LVII

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    El restaurante se encontraba escondido en un callejón a pocos metros del zoo. No tenía buen aspecto desde fuera, pero Beatrice había asegurado que la comida era exquisita. Plock aceptó cenar allí sin pensarlo. Tenía tanta hambre que habría aceptado cualquier lugar. Y el restaurante griego de Beatrice, medio vacío y mal iluminado, resultó tener una moussaka perfecta.

     Plock repeló el plato junto a una de las ventanas del local mientras Beatrice mordisqueaba si prestarle mucha atención las frituras que le habían puesto. La joven tenía los ojos clavados en los papeles que Plock llevaba revisando todos aquellos días. Resúmenes de la investigación, recibos de las víctimas, algunas anotaciones inútiles y algún que otro papel que no revelaba nada.

     Había comenzado a chispear y las gotas resbalaban perezosamente por las mugrosas ventanas. Desde el asiento, Ansel podía ver la luz rojiza que debía ser el sol despidiéndose entre las bulbosas nubes. El cielo era gris, por supuesto, y la piel de Beatrice volvía a ser de ese tono blanco e insano como el cloro.

    Plock se acomodó en el asiento, disfrutando del descanso. Habían pasado el día persiguiendo humo. Novak no aparecía y le tiempo pasaba sin contemplaciones. Los controles de carreteras no habían dado frutos, ni las patrullas que habían movilizado. Era de esperar, pensó. Qué pensaban, que iban a encontrar ese gigante caminando por ahí. Algunos sospechaban que debía de haberse escondido en el subsuelo de la ciudad y que esperaba a que la cosa se calmara. Plock esperaba que fuera así, pero lo imaginaba muerto por el desangre y las ratas amontonándose sobre su cadáver.

    Se asustó de ese pensamiento.

    Él no pensaba esas cosas. Era demasiado oscuro para su forma de ser. Quizá estaba cambiando, haciéndose más fuerte y cauto ante el mundo; más de lo que era ya después de su infancia, claro. Había procurado mostrarse duro en lo que se encontrara, pero descubrió que no le gustaba los matices que estaba tomando la vida.

    -¿Qué medicamentos toma tu madre?

    La pregunta de Bearice flotó en el aire como el zumbido de una avispa que acababa de picarle en el corazón.

    -Para su Alzheimer, quiero decir.

    Plock titubeó.

     Había cuatro personas más en el restaurante. Tres personas hablando en una de las mesas del fondo entre algunas risas. EL hombre de profusas ojeras que les había atendido y servido en pocos minutos, ordenaba algo tras una especie de barra. Un último hombre escribía algo en su portátil junto a la puerta.

     Ninguno parecía haberse interesado por las palabras de la joven.

    -Donepezil y Galantamine -recordaba los nombres con dolora claridez. Cada dos semansa, cuando los botes ya estaban casi vacíos, tenía que ir a comprar dos cajas nuevas. Era una ritun. Aún así, guardaba un par de tabletas de pastillas en una caja en su cuarto.

    -¿Desde hace cuánto?

     -Un par de años.

    Beatrice se comió otro de los dolmades sin cambiar su expresión indiferente. Plock temía esa sangre fría, ese desapego por lo humano que Beatrice parecía dominar.

     -No parece hacerle mucho efecto, ¿siempre está... confundida?

    Plock pensó que le hablaba como a un niño. Confundida sonaba mejor que desorientada, ida, desequilibrada...

      -No siempre -dijo con un hilo de voz-. A veces... su mente vuelve a cuando yo era un niño. Se evade. Eso es todo.

    Pasaba por alto los momentos en que su madre se quedaba sin hacer nada, como congelada, durante unos momentos, hasta que la razón volvía a funcionar y hacía cualquier cosa. 

    Beatrice pareció pensarlo, incluso titubear. Aquello era raro, pero se recompuso con la misma rapidez.

    -Es de suponer que aquella época era buena y...

     Eso lo sacó de quicio.Había sobrepasado el límite y algo que solo podía definir como "rabioso" le arañó las entrañas.

    -¡Deja de pensar que lo sabes todo, joder! No es asunto tuyo. Ni de nadie. No te importa mi vida.

     Había levantado la voz, mucho más de su habitual tono tímido. Tardó unos instantes en darse cuenta. El grupo de tres personas del fondo se habían callado y miraban hacia ellos. El dueño del restaurante también había dejado sus cosas para curiosear. El hombre de la puerta, en cambio, escribía en una especie de frenesí de inspiración.

    Miró a Beatrice y encontró algo en sus ojos que no supo identificar. Al instante se sintió enfermo. Él nunca se enfadaba, estaba en su forma de ser, pero esta vez la había dejado de lado.

     -Perdona... -comenzó a disculparse- me he puesto nervioso. No me gusta hablar de eso.

     Beatrice guardó silencio y Plock señaló el fajo de papeles, convenciéndose de que el momento tenso había pasado.

     -¿Has visto algo interesante?

    La joven le sostuvo la mirada unos instantes antes de sacar uno de los papeles.

    -Quizá.

    -¿Qué es? -preguntó, suavizando aún más la voz.

    Temía que Beatrice fuera como un ciervo, un ser asustadizo del ruido y que acababa siendo tan cauto que no volvía a acercarse. Pero ya parecía tener le ímpetu de siempre. La conversación al fondo del restaurante seguía su curso.

    -Es una de las facturas de Goodwin. Es de un estudio fotográfico.

    Plock se recordó a sí mismo revisando esos mismos papeles en compañía de Lycnh. Había pasado por alto aquel detalle, pero... ¿por qué era tan importante?

    Beatrice se lo explicó.

    -Hace un par de noches, alguien entró en el museo y robó unos vídeos que Armello tenía en su despacho. En realidad, los estaba revisando una colega suya con la que Edric ha estado hablando estos días

    -¿Crees que puede tener relación?

    -No tenemos mucho más...

    Plock repeló los restos de moussaka y salieron a la lluvia.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now