Capítulo 98

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  Ojos tormentosos

Miradas afligidas iban y venían,
no era eso lo que él quería, sin embargo,
eran sus ojos una imperecedera elegía.

Sus orbes eran el mar en tormenta, una tempestad de la cual solo él se da cuenta.

Por sus mejillas corre el mar, en su interior la soledad.
Gritos ausentes perturban su mente, al viento susurra palabras incoherentes.

Es su alma esclava del pasado,
del pasado viene su dolor,
es su corazón un mundo sin color.
Así lo gritan esos ojos tormentosos sin fulgor.

—Yilian Rodríguez.

Castiel.

Había decidido retomar mi camino, olvidar todo aquello que me recordase a Lauren –algo casi imposible–; pero era consciente de que no siempre debía mirar hacia su dirección, no prestarle atención significaba querer mitigar el dolor y la desesperación, mas no quedaba olvidado. La cabeza comenzaba a dolerme siempre que la pensaba, aquello lo tomaba como una clara señal para dejar de atormentarme y centrarme en aquella maldita espina que tanto tiempo había esperado sacarme de un tirón.

Por mucho que quisiera tomar un arma y acabar con esto de una vez, estaba consciente que de hacerlo solo me llevaría al fracaso total y una muerte segura.

Pero yo solo no podía montar una estrategia, necesitaba a mi equipo. Y no hablaba de aquellos quienes distribuyen en las calles ni mucho menos los que cuidaban mis espaldas. Sino de la única persona a la que realmente podría llamar familia, claro que, dado a cómo lo traté era imposible. No es que no pudiese hacerlo yo mismo, pero Jay sabía de muchas cosas que yo desconocía, aún llevando tantos años y experiencia en cuanto a estrategias se refería.

Lo conocí casi tres años después de lo sucedido con mi familia. Se convirtió en el hermano que perdí y tanto necesitaba en esos momentos, a pesar de cargar con un pasado igual o peor que el mío, sabía cómo apaciguar mi ira. Él sabía mi historia y yo la suya, juntos vagábamos sin aliento en un mundo de injusticias y dolor. Aunque fuese mi mejor amigo, a veces ni siquiera él podía escapar de mis arrebatos.

Una tarde mientras caminaba por el lago, lo encontré sentado en una roca enorme, observando el agua distraído e impasible. Supe en ese momento que algo no andaba bien con él. Me senté a su lado procurando no molestar y dejé que los minutos corrieran hasta que decidiese contarme.

—Lo he encontrado, Castiel – dijo.

Por unos segundos me quedé en blanco y no supe qué decir, hasta finalmente analizar sus palabras y caer en cuenta de lo que aquello significaba.

—¿Cómo lo hiciste?– pregunté.

—Un amigo en España me envió una carta– mis ojos se desviaron hasta la hoja entre sus manos —, ha estado ayudándome desde hace dos años y al final logró dar con él.

Su semblante parecía cansado, podía entender su reacción.

—Me voy en una semana.

Asentí a lo que tanto temía.

Aquello era algo que no podía prohibirle, no tenía el derecho y aunque lo tuviese él sin ningún pesar pasaría por encima de mí. Ambos habíamos logrado lo que tanto anhelábamos, o más bien, una parte de ello.

NarcotraficanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora