LVI

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     Dos horas después, Edric se preguntaba si debía llevar corbata para la exposición. Había ido a algo parecido, un par de años atrás, en Viena. Suponía que las buenas formas, la ropa de gala y la falsa cortesía también estarían a la orden del día en el Mueso Bfritánico. A aquelals cosas solía ir la élite de la ciudad con ansias de ver su rostro en algún periódico. Empresarios, abogados, políticos y el propio alcalde debían de estar en la lista de invitados.

Edric también, aunque como acompañante de última hora.

No, era mejor sin corbata. Dejó la Jay Kos de un burdeos mas oscuro de lo normal y se miró en el espejo del salón. Se había cortado un poco el pelo, para dejarlo uniforme, pero sin que fuera excesivamente corto. Su ridícula barba, que crecía por cachos, había sido recortada y ahora solo era una sombra sobre su tez pálida. Se miró sus a sus propios ojos, convenciéndose de que iba bien.

Pantalones negros, de corte italiano. Una camisa grisácea de seda. Escondió su arma en el cinto y dejó la camisa por fuera para esconderla un poco. No hacía falta más.

Salió de la casa en la punta de Hide Park y enfiló hacia el museo. Eran menos de las ocho. Si el cielo no hubiera estado cubierto de nubes, el sol habría sido insoportable. A pesar de que era un trecho considerable, decidió ir andando. Hacía buena noche y le gustaba dar esos paseos. Le permitían pensar un poco.

Había llamado a Lycnh para explicarle que no estaría disponible por nada del mundo durante aquellas horas. Su excusa era investigar el lugar de trabajo de Armello Fabrici, el propio Museo. Lynch sabía que la investigación no tenía nada que ver con el caso, pero se mostró comprensible. Le pidió que no bebiera ni gota y le deseó surte con la antropóloga.

Edric apreciaba las palabras del viejo agente y no había tenido el deseo de beber esa noche. Había clavado sus ojos en una botella de Johnnie Walker en la vitrina, pero se convenció de que no debía ni probarla.

Olivia, pensó, no sabía anda de su alcoholismo. Edric ya lo admitía, pero no quería que ella se enterara. Lo podía domar, podía vitarlo, pero esa sed siempre le perseguiría. Ella era buena, mucho, no se merecía un tipo así. Quizá una relación estable era lo que necesitaba para encerrar sus demonios. O quizá lo precipitara con ellos al abismo. En cualquier caso, era mejor que la rutina de: beber, dormir, y volver a beber.

Tardó unos cuarenta minutos antes de vislumbrar la fachada neoclásica del Museo.

La plaza exterior estaba plagada de personas con trajes y vestidos que conversaban al fresco de la tarde mientras el tumulto de la puerta iba pasando por los detectores de metales.

Edric pasó por los barrotes de la entrada con calma. Aún era pronto. Seguramente Olivia tardara un poco más en llegar. La doble puerta recibía el bullicio de gente adinerada y media docena de policías trataban de calmar el ambiente.

Los detectores pitaban por las joyas que los invitados llevaban, pero la mayoría pasaban sin hacer caso de los agentes, que parecían cada vez más hartos de aquello. Y con razón, pensó Edric, consciente de que él no habría aguantado a aquella gente de ese modo.

Enseñó su placa para pasar por un lateral. No tenía ganas de sacar la Glock de su sitio y ser el objetivo de más de una mirada durante toda la noche. Esperaba que todo el asunto de Natoo se acabara mientras él estuviera en el museo. Era lo mejor que podría pasar. En todo caso, iba a olvidar todo aquello esa noche.

Pasó a la entrada principal y se adentró en el Museo.




En esos instantes, algo sonó en el muelle de carga. El chirriar de unos neumáticos sobre el suelo de cemento. No había nadie allí desde hacía un par de horas, pero la gran puerta de hierro se podía abrir con la identificación de empleado autorizado para ello. La mujer al volante de la furgoneta azul, por supuesto, tenía un pase. En los años que llevaba en el Museo, se había convertido una jefe en las sombras. Alguien que movía algunos hilos sin llamar la atención en exceso. Era perfecto para su plan.

Novak se apeó de la camioneta de un salto y se limpió los restos de serrín del armario. Tenía mal aspecto. Aunque ella le había cambiado el torniquete del brazo y puesto una tablilla para en un intento por curarle, seguía herido, aunque él no sintiera una pizca de dolor.

La mujer le pasó una bolsa negra que pesaba lo suyo. Novak la cogió pasó por su lado, posado su mano en el hombro para apartarla.

-¡Ten cuidado! -exclamó ella- Vas a mancharme el vestido.

Novak la miró, soltando un gruñido.

-Eso pronto dará igual.

-Pero hasta entonces prefiero ir presentable. No debe sospechar nada -replicó-. Vamos antes de que el paso de la exposición no bloqueé. ¿Sabes lo que tienes que hacer?

Novak volvió a gruñir cuando se adentraban en un pasillo oscuro a paso rápido.

-Claro. Ya lo hemos hablado. Tienes que traerlo, recuérdalo.

Ella asintió.

-Voy a por él, tú espéranos. Y no hagas ninguna estupidez.

-Pareces nerviosa.

-Pues sí. Una copa me vendrá bien.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now