Capítulo ochenta y cinco

3.7K 324 172
                                    

Gastón: 

Me quedo algo embobado mientras miro la ropa de bebé. Un pijama de varón me llama mucho la atención y me acerco a la prenda con una sonrisa. La tomo de la estantería y toco el material con el que está hecho. Es suave, muy suave, y tiene ese peculiar olor a nuevo. 

No voy a mentir. 

Me encantaría tener un niño. Siempre quise tener uno, desde la adolescencia, inclusive cuando era chiquito. En realidad ambos sexos, pero como ya tenemos una nena, me hace mucha ilusión pensar que puedo ser papá de un varoncito.

Me acuerdo que desde los seis hasta los once años Brisa me obligaba a jugar con ella a la mamá y el papá. Bri tenía muchísimas muñecas y muñecos de plástico. Teníamos como más de quince hijos inertes. Y ni hablar de las mascotas de peluche que le regalaba su abuela. Antes no me parecía de los mejores juegos, pero ahora me resulta chistoso. Qué loco ¿no? Nuestros juegos se volvieron realidad después de más de una década. 

Me gustaría comprar el pijama pero, como aún no sé si en realidad será un varón el que Brisa dará a luz, no lo compraré. Quizás en unos meses vuelva y lo lleve a mi casa. Si es que sigue estando disponible, por supuesto. 

Giro mi cabeza y veo a una mujer a mi lado. Su mirada está puesta en mí, me regala una sonrisa que me deja incómodo y decido que será mejor volver la mirada a la ropa de dormir. No sé si me mira porque me ha reconocido o qué. Y no me lo pregunto por presumido ni nada. 

—Te ves bien mirando ropa de bebé. Es... tierno —murmura con voz seductora y no puedo evitar mirarla. ¿En serio me está coqueteado?

—Eh... gracias —aparto la mirada.

—Me alegra mucho que estés bien, que hayas aparecido. Dejaste a muchas personas preocupadas. Y las marquitas que tienes en la cara —intenta tocarme la mejilla pero me echo unos centímetros hacia atrás, impidiéndoselo. ¿Qué carajo se cree?— te hacen lucir bien.

No respondo nada y me remuevo en mi lugar, incómodo. 

—Veo que estás casado... —me dice después de cortos segundos.

Automáticamente mis ojos se incrustan en mi anillo de casado.

—Sí.

Ni siquiera sé por qué le estoy respondiendo.

—No he escuchado nada en las noticias sobre tu casamiento. ¿Por qué? —divaga. Yo sigo sin mirarla, permanezco con la vista en el montón de ropa. Si Brisa me estuviera viendo seguramente haría una escena de celos. Algo que extraño que haga. Es lindo ver cómo ese entrecejo de ella se frunce. Quizás a veces es un poco alocada en ese sentido, pero me encanta cómo deja en claro que sólo le pertenezco a ella. Siento que es divertido, y es otra de sus formas espontáneas para demostrarme amor.

—No creo que eso te incumba. No quiero sonar grosero, pero no te conozco. 

—Yo sí. 

Qué poco sentido.

—¿Y? —suelto una clase de risa. Es una mezcla de gracia y desentendimiento—. Creo que eso no basta para que te cuente sobre mi vida personal. No te conozco —repito. 

—No me recuerdas, ¿verdad? Nos presentaron en una fiesta; soy amiga de Tiffany. —Ahora sí clavo la mirada de ella en mí. 

Hacía un tiempo no se pronunciaba ese nombre en voz alta. Tan sólo el escuchar su nombre el estómago se me revuelve, me trae malos recuerdos de situaciones que prefiero olvidar. 

—No, no te recuerdo —dejo de mirarla. De verdad que no lo hago—. Y no te molestes en recordarme en qué fiesta —no quiero saberlo.

—Le rompiste el corazón a Tiff.

Siempre Serás Tú #D2Место, где живут истории. Откройте их для себя