Capítulo 6.

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Lauren

¡Esto era el paraíso!

Vestidos largos de seda, escote en corazón, pedrería a un costado o al medio, faldas de talle alto, abrigos cómodos y aterciopelados.
El mundo de la moda me rodeaba, ¡Dios! Lo que yo daría por algún día tener mi propia colección de ropa.

Sin duda esto era lo que más amaba de mi trabajo, la parte en la que tú misma te encargabas de revisar las prendas y tocar la tela con tus manos era, simplemente, increíble.

Había llegado otro día y con él prendas nuevas a la espera de ser colgadas y exhibidas a los demás. Cada indumentaria debía ser escogida con buen gusto, no se trataba del color o estilo de ésta sino de cómo lo complementabas. Esa era una tarea que a muy pocas aquí se les asignaba, a mí me había tomado mucho tiempo, claro, después de una buena regañina por cuestionar un conjunto escogido por alguien superior a mí.

—¡Lauren!– el gancho que mantenía en mis manos fue a parar al piso, aquel grito me había provocado un buen susto.

—¿Sucede algo, señora Scott?– pregunté, alisando mi falda y adoptando una buena postura.

El repiqueteo de sus tacones se hacía más cercano conforme la visualizaba, hasta situarse a unos metros de mí. Allí estaba mi jefa, con su típico recogido y elegancia envidiable.

—Un cliente quiere hablar contigo.

«¿Conmigo?», pensé. Debía ser una confusión.

—¿Está usted segura? ¿Quién es?

Encogiéndose de hombros  me sonrió.

—No sé cómo se llama, querida, pero me ha pedido un momento contigo. Vamos, no lo hagamos esperar más, con verlo de seguro lo reconocerás.

Me miró por unos lacónicos segundos antes de dar media vuelta y dirigirse al otro extremos de la boutique. A mi lado un compañero carraspeó y con su cabeza me señaló el camino por el que, momentos antes, mi jefa se había ido. Prácticamente, corrí hasta seguirle el paso, no me explicaba cómo podía moverse tan rápido utilizando tacones de al menos doce centímetros; ese día yo calzaba unos de aguja, pero pequeños, y aún así, por poco y me como el piso.

Juntas caminamos hacia donde se encontraba aquel dichoso cliente. Mis manos habían empezado a sudar y desde hacía un rato mis dientes apresaron mi labio, como si mi cuerpo supiese de antemano quién aguardaba por mí.

De pronto sentí como estuviese en cámara lenta mientras levantaba mis ojos para enfocarlos en la figura frente al mostrador.
¿Se han impactado tanto que de pronto, abruptamente y de una manera torpe, vuelves a la realidad? Me había sumergido en una enorme maraña de pensamientos que no me di cuenta cuando la señora Scott se detuvo, y como era de esperar, mi rostro golpeó su espalda.

Vergonzoso...

Pero no se comparaba al dolor de nariz que sentía en esos momentos. La cubrí con una mano, reprimiendo un gemido y me disculpé con una mirada.

—Los dejo para que hablen– le sonrió y, después de mirarme, se alejó.

Me sentí cohibida bajo su atenta y azul mirada. Allí, de pie, se encontraba Castiel.

—Hola, Lauren.

—Hola – sonreí —¿Sucede algo?

Asintió, metiendo ambas manos en los bolsillos de su pantalón.

—Sí, vine para decirte que pasaré por ti a las siete y media. Así que aprovechando que estaba por aquí, se me ocurrió pedirte la dirección de tu casa.

El tono grave de su voz me hizo estremecer, tenía una barba de tres días que lejos de arruinar su atractivo, le daba un aire sensual.
Traía el cabello perfectamente peinado hacia atrás, como todo un ejecutivo y sus labios parecían estar húmedos.

De repente y sin querer, me pregunté a qué sabrían.

De su garganta provino un gruñido, haciendo que mis ojos siguieran el movimiento de su nuez. Ahí me di cuenta de que me había quedado mirando más de lo debido.

Lejos de sentir vergüenza, quise reír.

—Oh, sí, claro – caminé hacia el recibidor y tomé un pequeño papel en donde apunté mi dirección.

Keysi ocupaba su lugar detrás del mostrador, enseñando más de lo debido y enrollando un mechón de su cabello en un dedo. Miraba hacia otra dirección, ¿acaso trataba de parecer interesante?

No sabía si lo que sentí en ese momento fue lástima o pena ajena, ciertamente, no me caía bien; pero a veces me entristecía ser espectadora de sus miles de intentos por obtener una noche de desenfreno. Keysi, tal vez, aprendería su lección de una manera no muy agradable.

Esa era la triste realidad.

Doblé el papelito a la mitad y se lo entregué.
Encontré sus ojos de inmediato, como si su atención siempre hubiese estado en mí y los intentos de mi compañera hubiesen sido en vano. Que aquella idea tuviese una respuesta afirmativa, me alegró, y no porque tratase de él sino que nunca antes había sido yo algo bueno que observar.

Guardó el papel en el bolsillo de su pantalón y me sonrió.

—Perfecto, llegaré a la hora acordada– sin esperarlo, se inclinó hacia mí y depositó un suave beso en mi mejilla.

Un cosquilleo se empezó a formar en donde segundos antes sus labios estuvieron puestos, mordí mi labio inferior sin poder ocultar mi maldito sonrojo. ¿Así sería siempre? ¿Cada roce o contacto de su parte provocaría está reacción?, jamás me había sucedido con nadie.

—Claro – susurré viéndolo desaparecer entre las puertas de la boutique.

Mientras lo hacía me permití observar su figura.

Lindo trasero.

(...)

—Listo – dije, terminando de arreglar mi cabello.

Sonreí satisfecha al ver mi reflejo, me había esmerado por verme bien. Llevaba un vestido a dos colores. La parte del busto era celeste, mientras que de la cintura para abajo era totalmente negro, finalizando con un estilizado moño en el centro formando un arrollado arriba y abajo.

Me coloqué la pulsera que me había regalado mi padre hacía algún tiempo y tomé mi cartera color celeste, en donde guardé mi móvil y otras cosas. Mientras me perfumaba, me dije que la cena no significaba nada ni llegaría a más, aquel compromiso terminaría esa misma noche y después, él desaparecería. Yo misma se lo pediría.

¿Estás segura de eso? Si lo quisieras ni por impulso hubieses aceptado.

Ignoré a mi subconsciente y pasé mis manos por la falda del vestido. Respiré hondo y miré la hora en el reloj de mi habitación, faltaban solo quince minutos para que Castiel llegara. Armándome de valor, salí de la habitación y me dirigí a esperar en la sala.

No había terminado de bajar las escaleras cuando el grito de mi amiga resonó en la estancia.

—¡Mierda, Lauren! Dichoso el que es hombre – rió.

Pegué un respingo y por poco caigo.

—No empieces, Jessica – me quejé, comenzando a fastidiarme.

Me guiñó un ojo —. Acuérdate de mí, cariño, hoy tendrás noche feliz.

Traté de advertirla con mis ojos, hacerle saber que si no cerraba su boca iba a meterle mi tacón en ella; pero la conocía perfectamente y aquello solo lo hacía para provocarme. Sin embargo, solo me limité a reprimir una pequeña carcajada.

—Eres tan fastidiosa – murmuré y ella se encogió de hombros. 

Afuera, alguien comenzó a tocar la bocina tres veces, la sangre se congeló en mis venas de solo pensar que debería salir ahora mismo.

Aunque no era mala idea fingir un malestar estomacal. En la preparatoria me servía.

Pero esta no es la preparatoria.

Estaba perdida.

—¡Debe ser él!– exclamó la rubia dando saltitos en el sillón, incluso ella estaba emocionada —, vamos, muévete. Tu príncipe aguarda.

Tonterías.

Por segunda vez volví a respirar hondo sintiendo el aire faltarme. Avancé hasta la puerta y la abrí lentamente, miré a mi amiga sobre el hombro y le supliqué con los ojos que me ayudara; no había entendido mi mensaje y tan solo se limitó a levantar su pulgar. Rodé los ojos y salí, allí desde el umbral podía ver a Castiel de espaldas a mí, mirando hacia el cielo.

Caminé por el caminillo de piedras hasta quedar a un metro de distancia de él. En esa oscura noche, su figura se veía más imponente. No había notado mi presencia.

—Castiel – lo llamé, acariciando con mi voz su nombre.

Finalizando el degustamiento de su nombre, se atrevió a voltearse y dejarme ver sus ojos. Castiel no era agua cristalina, no, era una hoja en blanco. En la que debías pasar horas buscando una línea, algo que asegurara alguna vez que allí se escribió. Porque en su rostro y ojos, no podía leer lo que pensaba.

—Te ves exquisita – susurró. Era la primera vez que escuchaba su voz en un tono tan bajo y no me desagradó.

—Gracias – quise golpearme cuando mi voz salió más aguda de lo normal.

Se apartó y me regaló otra de sus sonrisas.
Estaba al tanto de que esta situación le divertía, y no era tanto la situación en sí, le divertía verme hecha un manojo de nervios.
Lo maldije en mis adentros, aguantándome las ganas de golpearlo con mi bolso.

No dijo nada más, no hubo un segundo halago ni miradas pretenciosas. Entonces eso me llevó a una breve comparación; Mike si podía llevarse una hora halagándome, mientras Castiel no perdía su tiempo en palabrería inútil. Y no me molestó, de verdad, en realidad lo agradecí.

De lo contrario, hubiese sido incómodo.

Me ofreció su brazo y abrió la puerta de su auto para mí. Era caballeroso, por lo menos. Me agradó el interior de su Volvo, me pareció acogedor y...ostentoso. Pronto, nos dirigimos a un lugar del que no tenía ni idea de dónde se encontraba y, contrario a lo que pensé, aquel silencio resultó una interesante conversación.

(...)

Quedé embobada al ver el gran edificio que se alzaba frente a mí, sin duda este debería ser unos de los restaurantes más costosos de Londres. No quería ni imaginar cuánto pagaría Castiel.

Me sorprendí al sentir su gran mano posicionarse en mi cintura, dándome un pequeño empujón para caminar. Pronto nos encontrábamos siendo escoltados por un chico hacia nuestra mesa. Todo el lugar derrochaba lujo y dinero. Los manteles eran
de un color dorado, casi parecían de oro.

Me sentía como una niña a la que llevaban por primera vez al museo, que con cualquier cosa se emocionaba hasta el punto de gritar y señalar; pero aquello no era «cualquier cosa», no, ¡era alucinante! Del techo colgaban elegantes y ostentosos candelabros, en cada esquina habían fuertes columnas color crema con hermosos querubines pintados, las enormes ventanas eran cubiertas por largas cortinas color vino y dispersadas por todo el lugar, mesas con frescos adornos florales.

Jamás me imaginé a mí misma en un lugar así. Siempre me la pasaba metida en Sweet Lips.

Al llegar a nuestra mesa, el mismo chico que nos recibió corrió la silla para que pudiera sentarme; le agradecí con una sonrisa muy genuina. Cuando los dos estuvimos cómodos y el menú fue puesto en la mesa, se retiró dejándonos solos.

Mis manos –como era costumbre cuando estaba nerviosa– comenzaron a sudar.

—Te ves bien – halagó, manteniendo sus ojos en mí.

«¿Solo bien?», me sorprendí a mí misma con ese pensamiento. ¿Qué esperaba? Él no era Mike y sus inseparables piropos. Tampoco es que hiciera falta alabarme a cada segundo.

—Gracias – dije por segunda vez en la noche.

Su porte, elegancia y presencia me hacían sentir pequeña e insignificante. El hombre ya estaba acostumbrado a este tipo de lugares y para mí, esta era la primera vez en un restaurante así. Jessica y yo solo frecuentábamos uno, pero no como este.

—¿El lugar es de tu agrado?– preguntó, tomando de una copa con agua.

Me aclaré la garganta antes de hablar. De repente me sentía sedienta.

—Bueno, es muy elegante y hermoso; pero no un lugar al que pueda permitirme ir siempre – admití.

Asintió.

—Comprendo, realmente lo hago. Pero no fue esa mi pregunta, reitero: ¿El lugar es de tu agrado?

Mis mejillas comenzaron a calentarse, no del todo por admitir que mi presupuesto no alcanzaba ni siquiera para tomar agua en ese lugar sino por sus ojos, aquellos orbes marinos que en ningún momento se despegaban de mí. A pesar del leve temblor en mis manos, no me dejé amedrentar por su presencia; cuadré mis hombros y alcé mi barbilla.

—Sí, es de mi agrado, totalmente. La decoración es un deleite y la atención también.

Sonrió.

—No esperaba menos, suelo frecuentarlo a menudo. Es uno de mis favoritos, sin duda.

—¿Viene aquí con sus socios?, ya sabe, reuniones de trabajo.

Sin apartar sus ojos de los míos, bebió otro trago de agua.

—No, vengo solo.

Fruncí el ceño. ¿Él comía solo? Eso no me lo creía, un hombre apuesto y, de seguro, con tanto dinero en su poder, debía tener mujeres en cada país.

—¿Solo? ¿En serio?

—Solo.

Su manera tan seca de contestar lograba ponerme incómoda.

—Háblame de ti – pidió.

—¿De mí? – asintió —. Uh, bueno, no hay mucho qué contar.

—Siempre lo hay, quiero saber sobre ti.

Suspiré y lo miré directamente a los ojos, como él hacía conmigo.

—Estudio diseño de modas, me falta solo un año para terminar mi carrera y, como ya está enterado, mientras trabajo en la boutique.

—¿Con eso pagas tus estudios?

—Sí.

—Es admirable – sonreí —. ¿Qué hay de su vida amorosa?

—Uhm, si pregunta por alguna relación, no estoy en ninguna. De ser así, no me encontraría aquí con usted.

—Déjame volver a pedirte que me tutees, por favor– asentí —. Lauren, el motivo de esta cena, además de conocernos, no es más sino para proponerle un trato que nos beneficiaría a ambos.

—¿A qué te dedicas, Castiel?– sin rodeos ni trabas, esa pregunta la había querido hacer desde que llegamos. Ignoré deliberadamente sus palabras, mi curiosidad necesitaba alimentarse.

Sus labios se separaron para hablar y cuando creí que nada podía perturbar aquella velada, desde
la planta de abajo logré percibir disparos. Muchos como para ser causados por una sola persona.

Sentía el corazón en mis oídos y el miedo me provocó arcadas. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué justo cuando yo me encontraba allí?
—Mierda – murmuró Castiel. Lo miré, tal vez el estuviese peor o igual a mí; pero no. No había ni una pizca de miedo en su rostro.
Me tomó de la mano y tiró de mí. Los demás comensales corrían despavoridos y otros se ocultaban
bajo las mesas.


—¿Adónde vamos?– cuestioné con un leve temblor en la voz.


—No preguntes, solo camina.


Quise decirle que no iría a ningún lado sin una explicación, pero era obvio que ni él la tenía.


Se movía con agilidad esquivando a los demás, sus ojos buscaban un lugar seguro donde, posiblemente, pudiésemos escondernos.  Entonces, como si la suerte siempre estuviese en nuestra contra, del ascensor salieron varios hombres armados, disparando a todos lados y riendo como enfermos mentales.

Dios mío...




Mi corazón se paralizó al instante en el que un sujeto apuntó hacia nosotros, íbamos a morir, no había forma de escapar; no si el hombre estaba frente a nosotros.

NarcotraficanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora