Capítulo noventa y dos

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Brisa:

Me deleito observando a Gastón. No puedo verlo mucho debido a la poca luz, pero si concentro mi vista puedo apreciar su belleza en la oscuridad.

Lo abrazo un poco más fuerte y empiezo a trazar círculos en su abdomen desnudo.

Tengo los ojos pesados, pero no estoy segura de por qué aún no me he quedado dormida. Quizás sea porque mi cabeza estalla en divagues. Y también por el revoltijo en el estómago que me está molestando desde que hablaba con Gastón sobre lo nuestro.

Suelto el aire acumulado y me siento levemente en la cama después de depositar un suave beso en la cabeza de Gastón. Mis pies descalzos tocan el frío suelo y emprenden un corto camino hacia Emma. Enciendo unos segundos la lámpara y me cercioro de que mi bebé esté bien y que Gastón siga descansando. Presiono el botón y abro la puerta para bajar las escaleras.

Doy pasos lentos en los escalones para no hacer ruido y despertar a nadie. Busco la luz de la cocina y la prendo para prepararme un té. Coloco la pava en la hornalla después de llenarla con agua, y mientras espero a que esté, meto un saquito de té negro dentro de la taza. Dicen que es bueno para las descomposturas, y la mayoría de veces que utilizaba el método en el embarazo de Em, me servía para limpiar el estómago.

Sirvo el agua en la taza negra y coloco azúcar. Tomo la tirita del saco de té y revuelvo con la cucharita repetidas veces.

—Pensé que todos dormían —su voz me toma desprevenida y me asusta.

Volteo a verlo.

—Hola, Key. No podía dormir... —suspiro—. El embarazo me está tratando un poco mal.

—Me lo puedo imaginar. Tampoco podía dormir.

Se coloca a mi lado y abre la alacena para tomar una taza.

—¿Puedo prepárame uno también? ¿Hay suficiente agua?

Asiento.

—Sí, hay bastante.

Se limita a asentir.

Lo observo detenidamente mientras hace su preparado. Está sin remera, sólo lleva un pantalón a cuadros puesto. Me siento pequeña a su lado, es igual de alto que Gastón.

Tomo asiento y le doy un pequeño sorbo al té. Un momento después, Key se me une.

Ya suponía que no iba a pasar el ratito sola en el momento en que me preguntó si había más agua lista.

—Y... ¿Cómo vas?

—Bien —me encojo de hombro—. Supongo. ¿Tú? ¿Cómo estás? ¿Sigues escuchando voces...?

Sus ojos se encuentran con los míos, y se me pasa por la cabeza que, quizás, no debería de haber preguntado nada. A veces no medito lo que digo.

—Perdón. No debí preguntar.

Agacho la mirada, pero él me toma de la mano para que lo mire. Emite un leve y efímero apretón.

—No te disculpes.

Le regalo una sonrisa incómoda y ambos damos un sorbo a nuestras bebidas calientes.

Me siento, en cierta parte, incómoda por tenerlo semidesnudo.

—No, hasta ahora no —responde para mi sorpresa—. Generalmente me sucede más cuando estoy en la universidad.

Asiento a modo de compresión.

—Y... Disculpa si soy entrometida, si no quieres no respondas, pero... ¿Qué te dicen?

—Si te digo te vas a asustar.

Siempre Serás Tú #D2Where stories live. Discover now