Capítulo treinta y tres

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Gastón:

—Sucede que ya no sé qué hacer para que me crea. Sé que mucho no he intentado pero, es que no tengo idea de cómo lograr que crea y que vuelva a confiar en mí —le digo a Spencer, y ella me mira con atención, mientras se lleva la copa de vino a los labios—. Como te he dicho; esta tarde he hablado con ella, nos hemos sentado en el sofá a hablar sobre lo que pasó en realidad. Se lo he explicado todo pero, sin embargo, ella no es capaz de creerme. ¿Qué pasa si la he perdido para siempre? Ella ahora no confía en mis palabras, ¿por qué iría a hacerlo luego? Me aterra perderle, Spens —le confieso.

Veo que deja la copa con alcohol sobre la mesita de centro de la sala, y se levanta del sofá individual para sentarse junto a mí, dispuesta a hablarme:

—No sé si te hará sentir mejor o no, pero creo que debería decirte que una vez oí que no importa cuán bien o mal se pongan las cosas, todo siempre vuelve a su lugar —me comenta—. Yo pienso que tu relación volverá a la normalidad. Quizás no ahora, pero puede que pronto sí. Tiene que hacerlo.

—¿Dónde has oído eso?

—No sé; creo que en una serie de televisión —responde—. Sí, de seguro ha sido en una serie de televisión —dice y asiente con convicción—. ¿Por qué preguntas?

—Por nada, yo sólo preguntaba y, déjame decirte que no todo lo que dicen en las series que tú ves es cierto —le digo, y apoyo mi nuca en el respaldo del sofá.

—Lo sé, pero a mí me parece que esa frase tiene demasiado sentido; las cosas no siempre pueden estar muy mal, al igual que no pueden estar muy bien. Piénsalo por un segundo, tiene sentido, ¿no?

—Sí, puede que tengas razón pero, eso no me hace sentir mejor en nada. Voy a estar bien cuando regrese con Brisa y cuando pueda vivir nuevamente junto a las dos personas que más amo. Sólo así me sentiré bien y tranquilo. Igual, gracias por intentar que me sienta mejor, Spens.

—No tienes nada que agradecer. Además, ¿cómo no hacerlo?, eres mi amigo y te quiero —añade, y me obsequia una pequeña, tierna y linda sonrisa.

Se coloca de costado y me observa por un corto período de tiempo. También le observo, y es en aquel momento en el cual recuerdo lo que una vez llegué a sentir por ella. 

—Gastón... 

—¿Qué? —Le miro directo a sus ojos cafés, apenas su voz me quita de mis pensamientos.

—¿Por qué no le creías a Brisa? ¿Por qué desconfiabas de ella? —me dice.

—Y..., ¿a qué se debe la pregunta? 

—¿A qué se debe que respondas lo que te pregunté con otra pregunta? —inquiere y sonríe ligeramente. 

—¿Por qué preguntabas sobre ello, Spens? —formulo, dispuesto a preguntar las veces que sean necesarias para obtener una respuesta de su parte.

—Vamos, responde de una vez —apura—. Yo quiero oír tu respuesta, no me des más vueltas.

—Y yo quiero saber por qué te interesa... —No contestaré hasta que no me diga el por qué de su curiosidad. No es que no quiera contestarle pero, sucede que creo tener una idea del motivo de su interrogación y, siendo sincero, espero estar equivocado.

—Bueno, pues, quiero saber porque soy tu amiga, porque quiero entender cuál era la cuestión de que no creyeras en ella, dado a que era la persona a la cual tendrías que haberle tenido muchísima confianza como para creer en lo que te decía. Es que... sucede que no entiendo por qué te costaba confiar en sus palabras —confiesa—. Y, ¿se puede saber por qué tanta curiosidad por saber el motivo de mi pregunta? Yo sólo inquiría, Gastón, pero parece que no quieres decirme nada, y si es así, está bien, lo entiendo. Pero no me des tantas vueltas.

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