Capítulo noventa y uno

3.7K 331 85
                                    

Brisa:

Su beso lento es una explosión de sensaciones que recorre cada centímetro de mi erizada anatomía. Sus manos se aferran a mis mejillas con más firmeza y luego hacen un recorrido (también lento) hacia mis caderas.

No soy tan fuerte como para abrir mis párpados y apartarlo, y si vamos a ser sinceros, no se me apetece alejarlo.

¿Por qué será que cada vez que peleamos, cuando nos reconciliamos y nos besamos, siento cosas tan fuertes por él? Es como si todo se intensificara a otro nivel. Uno que no puedo detener.

Pero, si lo pienso bien, aún no sé si puedo llamarle a esto una reconciliación.

El corazón se me disparató en el momento en que Gastón entró a la habitación y cerró la puerta con llave. Supe bien que algo iba a pasar. Lo presentía. Y pasó. Pasó algo que deseé muchísimo pero que sé que está mal. Aunque, como él dijo, nadie nos ve ni nos escucha, y confío en que Gastón haya revisado bien cada parte de la habitación.

Me tengo que permitir hacer cosas que deseo cuando las oportunidades se presentan. Puede que mañana, pasado, el día siguiente y el siguiente, no tenga otra chance como esta. A las cosas hay que aprovecharlas en el momento, sé que sino después me voy a arrepentir y andaré lamentándome por los rincones del departamento.

Abro paso a su desesperada lengua. Le continúo el beso algo tímida, pero al pasar un pequeño lapso de tiempo me sincronizo con él. No quiero que parezca que estoy desesperada por más, pero se me es difícil no pedirle con ademanes que se tire encima de mí.

¿Eso queda mal o no?

No me importa, la verdad.

Bueno, sí lo hace... Pero al sentir su erección sobre mi parte íntima acallo ese tipo de pensamientos. Qué rápido se levantó. No creí que estuviera igual de excitado que yo.

Sus abdominales dejan de tocar mi cuerpo, y sé que es porque no quiere aplastar mi pancita.

—Gastón... —murmuro contra su boca.

—Shhh —sisea, y vuelve a besarme.

—Gastón, espera... —respiro agitada. Qué intensidad.

—¿Qué...? —jadea. Me coloca las manos a la altura de mi cabeza y me prohíbe hacer algún movimiento con ellas.

—Quiero hacerlo tanto como tú... Pero ahora que lo pienso, podemos esperar un poquito más. Después, cuando volvamos a subir para dormir, podremos intimar tranquilos. Tu familia está abajo.

—A mí me parece bien hacerlo ahora —besa mi cuello y me muerde el lóbulo de la oreja. Cuántas cosquillas siento ahí abajo. Es un pequeño deseo que me dice que quiere tener eso de él ahí dentro—. ¿A ti no te parece? ¿Quieres que pare? —me vuelve a besar.

Niego.

—No... No pares. Sigue besándome el cuello, por favor.

No me responde nada y hace caso a mis súplicas. Pensé, sinceramente, que pasaría mucho tiempo para volver a tener un contacto de boca con boca con Gastón. O hasta inclusive llegué a pensar que no volveríamos a besarnos porque él encontraría a otra chica.

—¿Te puedes quitar la camisa?

—Mhh —gimotea.

Se levanta, se quita la prenda y la arroja al suelo.

—Quiero hacerlo sobre el escritorio —susurra. Todo un fetichista. Mi yo preocupada y estresada me dice que pare ya mismo lo que estamos haciendo, pero le pego una patada en la cara y dejo que mi excitación me controle. Es curioso porque desde unos días venía diciéndome que perder el control de mis acciones podría traerme varias consecuencias feas. Pero ahora no me importa en lo absoluto el tipo cochino ese. Ahora quiero que Gastón (aunque sé que sonará un poco sobrepasado) me dé duro.

Siempre Serás Tú #D2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora