Capítulo 7.

254K 18.3K 3.3K
                                    

Mi corazón latía con frenesí mientras mi interior se llenaba de angustia y terror.
Casi no creía que, realmente, me encontraba envuelta entre el peligro y la muerte. Sabía que escandalizarme solo nos causaría más problemas y justo eso era lo que, que en mi interior, rogaba que no sucediera. Así que solo pude pegar mi cuerpo a la ancha espalda de mi acompañante, buscando protección y un poco de calma.

Trataba de responder preguntas que me resultaban, pobremente, irresolubles.

«¿Por qué a mí?» «¿Por qué ahora?»

No podía ver la expresión de Castiel pero sí la del sujeto. Era joven –mas no tanto–, quizá no pasaba de los treinta y pico, su contextura era atlética y su altura promedio para alguien de su sexo; aún así, el ojiazul le ganaba en todo. Sin embargo, era Castiel un hombre normal como cualquier otro, ahí nos encontrábamos en una abismal desventaja.

Nos apuntaba sin remordimiento, sin temblores en sus manos ni indecisión en sus ojos.

Los gritos de las personas presentes se hacían más fuertes y pude escuchar varios disparos a mi alrededor haciéndome estremecer. Pensé que mi corazón iba a romper mi pecho, ¿podía latir a esa velocidad?

Castiel se empezó a mover, no sin antes mirarme por encima de su hombro. Su rostro permanecía impasible y sus ojos no decían nada, siguió movilizándose y quise gritarle que parara, pues aquello podría costarnos la vida a ambos. Con cada paso, la mirada del hombre se endurecía y más firme se volvía su agarre en la pistola.

—Alto ahí, Diablito– rió —¿A dónde crees que vas? No saldrás de aquí al menos que sea muerto.

Cerré los ojos con fuerza al escucharlo.  No era fanática de las especulaciones pero, el enfrentamiento comenzaba a tener nombre. ¿Era esto una venganza que incluía a Castiel? ¿Por qué lo había llamado así?

Apreté la tela de su traje cuando los ojos del hombre se posaron en mí. Sonrió ampliamente.

—¿Pero qué tenemos aquí? ¿Es una de tus zorras?– paseó su mirada por mi cuerpo, sin descaro. Ese gesto me había hecho enfadar.

Me había insultado y deseaba con toda mi alma darle una buena paliza o soltarle un chorro de insultos, en otro situación esto no hubiese quedado así; probablemente, se  hubiera ido con un diente menos. Pero lo último que quería era un agujero adornando mi cuerpo.

Pero él no tenía nada contra mí, sino con Castiel. Él lo conocía y esta vez no era solo una suposición.

Pero el miedo creció cuando caí en cuenta de lo peor, el hombre creía que tenía una relación con Castiel. Y tal vez eso ahora era un gran motivo para eliminarme. Yo no tenía anda que ver con él, ¿podría eso valer algo para nuestro atacante?

No lo creía.

—¿Qué es lo que quieres?– preguntó Castiel, su voz amortiguando los incesantes gritos de los comensales. Resistí la tentación de mirar a mi alrededor.

—¿Acaso no es obvio?– cuestionó el sujeto —. Voy a matarte, y tal vez después, me lleve a tu chica como premio.

«Maldición», rugí para mis adentros. «Dios, no permitas que esto acabe mal», rogué.

Cuando creí que aquello no podía ir peor, de la garganta del ojiazul brotaron graves carcajadas. Realmente eso le hacía gracia, ¿era normal?

—Escucha– habló con seriedad —, te daré dos opciones. La primera: tú y tus hombres se van, como buena persona les perdono la vida– su voz se tiñó de sarcasmo —; la segunda: continúas con tu juego y te atienes a las consecuencias.

NarcotraficanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora