Capítulo setenta y dos

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Brisa: 

Gastón se sentó a mi lado para rodearme con sus brazos en cuanto soltó la bomba más destructiva que pude haber escuchado en mi vida. 

Y no era una broma lo que me había dicho. Ya quisiera que así fuera. 

Su abrazo sigue siendo reconfortante, como siempre, pero no siento que sea lo suficiente como para que me sienta mejor. Y es que no con un abrazo olvidas todo y te sientes bien. Amo al hombre que tengo a mi lado, quien intenta consolarme, y sé que sus abrazos deberían ser suficientes, pero no.

Yo quiero a mi hermanito... Yo quiero a mi Isaac.

Ni siquiera me pude despedir. 

Ni siquiera pude recordarle una vez más lo que siempre significó para mí, cuánto lo amaba, cuánto lo admiraba, y cuán orgullosa siempre estuve y estaré de él. 

Me siento vacía, ahogada en el profundo dolor de la pérdida. 

Y es que Isaac siempre llenó un hueco grande en mi vida, y ahora que está descansando en paz, por más que sé que está bien, hay vacío en mi corazón. Uno que no voy a poder llenar ni siquiera con recuerdos, porque no es lo mismo. Nunca lo es. Nunca lo va a ser. 

Sus brazos me rodean desde hace casi veinte minutos, y en todo ese lapso de tiempo ninguno de los dos ha abierto la boca para articular palabra alguna. Yo no sé qué decir, o quizás sí, pero lo que sucede es que no quiero hacer preguntas que sé que tendrán respuestas duras. Y no quiero lamentar la muerte de mi hermano en voz alta. No quiero que la voz se me quiebre.

Puede que él no tenga palabras, o puede que sí pero no quiere molestarme. 

Gastón sí derramó un par de lágrimas. Le duele mucho, es evidente. Y mí también, pero para mi sorpresa, aún no he derramado ninguna gota. No por insensible, no porque me dé igual.

Siempre pensé que cuando él muriera me hundiría, me lloraría todo hasta no tener lágrimas, pero no... Me siento hundida, sí, ya lo dije, pero no soy capaz de liberar ninguna gota. 

Observo un punto fijo de la pared, lo mismo que llevo haciendo desde hace veinte minutos, y me pregunto cómo carajo voy a superar esto. Porque siempre nos dicen que tenemos que seguir adelante, continuar porque la vida no se termina, que las cosas mejorarán y que todo pasará pero, no siento que sea así. 

Seguiré con mi vida, pero no del todo feliz. 

El tiempo pasará, pero no curará la pérdida de mi hermanito.

Puede que cada día me vuelva más fuerte, pero aún tengo la herida de guerra en el alma. 

Siento un desgarro en mí. Me da miedo pensar que ahora tengo que afrontar la vida sin Isaac. Él se fue al cielo, pero en el transcurso se llevó parte de mí. 

La mirada de Gastón se encuentra con la mía después de interminables minutos. Suspira, y con detenimiento le escaneo los ojos rojos, también dándome cuenta que tiene algunas líneas en las mejillas provocadas por las lágrimas que no se molestó en secar. Su mano viaja hasta mi rostro y hace un leve contacto, casi como un roce. De seguro debe de estar preguntándose cómo es que no hay ningún rastro de llanto en mi cara. 

—Quiero ver a Stef... Llévame con ella —le digo en un tono firme. Necesito verla. ¿Será que no lloro porque no lo asimilo? Y si es así, ¿por qué me siento tan vacía y hundida en tristeza? 

—Debes descansar. Aún no te han dado el alta —dice, serio. Pero su cara sigue reflejando decepción, desgano, melancolía.

—A ti también te golpearon y te dejaron una herida en la sien y aún así estás levantado. Yo sólo tengo moretones en la nuca, así que estoy perfecta. Puedo salir de la maldita habitación e ir a consolar a mi amiga y al resto de la familia. Quiero apoyarme en ellos también, Gastón —replico con neutralidad. 

Siempre Serás Tú #D2Where stories live. Discover now