Capítulo ochenta y seis

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(Escuchen la canción durante todo el capítulo. Cuando termine el tema, vuelvan a reproducirlo hasta terminar de leer todo. Creo que le dará un buen toque a la trama de hoy.)

Gastón:

Suelto un largo suspiro cuando la veo marcharse hacia la cocina. Me froto las sienes con frustración. 

¿Qué le está pasando?

Está demasiado indiferente, muy alejada de mí como si ya no me quisiese. Por momentos me regala sonrisas que parecen ser sinceras, pero por otros instantes pareciera que no le importo en lo absoluto.

Intento hacerla reír y me muestra su semblante serio. Intento sentarme a su lado y Brisa no dura ni diez segundos en levantarse para irse a otro sitio. Intento besarle pero me corre la cara, convirtiendo mi intención en un amago. La quiero tomar de la mano y me deja, pero después de la nada me aparta. 

No la reconozco. 

Me repito varias veces que tiene que ver con las hormonas. Los ánimos están intensificados: si está molesta los cables van a estar más (o super) pelados, y si está feliz la voy a tener saltando por toda la casa. Ya he lidiado antes con cambios de actitudes repentinos cuando estábamos esperando a nuestra primera nena. Pero esta vez se siente diferente. Es... No sé. La verdad no sé. 

Me tiene preocupado su forma de actuar, pues desde hace días que está así. La otra vez (el día en que salimos por casi toda la tarde a pasear) las cosas estaban muy bien entre nosotros. Pero a la mañana siguiente, al levantarnos, ya no era la misma. Por momentos tiene ese toque a Brisa, pero en muy escasas ocasiones.  Ahora parece que estuviésemos peleados, como si no quisiésemos hablarnos mucho por algún motivo que, ahora, creo que es inexistente. 

Tengo al menos ese ápice de esperanza de que sea cuestión de tiempo, pero no quiero que sus emociones descontroladas sean una excusa para tratarme mal y dejarlo así nomas, como si el que se enoje conmigo no importara nada. Porque sí importa. A mí lo hace.

La miro desde el sofá mientras prepara la cena. Su mirada está claramente en el cuchillo en sus manos y en las papas, pero su mente pareciera estar en otro lado. Su sumisión es clara, algo que me inquieta un poco y me deja pensativo.

El único sonido que escucho es el de los cortes que Brisa emite desde su lugar. Tengo la idea y el deseo de que me mire observándola. Me parece algo incómodo que ni siquiera quiera mirarme. Y triste también. 

—¡Ahhhh! ¡Mierda! —exclama, sacándome de mis pensamientos. Me levanto de mi asiento y me voy directo a la cocina a verla. 

—¿Qué? ¿Qué pasó? ¿Te cortaste? —inquiero antes de llegar a destino. 

Su dedo está envuelto con su mano derecha y veo algunas gotitas de sangre sobre la mesada. También las hay en el piso. 

Me acerco a su cuerpo e intento ver su corte. 

—Déjame ver. 

—No, no es nada. No me duele —repone. 

—Si exclamaste de esa manera es porque sí te duele. Ahora déjame ver. 

—Estoy bien, Gastón.

Se aleja. Quedo como un tonto.

Esto me está agotando la paciencia. 

No porque esté de malas significa que eso es justificación para que me trate mal, ya lo dije. Tiene que verlo, comprender que yo también tengo sentimientos.

La tomo del brazo. Obviamente aplico la fuerza necesaria, nada sobrepasado porque no quiero hacerle ningún daño. Y mucho menos que piense que lo hago. Sino, se me viene la huracán encima.

Siempre Serás Tú #D2Where stories live. Discover now