debía ir a mear. Encontré su ropa tirada en mi sanitario, toda esparcida por ahí, sin cuidado. La recogí para evitar ensuciarla y sentí su billetera haciendo peso en los pantalones azules. No pude evitar la curiosidad, es decir, normalmente no soy así, mi padre es muy estricto con eso de respetar la privacidad de los demás y nunca me dejaba meterme en sus asuntos, pero ese tipo podía ser el amor de mi vida y yo aún no conocía su nombre, ¡eso no podía continuar de aquel modo! Cuando revisé su identificación me llevé una desagradable sorpresa. El hombre de la foto, claramente no era él sino un tal Kim Minseok, ¿dónde había visto ese rostro antes? Lo miré dormir en mi cama, tranquilo como un bebé y volví a mirar la identificación. Había metido un ladrón a mi casa, ¡a mi cama! Me senté en la pieza de la cocina intentando pensar qué hacer, pero mientras más pasaba el tiempo, más enojado me sentía. ¿Acaso pretendía robar en mi casa también? Ni siquiera me había dicho su nombre y yo solo me alboroté con su trasero como si fuera un adolescente. ¡¡¿Quién rayos estaba durmiendo en mi cama?!! Más tarde lo vi salir despeinado usando solo el bóxer, le había dejado su ropa al pie de la cama.
—Buenos días, Minseok.
—¿Qué? —preguntó frunciendo el ceño— No me llamó así.
—¿Quién es Kim Minseok? —Él me miró confundido.
—¿Por qué mierda debería de saber eso...?
—Porque andas sus documentos en tu billetera... ¿O es que andas su billetera en tus pantalones? —Él abrió la boca asombrado, luego la cerró y frunció el ceño con enojo.
—¿Estás revisando mis cosas?
—No son tus cosas, para empezar...
—Si está en mi pantalón es mío, así que jódete. —Me lo dijo con un tono tan serio que me asusté.
—Largo de mi casa —exigí con aparente calma.
Él entró a mi habitación y se vistió rápidamente, cuando salió se acercó a la mesa y tomó el último rollo de canela que había dejado mamá, sin mirarme ni una sola vez se alejó dando un portazo y se cayó la foto familiar que colgaba en mi pared, el muy grosero la había quebrado y era el único marco que tenía. A cambio me dejó la billetera robada, lo que me comprobaba que no era suya, con lo poco que le importaba abandonarla.
Continuará...