LX

15 8 1
                                    

    -Vámonos de aquí, por favor -rogó Edric, que trataba de que sus pasos se acercaran de nuevo al centro del Museo-. Me ponen los pelos de punta.

-¿En serio? -preguntó Olivia con una coqueta sonrisa entre labios- Solo son máscaras.

Edric se encogió de hombros. Sí, solo eran trozos de madera con un aspecto extraño, solo eso.

Se habían alejado un poco de las vitrinas en las que se había encontrado a Adeline Host, poco antes de que su marido y Olivia aparecieran por sorpresa. Seguían en el lasa del Museo reservada a África. Fueron alejándose se las máscaras.

-Sí, desde siempre me han dado algo de...

-Miedo -ella terminó la frase.

-Más o menos. Culpa de mi abuelo por parte paterna, supongo.

-¿Por qué?

Edric la miró. Olivia inclinaba el cuello al preguntar, con sincera curiosidad. Parecía que fuera a diseccionarle en busca de alguna respuesta, algún conocimiento que él dejaba escapar. Decidió contarle la historia. No era para tanto.

-Mi abuelo tenía un palacete en Cardiff y solíamos pasar una semana cada pocos meses ahí. Era un lugar grande, y con seis años me parecía incluso más. Estaba encallado en la costa y estaba hecho casi al milímetro como la Torre de Belém de Lisboa, aunque algo más pequeño y sin algunas de las galerías más importantes.

-¿Y eso que tiene que ver con las máscaras Lwalwa?

-El abuelo coleccionaba lo que sea. Desde joyas hasta chatarra sin valor. Las dejaba por ahí, a veces pedía que se llevaran algo o trataba de vender cualquier basura a un coleccionista. Era extravagante, pero nunca tiraba lo verdaderamente bueno.

<<Una noche, el día que llegamos, yo no podía dormir. Solía quedarme en una habitación en la última planta con vistas, pero terriblemente silenciosa. Además, me aburría. Así que fui a dar una vuelta por el palacete.

-¿Cuántos años tenías?

-Unos seis... Sí, tenía seis.

-No es muy normal que un niño de seis años deambule en plena noche por un castillo, ¿no crees?

-Bueno... En mi familia, nunca se ha sobreimpuesto lo "normal".

Ella le sonrió antes de soltar una carcajada. Se habían alejado poco a poco hacia la parte del Museo reservada al Antiguo Egipto. Aunque fuera la especialidad de la antropóloga, Edric supuso que no se pararían a hablar de las construcciones de Micerino ni nada de eso.

-Vamos -rogó Olivia a su lado-, no me dejes en ascuas. ¿Qué pasó?

-Bajé hasta los pisos inferiores. Los llamaban así, pero seguía habiendo ventanas y entraba suficiente luz para verme. Llegué hasta unos de los salones, creo que el más grande. A diferencia de la Torre de Belém, allí había una puerta como al de un garaje para que el abuelo guardara sus coches. Pero esta vez lo encontré vacío. Bueno, no del todo.

<<En el centro del salón había como un pedestal. Estaba girado y yo no podía ver lo que tenía, así que me acerqué. El abuelo había colocado una de esas máscaras. Tenía como el rostro abombado y blanco, como si fuera un grano a punto de estallar. Me aterró. Incluso me oriné encima.

Olivia le miró unos momentos con expresión interrogante. Instantes después, se reía a carcajada limpia. Edric también se rió, aunque menos fuerte. Le gustó su risa, tan natural y ahogada.

-¿En serio?

-En serio. Volví gritando a mi cuarto, pero nadie se percató. Hasta la mañana siguiente, que encontraron el charco.

Olivia lo miró de reojo sin abandonar su sonrisa pícara, como si intentara darse cuenta de que le tomaba el pelo. Pero Edric asintió, como asegurando todo lo contado.

-Vale, perdona... Solo tenías seis años.

-Tranquila, me sigue haciendo gracia. Y me alegra haberlo contado.

-¿No se lo habías dicho a nadie?

-No era un secreto, pero tampoco merece un comunicado nacional.

Hizo que se riera. No sabía por qué, pero así era.

-¿Nunca te ha pasado nada así? -preguntó Edric-. Algo aterrador, quiero decir.

La antropóloga miró en derredor y su sonrisa se relajó un poco, como si oscureciera. Edric se lamentó por ello, pero la pregunta ya estaba hecha.

-La verdad es que sí. Una vez, cuando era más joven. Pero no quiero hablar de eso ahora.

Olivia se acercó a una de las mesas y cogió una de las copas de champán que acababan de servir. Se llevó el líquido a los labios y las burbujas subieron hasta estallar en sus labios.

-¿No quieres? -preguntó ella, señalando otra copa.

Edric se puso tenso. Se había prometido no probar nada, y no podía fallarse.

-No, no... no tengo ganas.

Ella bebió de nuevo antes de dar unos pasos sin rumbo exacto. Debía de haberse recorrido el Museo en infinidad de ocasiones, y no podía ofrecerle nada nuevo. Edric tampoco sabía a dónde ir, ni qué hacer ni decir.

-Parece que la exposición está saliendo como pensabais.

-Por supuesto -sonrió ella-. Después de tanta preparación, hasta los dioses deben estar de nuestra parte. Todo debe ser perfecto. Llevamos meses con esto.

-¿Cuánto?

-Ni quiero pensarlo -suspiró para sus adentros-. Me gustaría que Armello estuviera aquí. Él se ha sacrificado en todo esto más que nadie.

Edric empezaba a hartarse del nombre del conservador. Era monstruoso pensarlo, pero si el cadáver no hubiera sido identificado, ahora no tendría esa conversación. Aunque tampoco habría conocido a Olivia. Todo lo malo traía algo bueno por extensión.

-Lo siento -masculló Edric.

-No pasa nada. Me reconforta que Armello muriera por algo.

-¿Crees que murió por algo justo?

-Quizá no sea justo, pero pasó por todo por nada. Solo digo que me gustaría que estuviera aquí. Los dos nos dejamos los cuernos en Huesos. Por lo menos, tendré un pequeño descanso después de esto.

-¿Vacaciones?

Negó con la cabeza.

-La semana que viene, algunos podemos quedarnos en casa. No da tiempo a irse de vacaciones. A unas buenas, por lo menos.

-Alejandría es un buen destino para una semana.

Edric le sonrió y vio con agrado que ella le correspondía con otra.

-No sé... Quizá me aburriera sola.

-Podrías buscar compañía. Una buena, por lo menos.

Un pitido llegó desde el centro de la sala. Un hombre levantó su muñeca y observó el reloj plateado que colgaba de ella. Hizo una seña al grupo que le acompañaba y desaparecieron de la sala.

-El discurso inaugural -explicó ella. Edric se sorprendió al ver lo cerca que estaban el uno del otro-. A cargo del imbécil de Poleman.

-¿Quieres oírlo?

-La verdad es que no. Pero se me ocurre otra cosa.

-¿El qué?

-Cuando lleguemos lo sabrás. Me alegra que estés de acuerdo.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now