Capítulo noventa (especial)

3.3K 338 240
                                    

Isaac:

Sentirse prisionero dentro de cuatro paredes es de lo peor. Es un agobio que te consume con más ímpetu a cada minuto que pasa.

¿Cómo es que aún estoy vivo?

Es una buena pregunta.

Una pregunta que llevo haciéndome desde que llegué al infierno. Una inquisición que se vuelve más repetitiva conforme los días vuelan.

Me tuve que meter con él por una buena razón, y el costo verdaderamente está siendo inquietante. Es un constante temor por mi vida. El hombre quería que me uniera a su estúpido equipo por una razón que todavía desconozco, pero me da miedo porque hay mucha probabilidad de que en algún momento entre por la maldita puerta y me meta otro tiro, pero esta vez en la cabeza.

No aguanto más.

Estoy cansado. Física y emocionalmente. No hago mucho, pero el estrés y la ansiedad de mi cuerpo me bajonean a un nivel que no soy capaz de descifrar. A veces siento ganas de realmente estar muerto porque, por instantes, me siento asfixiado. Siento que el pecho se me cierra y una sensación de descompostura me recorre todo el maldito cuerpo.

Llevo encerrado desde hace días. Realmente no sé hace cuánto. Pero parece una eternidad. Estoy dispuesto a recibir una cortada con tal de poder sentir el aire fresco de afuera, y no el olor a humedad que tengo que soportar todo el tiempo. Es asqueroso.

Mirar el techo mientras mi cuerpo está recostado sobre un duro colchón es lo que hago la mayor parte del tiempo. Por momentos, cuando siento que tengo un poco de energía, me tiro en el suelo a hacer ejercicio. Se está volviendo una rutina diaria para mí. Para ser totalmente sincero, me siento muerto en vida.

El tipo sólo aparece para traerme comida, a veces ropa, y lo infaltable: mostrarme desde una extraña Tablet filmaciones de mi familia. Prácticamente vivo encerrado, sólo salgo cuando él lo requiere. Me siento como un esclavo, y parece que para él lo soy.

No sé cómo se le definirá médicamente al problema que tiene en la cabeza, pero ha de ser uno extremadamente grave.

Es doloroso que venga, se pare junto a mí con esa horrible arma en su mano y me obligue a ver lo que hace con mis seres más queridos. Veo el sufrimiento de varios de ellos, pero por sobre todo el de mi hermana. Sé que llora casi todas las noches por mi muerte y por el miedo que tiene día a día.

Por momentos siento el impulso de querer arrebatarle la pistola que tiene el tipo para que me deje salir, pero premedito las cosas y no hago nada de lo que sé que me puedo arrepentir. Me ha explicado cientos de veces que, si se me ocurre hacer alguna tontería, quien pagará será Stefanía y la niña. Y no me puedo permitir eso. Porque no sólo sufriría yo, sino toda la familia.

También quiero arrancarle el maldito pasamontañas de la cabeza y el estúpido aparato que siempre lleva para robotizar su voz, pero igual premedito las cosas. Porque también me ha hecho saber que, si se me pasa por la cabeza hacer eso, con un chasquido suyo, las otras personas detrás del juego cobrarán venganza. No estoy seguro del todo, pero creo tener una idea de quién es el enmascarado. Es sólo un pensamiento que se me ocurrió con el pasar de los días por su forma de caminar y por su altura. Y la verdad, por más que quiera saber de quién se trata, preferiría estar equivocado con lo que pienso. Porque no puede ser él.

Fingir mi muerte y una enfermedad ha sido costoso. Todo el trámite de los desmayos, mis arrebatos, mareos, náuseas, y palidez creada por el maquillaje que debí usar, ha sido complejo. Más lo del disparo que tuve que soportar. Fue uno planeado: no sé cómo se llama exactamente la parte en donde me disparó, pero sé que fue el lugar correcto para que mi pulso fuera imperceptible y para que me dieran por muerto. En el hospital, un falso y nuevo médico forense me estaba esperando. Mi papel en el maldito juego fue soportar una molesta herida y escribir cartas de despedida. Además de actuar en múltiples ocasiones, claro.

Pero todo tiene una explicación: fui chantajeado. No me quedó otra. Empecé a recibir amenazas. El tipo me enviaba imágenes de Stef y mi bebé. Las seguía a donde fueran. Y eso me volvió loco. La preocupación y mi instinto de protección se activaron de inmediato. Los días fueron pasando y las imágenes de mis dos hermosas mujeres fueron llegando y llegando con más intensidad. La última vez, vino con una amenaza. Me sentí entre la espada y la pared.

Sé que mi decisión llegó a lastimar a mucha gente, y me duele saberlo. Pero sé que fue lo correcto. Cualquiera haría lo mismo en mi lugar. Y hay que ser valiente, porque no es fácil montar todo un show como este.

A veces me obliga a hacer cosas que no quiero. La otra vez, por ejemplo, tuve que ayudar a secuestrar a Gastón. Me negaba a hacerlo, porque yo sabía lo que conllevaba, pero el tipo volvía a amenazarme, a recordarme las cosas malas que pasarían sino. Lo ayudé: apunté a mi cuñado con un arma descargada para que pensara que yo también era peligroso y terminamos golpeándolo. Luego, me encargué de tirar su auto al río.

Tuve la oportunidad de ver a mi hermana por la cámara que hay en su casa, y sé que sufrió mucho con todo lo más reciente. Es una muchacha muy fuerte. Ha pasado muchas cosas. Fue un alivio saber que a Gastón lo soltaron poco después. Pero algo en mí no estaba tranquilo: sabía que no podía ser así de fácil y ya. Ayer presencié la pelea que mi hermana tuvo con Gastón. Y vaya que fue fuerte. Verla llorar tan desconsoladamente... me hirió. Hasta casi se me escapa una lágrima.

Detesto verla sufrir así.

Y cuando pronunció mi nombre y empezó a pedirme ayuda cuando Gastón cerró bruscamente la puerta, me derrumbé.

Siempre Serás Tú #D2Where stories live. Discover now