Se supera, pero no se olvida.

No recordaba mucho de mi tiempo en coma. A veces, en sueños –pesadillas más que todo–, me parecía recordar pocas cosas. Gesticulaba como si estuviera gritando, pero no emitía ningún sonido. «Debes olvidar lo que pasó» decían algunos, ¿olvidar?, era fácil olvidar una frase e incluso el rostro de una persona en cuestión de años. Pero, ¿Olvidar un suceso?, no lo creo, eso se convertía en recuerdos y éstos jamás se iban, ni con el pasar del tiempo. Un aroma, un sabor, un sonido; esos eran factores que nos hacían recordar ciertas cosas. Podrían pasar diez años, y aún así ver un espejo me recordaría la infinidad de veces que impactaron mi cabeza contra uno.

Seguí apartando el polvo para poder tener una mejor visión de la foto. Caminé unos cuantos pasos, buscando un poco de luz de la bombilla que colgaba de un delgado cable.
Era una familia, no hacía falta cuestionarme quienes eran; había un hombre abrazando por los hombros a una mujer –quienes supe, eran los padres de Castiel–, ambos sonríendo, un niño de cabello oscuro y ojos exóticos estaba junto a la mujer, sin sonreír, pero con un gesto inocente. Junto al hombre, había una chica de cabello castaño y ojos azules.

«Lily se parecía a ti».

Eran una hermosa familia.

El ojiazul no se encontraba allí, suponía que había sido él quien tomó la foto. Sonreí, Castiel había heredado buenos genes de ambos progenitores, la mujer era relamente atractiva. Su cabello era un poco rojizo, no se veía para nada artificial, ni que decir el hombre.

Volví a poner la foto en la caja en donde la encontré y rebusqué de nuevo. En el fondo de ésta, había otra foto enmarcada, la saqué de un tirón –lo que provocó que la caja cayera e hiciera mucho ruido–. Hice lo mismo que con la otra y volví a buscar iluminación; en la foto aparecían dos chicos: Castiel y otro que no tenía idea de quien podría ser. Sonreían, se veían felices. Quise reír al ver como era Castiel, no podría tener menos de diecisiete o dieciséis años, era alto desde ya pero muy delgado, el viento podía llevárselo fácilmente. Su amigo era más relleno, casi de la altura del ojiazul y era quien sonreía más.

—Se llamaba Henry.– Di un respingo y casi boto la fotografía.

Fotografía.

«Debo hablar con Mike» Pensé.

—¿Murió?– Pregunté mirándolo, sintiendo como mi corazón volvía a sus latidos normales.

Se encogió de hombros y a pasos cortos llegó a mi lado, viendo la foto también.

—No lo sé.– Susurró.—Éramos mejores amigos en el instituto, no lo volví a ver jamás después de los diecisiete.

—¿Por qué? ¿Pelearon?

—Para ese entonces mi familia ya había muerto y yo estaba buscando la manera de vengarme. Henry trató de hacerme razonar para que me alejara de la mafia, yo no quise, así que un día me dijo que no iba a presenciar como destruía y simplemente se fue. No supe más de él.– Dijo, tocando el rostro de Henry con su dedo pulgar.

Recosté mi cabeza en su pecho, de inmediato sus brazos me rodearon. El haber perdido a su familia y la sed de venganza, lo alejaron de muchas personas; no imagino lo doloroso que fue para él que su único amigo lo abandonara.

—¿Aún lo extrañas?– Pregunté en un susurro, como si el silencio impidiera que me escuchara.

Suspiró.—A veces siento melancolía, en reiteradas ocasiones me cuestionaba si de haber dejado mis ganas de vengarme, aún siguiéramos siendo amigos. Pero sinceramente no lo culpo, a mi tampoco me hubiera gustado ver como él se destruía.

NarcotraficanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora