Capítulo 92.

124K 7.4K 1.4K
                                    

¡Hola! ¿Cómo están? Espero que bien.

Esa imagen de allá, es de una de las frases más populares de Narcotraficante. Usada por muchas en facebook (las amo ♥). Una chica la colocó en una de sus redes, ¡Oh Dios!, casi muero de emoción. Te lo agradezco, preciosa, ha significado y significará siempre mucho para mi.

Eres un amor.

Lean el mensaje publicado en mi tablero. Este capítulo lo escribí hace un mes, pero por razones que no son culpa mía, no pude.

Espero que entiendan y de ante mano les digo, no se molesten en insultar, porque no los voy a leer.

;-)

___•___

No sabía como sentirme al respecto, si alegre o preocupada. Quería creer que la primera opción, pero estaba muy claro que la punzada de angustia en mi pecho se inclinaba más por la segunda. La arruga entre mis cejas se hacía cada vez más notable a medida que se repasaba una y otra vez frente al espejo.

Había guardado la esperanza de verlos juntos, de nuevo. Aunque estaba claro que sería imposible, pues Jackeline ya estaba con otro hombre. Supongo que me equivoqué cuando creí ver que algo quedaba allí en ellos. Los días pasaron volando, y hacía ya una semana que había vuelto de Edale.

—Papá, ¿De verdad no me vas a decir quién es?– pregunté.

Mirándome desde el espejo, hizo una mueca con sus labios y suspiró.

—Por ahora no, Lauren. Es mejor que no sigas preguntando, ¿De acuerdo?

Asentí. No conforme con su respuesta, pregunté:

—¿Podrías, al menos, describirla? Tal vez la conozca de pura casualidad.

Levantó una ceja, viendo claramente mi estúpido intento de sonsacarle un poco de información sobre la mujer con la que últimamente se estaba viendo. Bufé, rodando los ojos con claro fastidio, ¿Por qué tanto misterio?; soy su hija y no es necesario que me esconda a la mujer con la que probablemente podría pasar el resto de sus días.

«Dame un tiempo» me había dicho minutos atrás. ¿Tiempo para qué?

—Basta, Lauren. Ya debo irme, mañana podemos ir tú y yo a comer algo.

—Está bien, bajaré contigo.

Me adelanté y recosté mi espalda en la pared de afuera de la habitación del hotel. Debía respetar su decisión, y si él no creía conveniente que esa mujer y yo nos conociéramos, pues esperaría. Sentía cierto fastidio en mi pecho, una sensación muy complicada de explicar; quería gritar, llorar, patalear. Estaba a segundos de rabiar sino fuera por la enorme sonrisa que surcaba el rostro de mi progenitor.

—¿Quieres que te lleve a la mansión?— preguntó, cerrando la puerta del hotel con su llave. Anoté mentalmente proponerle a Castiel que papá se quedara con nosotros, esa «casa» era enorme y, además, era muy descortés de mi parte dejar que residiera aquí.

NarcotraficanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora