Capítulo 49.

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Dedicado a : Shadowhunter---
Porque me caíste como la comida. ¡Maravillosa!

Narrador Omnisciente.

El "tic-tac" del reloj que colgaba en la pared era el único ruido que allí, en la fría y aburrida habitación se escuchaba. A pesar de que ahí en la mansión sirvientes y cocineros compartían opiniones sobre que limpiar y cocinar, para él era como si esa mansión estuviera abandonada. Con la diferencia de que él la habitaba. Ya nada era lo mismo sin ella, él lo sabía y se negaba a aceptarlo, se había ido hace unos pocos días, dos exactamente, y para él habían sido meses. El único ruido que deseaba escuchar era su dulce voz, esa por la cual no necesitaba escuchar ninguna exitosa melodía, su voz siempre sería mejor que eso.

Con ambas piernas sobre el escritorio y un vaso de Whisky en sus manos decidió que alejarla era lo mejor. ¡No! Él la quería cerca suyo ¡Y esa era la única verdad! Pero no quería dañarla y no porque pudiera serle infiel, cosa que jamás haría puesto que en ella estaba todo lo que quería, y la quería a ella. Pero corría el riesgo de perderla y no estaba dispuesto a que eso sucediera. Ya una vez había perdido todo, y no material. Había  perdido lo que para él era lo más preciado, había perdido su vida en el momento en que ellos dejaron de respirar, perdió su vida en el momento en que una bala atravesó sus frentes sin detenerse.

Ejerció presión sobre el vaso de cristal. Pasaron diez años desde aquello y aún así le seguía doliendo, su madre, su hermano, su hermana habían muerto y con ellos él también. Cerró sus ojos para tratar de olvidar, pero no podía. Su pecho no dejaba de doler y su corazón estaba siendo apretado por una fuerza invisible.
Los extrañaba, no era una situación fácil de superar como lo es una tonta ruptura de relación o una infidelidad, eso se podía superar con facilidad y con tiempo, ¿Cómo podría él superar haber perdido a su familia? No podía y estaba seguro de que no lo haría, no lo olvidaría tan fácilmente. Al igual que no olvidaría el rostro del causante de su muerte.

¿Por qué? ¿Por euros? ¿Lo había traicionado por un montón de euros? ¡Maldito desgraciado! ¡Traidor! No lograba entender por qué. Ansiaba con toda su alma ver su cuerpo siendo rodeado por un gran charco de sangre, su sangre. Quería ver el pánico y el miedo en sus ojos, así como lo vio en su familia.
Meneó la cabeza y tragó el líquido de una sola sentada, no quería torturase con más recuerdos.

Y entonces su mente lo traicionó.

«Lauren.»

Su nombre se repetía una y otra vez en su mente. La necesitaba más de lo que podría aceptar, quería...quería que se quedara con él. Quería estar en sus brazos y sentirse tranquilo. No estaba acostumbrado a que lo amaran, y se sentía bien. La extrañaba. Se incorporó de un salto y desesperado empezó a inventar una excusa para ir a verla, sí, lo aceptaba, estaba perdido por ella. ¡Loco! Así era como estaba ¡Loco por ella! Sonrío ante sus pensamientos.

Llevaba varios minutos pululando por todo el despacho hasta que al fin se le ocurrió algo. Tal vez no era la mejor excusa, pero sí una creíble, le diría que ocupa de sus dotes de modista y quiere que le acompañe a buscar un traje. ¡Sí, eso estaba bien!
No esperó más, salió a toda prisa de la mansión y entró en uno de los tantos autos que tenía en su garaje, condujo nervioso por las calles de Londres hacia su destino. Las palmas le sudaban exageradamente, jamás se había sentido así y por mucho que le costara admitirlo le gustaba esa sensación. Sólo ella provocaba eso.

Al fin llegó.

—Aquí vamos.– Se dijo a si mismo mientras abría la puerta del auto.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco...¿Qué rayos estaba haciendo? ¿Tan mal estaba como para contar los pasos? Se hechó una fuerte carcajada, parecía un quinceañero enamorado. Claro que...él no estaba enamorado ¿verdad?.

Estando frente a la puerta de madera decidió tocar el timbre en vez de la puerta.

La rubia bajó las escaleras de dos en dos hasta llegar a la primera planta. Christopher, su ahora novio, estaba a punto de llegar a la puerta para abrirla. Tan sólo le faltaba girar la manilla y ¡Listo! Vería a la persona que tocó el timbre.

—¡Espera!– Lo detuvo la rubia.

El ojiverde se detuvo.

—Yo abriré, tu ve a terminar el almuerzo.– El chico asintió y sin rechistar hizo lo que la chica le pidió.

Y fue ella la que giro la manilla y abrió la puerta. Se sorprendió al ver a Castiel frente a ella.

—¿Está Lauren?– Fue lo primero que preguntó el ojiazul.

Pensaba saludar amablemente y luego preguntar, pero sin querer las palabras salieron ansiosas de su boca, necesitaba verla ¡Ya quería verla! ¡Demonios si no quería besarla ahora mismo! La chica frente a él hizo un gesto incómodo.

—Ella no está aquí. – Castiel frunció el ceño.

—Dijo que se iba a quedar contigo.

La rubia soltó un suspiro. Se sentía mal de haberle hecho eso a su amiga, pero su novio se lo había pedido y ella no podía negarle eso, sentía que estaba bien así.

—No, ehm...ella está en casa de Andy.–Fue la respuesta que la rubia le dió al ojiazul.

Se quedó estático. Su Diablilla estaba con otro hombre ¿Le había mentido respecto a su estadía? Sintió sus rodillas temblar, no lo podía creer. ¿Acaso ya no lo amaba? ¿Amaba a ese hombre con nombre de mujer? ¡Él es mil veces más hombre que otro! Se sintió mal y quiso desaparecer, ella le había mentido. Cuando más la necesitaba ya estaba en los brazos de otro. La furia y el dolor...¿Dolor? ¡Mierda, sí! Le dolía como el infierno mismo, ¿Y qué más esperaba? Él mismo tenía la culpa, ¿Y cómo hacer para que no doliera? No quería a otra mujer, la quería a ella, justo ahora.
Pero ya era tarde, ya había encontrado a alguien más, y no era él.

Sin decir nada más se adentró en su auto con un espantoso nudo en la garganta y condujo de vuelta a la desolada mansión, de nuevo en el silencio del despacho, finalizó la tarde entre miles de botellas de vinos y diferentes tipos de alcohol. La había perdido, y es que...¿Cuándo fue suya?
Nunca.


                              ~•~

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NarcotraficanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora