Epílogo

60 7 20
                                    

 Con la llegada del mediodía, la paz se apoderó de la Sala de Homicidios. Los sábados por la mañana, entre las doce y las dos, la comisaría se teñía de un silencio solo perturbado por el zumbido del sistema de aire acondicionado. La mayoría se encontraba en la puerta, en la cafetería o donde fuera que pudieran aprovechar esas horas en el que aquello se convertirá en una estepa con aroma a café.
Ansel lo prefería así. En lo que llevaba de mañana —aunque solo había estado allí un par de horas— ya había recibido suficientes toques en la espalda de sus compañeros, que ignoraban que sus costillas replicaban con cada golpe. O quizá sí se hubieran dado cuenta, Ansel no quería decirlo, pero podrían haberlo adivinado por su cara al contraerse por le pinchazo de dolor, y la última docena de toques habían sido a propósito.
Fuera cono fuera, ahora disfrutaba del silencio. Había tenido que responder a muchas preguntas y conversaciones idénticas unas de otras desde que salió tambaleánsdose de la Sala de Lectura.
¿De verdad te has cargado a ese tipo? Pero, ¿Qué pasó exactamente? ¿Tienes las costillas rotas? Cielo santo, si eres incluso más feo que antes. Ansel, ¿quieres un Red Bull?

Ya era suficiente. Sí, unas marcas moradas surcaban su cuello, pero pronto desaparecerían. También el dolor en las costillas, que lidiaba con un relleno y algunas dosis de parcetamol cada tres horas. De momento iba abien, y esperaba estar totalmente recuperado en menos de una semana. Entonces deberían acabarse esas charlas fuera de lo normal.

Desgraciadamente, el capitan Dumm no se recuperaría tan rápido. Ansel solo lo había visto unos momentos antes de salir del Museo, con la mirada perdida y las manis llenas de sangre. Tanto suyas como de Beatrice.

Alguien entró por la puerta y Ansel se puso de pie de un salto.

Edric Dumm se acercó tambaleándose, con las piernas casi de mantequilla bajo un grueso pantalón oscuro. Unas vendas en las manos daban fe de lo que le había sucedido. La camisa también era oscura. Y su mirada, oscura y vacía como el invierno.

Tras él, Elsie Wood y Lynch charlaba en voz baja.

Dumm abrió la puerta de su despacho y entró seguido por el resto.

Asnel se sintió tenso. La forense le adelantó hasta dejar una carpeta sobre la mesa. Lynch apoyó la mano en su hombro; estaba arreglado como siempre, fresco, como si fuera una mañana tan plácida como cualquier otra. Pensó que distaba mucho del aspecto del resto.

La forense, que había tenido que acudir al Museo al levantamiento de cadáveres, lucía unas espesas bolsas bajo los ojos. Seguramente también había pasado la noche en las autopsias.

-¿Ya?. -suspiró Elsie, Dumm asintió, tapándose la boca con la mano- ¿Con qué empiezo?

-Por la parte de Chevré. Aún no tengo claro que pasó. ¿Lynch?

-El pobre chico vino aquí con un ataque de nervios. Dijo, o gritó, que quería hablar conmigo para contármelo todo.

-¿Y lo hizo?

-Más o menos... Le traje algo de comida porque parecía que no había comido en días. Poco después de que llegara, mandamos una patrullal a su casa y encontraron que la poca comida que quedaba la había metido en una bolsa de basura y tirado al patio de luces el día anterior.

Edric lo miró extrañado.

-¿Por alguna razón? -Plock notó como su voz se apagaba con cada sílaba, como si una nube de tristeza la aplastarra contra el suelo. Se notaba que la noche había dejado mella en él. Una cicatriz de tristeza que probablemnte no viera con el tiempo, pero siempre estaría ahí.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now