Capítulo 87.

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Lauren.

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Me sobresalté en cuanto el estridente sonido de la alarma llegó a mi percepción, con un golpe silencié al molesto artefacto. Tuve que pestañear varias veces para poder alejar la pesadez de mis ojos, los sentía pesados; habían días en los que realmente tenía sueño, y este era uno de ellos. Sentí un apretón en mi cintura al momento en que me removí entre las sabanas, el fuerte brazo de Castiel me mantenía pegada a su pecho.
Traté de apartarlo con delicadeza, pues tenía un asunto que tratar con urgencia, era importante para mi –para mi curiosidad, realmente–, debía levantarme ahora o no podría asistir a mi encuentro con Christoph.

Diciéndolo así, suena realmente mal.

Finalmente, de su garganta salió un gruñido –más de perro que de humano– y se acomodó quedando boca abajo, con ambos brazos bajo la almohada.
Suspiré con alivio y aparté la sabana, sacando ambos pies y poniéndolos lentamente en el suelo. Esta mañana la temperatura estaba más baja que nunca y, podría apostar a que habría una tormenta o solo una lluvia.
Miré la ventana, cubierta por las grandes cortinas de color azul y me permití unos segundos para cuestionarme si aquello era correcto, si estaba bien hacerlo. Aún no estaba segura si entre Castiel y Christoph hubo o hay algún altercado, no hay nada concreto, pues tan solo son suposiciones mías.
La incertidumbre me estaba matando, la curiosidad tampoco ayudaba y mis pies estaban en mi contra, pues no me di cuenta del momento en el que me encaminé hacia el baño, no hasta que estuve frente al espejo.

Mi cabeza estaba echa un nudo, me sentía presionada psicológicamente. Estaba sorprendida de como estaba manejando esto, todos estaban sorprendidos de que no me hubiera tirado en el suelo y me hubiera tomado del pelo para luego empezar a gritar como una niña sin juguete. Tenía veintiún años, pronto veintidos, ya era lo suficientemente mayor y madura como para enfrentar esto. Toda persona tiende a escandalizarse, a actuar de forma alarmante e inadecuada, causando daños a su persona y a otros, ante una situación con la que creen no poder lidiar.
Es...como un instinto

No negaré que cuando fui consciente de todo lo que cambiaría mi vida en el momento en que el ojiazul me confesó lo que era, quise escapar y hacer cosas estúpidas. Pero me obligué a pensar con la cabeza fría, me obligué a jamás bajar la cabeza y ser astuta. A medir mis palabras y analizar cada suceso. Ahora no cometería ninguna equivocación. Me despojé del pijama y me di una ducha rápida, dejé mi cabello seco y me envolví en la toalla; no quería ni debía despertar a Castiel, tenía que estar en la mansión antes de que fueran las nueve.

Con pasos silenciosos, abrí las grandes puertas del armario, la mitad era de mi ropa y la otra de él; el mismo ojiazul había desocupado una parte para mi, no voy a negar que ese simple gesto me hinchó el pecho. Le di una breve mirada, seguía en la misma posición de antes. Tomé unos pantalones de cuero negro, una blusa de algodón color beige de manga larga y ajustada al cuerpo, dejando mis hombros al descubierto, me puse unos tacones negros y solté mi cabello. No me maquillé mucho, pinté mis labios de un café matte y agregué máscara a mis pestañas.
Volví a mirar a Castiel, como si estuviera disculpándome de alguna forma, sin atrasarme más, tomé mi bolso y sigilosamente salí de la mansión.
No iba a pedirle a Raquel que me llevara, podría malinterpretar las cosas e informarle a Castiel.

Entré al estacionamiento –uno inmenso, por cierto–, y me monté en un BMW color negro. A veces creía realmente innecesario tener más de veinte autos, estaba muy segura de que siempre utilizaba los mismos, las libras que gasta en autos debería donarlas a algún orfanato, pero a fin de cuentas, todo ea de él y aunque crea que es lo correcto, el mismo debe decidir.

Me detuve en la entrada de la mansión, las enormes rejas negras se alzaban frente a mi como árboles enormes, jamás había visto tanta seguridad como la que rodeaba el Imperio Black Blood. Los dos guardas que custodiaban el portón, se acercaron a la ventanilla del lujoso auto.

—Volveré en una hora, Castiel ya sabe.– Mentí, no me gustaba mucho hacerlo pero en situaciones desesperadas, medidas desesperadas. O algo así.

Ambos asintieron y cuando se alejaron, pisé el acelerador con los nervios de punta. Humedecí los labios en un acto de desesperación, ¿Era eso? ¿Acaso, en realidad, lo que sentía era miedo de ser descubierta por Castiel? No, eso jamás debía suceder, además, nada me aseguraba que Christoph estuviera implicado en la vida del ojiazul. Sacudí la cabeza para despejar mi mente, no era bueno conducir así, podría ocasionar un accidente.
Conduje por las calles de Londres, en una ocasión, pasé frente a la Universidad; una oleada de melancolía me inundó de inmediato, amaba estudiar y aún más que fuera sobre moda. Pero en esta vida, siempre, debemos renunciar a algo para tener lo que queremos o necesitamos. En mi caso, renuncié a mis estudios para poder vivir, para dejar de sufrir; claro que no era algo que yo quisiera, pero sí que necesitaba.

Fui disminuyendo la velocidad mediante me iba acercando a la cafetería, era la única a la que iba, no conocía lo que era entrar en otra. Saqué las llaves del auto, y con una mano en la manilla de la puerta, ne permití aspirar hondo y cerrar los ojos.

—Aquí vamos.– Me susurré entre el silencio.

Cuando salí y de un golpe cerré la puerta, me percaté de que muchos pares de ojos no dejaban de mirar el flamante auto color negro. Mordí mi mejilla para ocultar una sonrisa, vi como a unos chicos les brillaban los ojos.

—¿Es tuyo?– Me preguntó el que estaba cerca de la puerta.

Le sonreí. ¿Mío? no podría ni comprarle una llanta.

—No, es de mi novio.– Presumí por el.

Al chico le surcó una sonrisa de lado a lado en su cara.

—Debe ser un hombre muy poderoso.

Reí sin poder evitarlo, si él supiera cuan poderoso es, la mandíbula le llegaría hasta el suelo.

—Sí, lo es.– Le dediqué una última sonrisa y empujé la puerta. Como siempre, la campanilla sonó sobre mi cabeza.

La cafetería estaba más llena de lo normal, habían al menos unas treinta personas, cuando lo usual es ver a diez. "Sweet Lips" era muy famosa, su nombre estaba en boca de todos, llovía y lo primero que pasaba por mi mente era: "Necesito un café de Sweet Lips".
Suspiré y avancé entre las mesas, buscando con desesperación una cabellera rubia. Miré mi reloj e hice una mueca con mis labios, debía llegar antes de las nueve a la mansión si quería visitar Edale.
Seleccioné el sobre de mensaje en la pantalla de mi móvil, dispuesta a escribirle a Christoph, no logré ni poner su nombre en la barra de busqueda cuando alguien jaló de mi blusa. Alarmada miré hacia mi lado, encontrándome con dos ojos verdes.

—Christoph.– Solté en un jadeo.—Me asustaste.

—Lo siento.– Se disculpó ríendo, corrió una silla y esperó a que me sentara para acercarla a la mesa.

Llevaba pantalones oscuros y una simple camisa gris de mangas, parecía no afectarle el frío de la mañana. Suspiré y apoyé ambas manos en la mesa.

—Bien, Lauren. Me encantaría conocerte mejor ¿Tienes tiempo?– Cuestionó.

—Una hora.

—Eso es más que suficiente.

Sonreí, pero había algo que no estaba bien. Sentí un hormigueo en el centro de mi espalda, inexplicablemente, siempre sucedía cuando alguien me estaba observando. Mientras Christop miraba las bebidas de la carta, miré sobre mi hombro.

Ahí estaba.

Sus ojos llenos de temor y desesperación.

Jessica.

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Se despide su sexy autora.

Y...

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