Capítulo setenta y uno

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Brisa:

Abro los ojos con lentitud, sintiendo cómo la claridad de la luz me pega en la cara, molestándome. Me llevo las manos a los párpados y los froto por unos segundos para luego tocar mi cabeza con una mueca de dolor en mi rostro. 

Duele mucho. 

Respiro profundo, y me detengo a ver la habitación de hospital en la que me encuentro. Automáticamente ruedo los ojos, mareándome al instante, y volviendo a dibujar una mueca de disgusto. 

No hay nadie conmigo. Sólo me encuentro yo. 

Ni mamá, ni papá, ni Isaac, ni Stef, ni Gastón... 

Me llevo una mano al corazón y otra a la boca al recordar lo ocurrido. No sé cuánto tiempo pasó después de lo que vivimos, ni tampoco cómo es que las cosas terminaron luego del golpe que me dieron. 

Los flashbacks se me vienen a la cabeza de un segundo a otro, y esa presión en el pecho y esos nervios que te carcomen empiezan a acecharme una vez más. Me siento en la cama, aún con los recuerdos en mente, y giro mi cabeza para tomar el vaso de agua de la mesita a mi lado. También hay unas pastillas blancas al lado de la jarra, y cuando termino de beber todo el contenido a causa de lo seca que tenía la garganta, me destapo el cuerpo y me siento en el borde de la cama. 

Observo mi vestuario; llevo una bata de hospital, de esas feas que te dan. 

Suelto un largo suspiro cargado de nervios y mis pies tocan el frío suelo. No sé a dónde voy a ir, ni a quién exactamente le voy a preguntar sobre lo que pasó, pero tengo la necesidad de saber cómo está mi familia. Me preocupan, porque de estar bien estarían conmigo, a mi lado, esperando a que despertara. 

De sólo imaginar que algo malo pasó se me enfría la sangre, me agarra ese nudito en el medio de la garganta y las lágrimas se asoman. 

«¿Habrá muerto? ¿De verdad lo mató?»

Dos preguntas dolorosas y difíciles de hacerme.

Pero cuando estoy pensando en lo peor del mundo, la puerta de la habitación se abre, dejándome ver a Gastón. La alegría y el alivio llegan a mi cuerpo de un segundo a otro, como si hubiesen presionado un botón en milésimas de segundos. 

Suspiro aliviada, y cuando veo que deja su vaso de plástico con café en la mesita, me rodea con sus brazos, como si fuese que no me hubiese visto por muchos años. Su pequeño aroma a perfume me embriaga y me siento en casa, me siento en mi refugio. Porque eso es lo que él es. Mi refugio. 

Mis brazos también lo rodean con fuerza, y aprecio cada pequeña calidez que su cuerpo me brinda.

—Estás bien... —susurro, con la voz rota—. Estás bien... Estás bien... Te amo...

No me dice nada pero intensifica el abrazo, haciendo que mentalmente se lo agradezca. Lo necesitaba. 

Me desperté hace tan sólo unos minutos, pero ese efímero tiempo había bastado para que mi mente creara hipótesis horribles, destruyéndome un poco más. 

—Te amo mucho... Me preocupaste —formula al fin. 

—Estoy bien —respondo—. También me preocupaste... —le murmuro en el oído—. ¿Dónde está Emma?

—Con la mamá de Stef —responde. Le acaricio en la espalda y me separo unos centímetros para escanearlo por completo con la mirada. 

Lleva puesta la misma remera blanca que tenía antes de que hiciéramos el amor y también el mismo pantalón de buzo. Veo su pelo, el cual está un poco revuelto y bajo lentamente los ojos para observarle la pequeña gaza que cubre parte de su frente y cabeza. La misma deja ver un poco de sangre, y siento de inmediato esas cositas raras que te dan en el cuerpo cuando ves algo que no es de tu agrado. Después sigo con sus ojos, notablemente cansados, como si no hubiera dormido en días. Están también algo rojos, dejándome entender que alguna que otras lágrimas habrá derramado anteriormente. Posterior a eso continúo con su mejilla derecha, la cual tiene un moretón pequeño. Su labio está medio partido y en una de sus cejas yace un pequeño corte, casi como un rasguño.

Siempre Serás Tú #D2Where stories live. Discover now