Capítulo setenta y ocho

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Brisa:

—Ten, esto te tranquilizará —me dice Stef en tono suave mientras me tiende una taza de té. 

¿Cómo un poco de té me va a tranquilizar? O sea, ¿acaso tiene algo dentro que te ayuda a calmarte? Quizás sí pero, ¿cómo voy a estar siquiera un poco calmada cuando mi esposo está desaparecido? 

Tengo la sangre helada de lo anonada que me encuentro. Pero también me hierve de lo furiosa que estoy. 

No se ha terminado con la muerte de Tyler, eso está más que claro. Y aún no descarto la idea de que él haya estado metido en alguna que otra cosita con maldad, pero empiezo a darme cuenta de que Tyler era la persona de la que menos teníamos que preocuparnos. 

—No quiero tomar nada, Stefanía. Sólo quiero que él esté aquí conmigo —respondo, y pienso en lo que debe de estar sintiendo ella también. La situación es bastante similar; Stef perdió a su marido y ahora parece que yo también al mío. 

Veo que posa la taza en le mesita de luz de mi antigua habitación.

La esperanza de que aparezca está dentro de mí, y no quiero que por nada del mundo se termine esfumando porque, ahora, es lo único que me ayuda a mantenerme de pié. No puedo estar sin él. Cuando habíamos terminado nuestra relación decía lo mismo, pero ahora es peor. Ahora es mucho peor. Y preferiría que no estuviéramos juntos en vez de tener que enterarme que, al final de todo, él estaba muerto. 

Las dos son malas, pero peor es la segunda. 

Me agarran cositas extrañas en la panza y un gusto amargo en la boca cuando pienso que podría estar ahogado, hundido en el frío del agua. Me hace sentir mucha presión en el pecho pensar que su corazón podría estar detenido en este mismo momento. 

Y es como le dije a mi madre hace un rato: Gastón es mi esposo y no podría soportar que él también haya perdido la vida. 

«Mi chiquito...» 

Las ganas que me entran de tenerlo conmigo son interminables, son realmente sólidas. Quiero ver ese perfecto y revuelto pelo castaño aparecer por la puerta de mi antigua casa con el helados en las manos. Quiero encontrarme con esos ojitos color avellana y esa sonrisa resplandeciente que tiene. Quiero ver su forma de caminar hacia mí y poder sentir cómo sus labios chocan contra los míos. 

No puedo perder eso. No a él. En serio...

Necesito de él. Necesito su contención, sus abrazos, su manera de hablar, su forma de expresarse. 

«Cuida de él, Isaac. No permitas que nada le pase.»

Según los policías, una persona que rondaba por la orilla del río avisó a la estación sobre un auto hundiéndose, y dijo haber encontrado un pequeño charco de sangre sobre la tierra. Al llegar la autoridad y la grúa, el auto se extrajo del río y se descubrió por la identificación que había dentro del coche que pertenecía a Gastón. Se realizó una muestra de la sangre y los resultados sacaron a la luz que también pertenecía a mi esposo.

—Tómalo. Entiendo toda la situación, de verdad, pero te tienes que tranquilizar porque te va a hacer mal a ti y al bebé. Deberías aprovechar a descansar. Son las tres de la mañana y ha sido duro. 

—No puedo descansar, ¿entiendes? No sin antes saber si Gastón está bien. De verdad, no tengo sueño. Y si lo tuviera no podría pegar ojo. Estoy preocupada por él —lloriqueo. 

—Al menos tómate el té. 

—No quiero el té. Tengo el estómago cerrado, no quiero pasar ninguna sustancia por mi garganta. En este momento debería estar manejando por la ciudad intentando encontrarlo. Si no han hallado el cuerpo es porque debe de estar ahí fuera. Quizás se lo han llevado a alguna parte... —hago ademanes en señal de desesperación—. No sé... Pero tengo que hacer algo. No estoy de acuerdo con tener que quedarme aquí. 

Siempre Serás Tú #D2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora