XXVII

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Las finas gotas de lluvia que se precipitaban de las nubes, chochaban silenciosas contra el techo del Atrio de Isabel II. La gran estructura guarecía a la plaza que se extendía en su interior. Edric observaba los pequeños regueros que se formaban en el cristal, preguntándose se estarían creando un dibujo a gran escala. Sentado en la cafetería del Atrio, el agente esperaba Oliva Wolf. Aprovechó el momento para poner sus pensamientos en orden, pero la antropóloga llegó a los pocos minutos. Edric había sido puntual como un reloj suizo.
    Olivia se sentó al otra lado de la mesita metálica, dejando un fajo de papeles sobre la mesa. Apartó su cartera y la colocó junto a sus pies. Dedicó una sonrisa a su comensal. Estaba igual que el otro día, salvo porque las  huellas de la falta de sueño que se abolsaban bajo sus párpados habían desaparecido; ahora su piel había adquirido un suave tono moreno.
    —Siento haber tardado. Esta semana el Museo es un caos.
    —Eso he visto —repuso Edric, recordando el alboroto que había en una de las salas por la que había pasado ese día. Varios conservadores discutían sobre como poner unas vasijas etruscas—. No pasa nada. Acababa de llegar.
   La mujer asintió. Edric pidió un doble de café etíope, sorprendido de que tuvieran. Olivia encargó un moka. Ambos llegaron a la mesa en un par de minutos, aunque la cafetería estuviera casi llena. Edric sorbió el café y comprobó que el sabor era exquisito; ningún café sabía igual. La antropóloga se tragó la mitad de su café en un instante.
    Edric señaló los papeles y rompió el silencio.
    —¿Son los apuntes de Fabricci?
    —Sí, creo que están todos.
    Edric no los cogió, sino que siguió aferrado a su café. El calor traspasaba el cartón y le acariciaba las yemas.
    —¿Me puede recordar como han llegados sus manos? —preguntó, tragando de entablar conversación.
    Olivia le dio otro trago al café y empezó a explicar:
    —El jefe del departamento, Poleman, quería ese despacho y el director no se lo pensó dos veces a la hora de dárselo. El único inconveniente era que las cosas de Armello seguían allí. Llamaron a su familia, que son de Milán, pero ellos no querían nada de eso. Se enfadaron bastante, según me han dicho.
    —Es probable. En comisaría nos están presionando mucho para que permitamos que devuelvan el cuerpo a su familia. Creo que el forense ha acabado su pruebas, pero aún queda una montaña de papeleo.
    —Aquí ocurre lo mismo —repuso ella—. Para exportar o importar una pieza hay que atravesar todo un muro de burocracia, por los tratados que regulan estas cosas, para proteger el patrimonio de alguna mano larga… —apartó sus palabras batiendo el aire con la pala de su mano, y con una tímida sonrisa añadió—. Me estoy desviando del tema. Por donde iba, a ver… Sí, los libros irían a la biblioteca, pero iban a tirar parte del trabajo de Armello a la basura. Y me llevé sus papeles.
    —¿Por qué?
    Ella negó con la cabeza, pero no a su pregunta, sino a una idea fugaz que cruzaba su mente.
    —No podía permitir que su trabajo acabara así, después de tantos años de estudio. Era un buen investigador, Dumm, no merecía caer en el olvido. Estoy revisando sus papeles por si encuentro un trabajo que pueda publicar en su nombre.
    —¿Y lo hay? —preguntó Edric, regalándole otra sonrisa.
    Olivia respondió con otra, pero que no podía enmascarar su tristeza.
    —De momento no hay gran cosa. Solo hay algo sobre Sargón, un jefe Semita. Armello sostiene que pudieron haber intentado ocuparon tierras hasta el Estrecho de Gibraltar. Aún no lo he acabado, pero creo que puede ser prometedor. Se basa en la artesanía encontrada en Argelia hace unos años. Quizá sea publicable incluso.
   Se produjo un silencio momentáneo, mientras Olivia asentía. Edric quería que se volvieran a ver, y que no fuera para hablar de trabajo. La mujer le transmitía gran simpatía, algo que no solía sentir. Además, su inteligencia le había fascinado desde un principio, a pesar de que ella parecía retraída a expresarse. Edric carraspeó.
    —¿Había algo relacionado con la religión hindú?
  Olivia frunció el ceño mientras bajaba la mirada al montón de papeles. El café aún humeaba con un legua blanca de vapor a pesar de quedar un par de dedos del licor.
      —Ahora que lo dice… —dijo mientras sus afilados dedos pasaban de un papel a otro con gran rapidez, hasta que se detuvo en un folio amarillento y lleno de tachones—. Toma.
     Dumm lo cogió y se encontró con una confusa masa de líneas de tinta y varios párrafos de una letra casi ilegible. Habían dibujos simples de manos con ojos y esvásticas con puntos blanco en los costados. Había un número de teléfono de trece dígitos en una esquina del papel. La antropóloga le arrebató el papel con la misma rapidez.
    —Tardé un buen rato en traducir al letra de Armello —explicó con una sonrisa—, pero al final resultaron ser frase sueltas. Es el boceto de un estudio quien parece que estaba realizando en secreto.
    —¿Y de qué trata?
     —Superficialmente, parece que habla de los inicios del jainismo y su evolución. Nada novedoso, pero escribe varias veces “Ladakh”, que es una zona al norte de la actual India y que limita con los valles de Nubras.
     Lo dijo con la mayor naturalidad, mientras Edric sentía que había puesto cara de imbécil. Recordó los dos años que estuvo en la Universidad de Viena, antes de abandonarla para recorrer el resto de Europa. Hasta ese momento, un joven Edric había estudiado filología helénica y criminología. Doble licenciatura. ¿Qué podía fallar? Pues que Dumm se aburriera con la rutina universitaria y decidiera hacer malabares con los horarios. Por un módico precio un compañero algo rechoncho llamado Belch firmaba en su nombre en el libro de asistencias cuando era necesario. A pesar de que Viena era una ciudad por la que pasear durante horas, Edric había desperdigado sus horas en los tejados de la universidad.
     Tenia conocimientos sobre historia y antropología, dos aficiones, pero las palabras de Olivia  se le antojaron incomprensibles. La mujer pareció darse cuenta de su expresión y le sonrió. La sonrisa se contagió en un isntamte, y poco después las dos se convergieron en una risa nerviosa.
    El café de Edric fue desapareciendo de su vaso con el avance de una conversación fluida, y el chocolate del moka manchó los labios de ella. Las palabras fluían, con un par de anécdotas policiales, una historia de la infancia de ella acompañada de su rutina diaria, para luego pasar a los estudios de ambos. Dumm se sorprendió al ver como la antropóloga se las arreglaba para saber todo sobre él.
    Dumm estaba a punto de preguntar por la vida de la antropóloga, pero una voz a sus espaldas lo interrumpió.
    —¡Que excelente casualidad!
    La voz, con finura inglesa, resultó ser la del inconfundible Lance Cranston. El adinerado y mecenas Lance Cranston. Los ojos pálidos brillaban bajo las luces de la cafetería con un destello indescifrable. Parecían ocultar algo siniestro; un sociópata de manual, pensó Dumm al ver como sus sonrisa se doblaba mecánicamente. A su lado una mujer algo mayor que él, observaba al agente como si midiera sus pulsaciones desde lejos.
    —El agente Edric Dumm y Olivia Wolf, la antropóloga estrella de esta exposición —presentó Cranston, antes de girarse hacia él— Le presento a mi mujer..
    —Adeline Host —atajó ella, con una voz fuerte y neutral, sin acentos, a pesar del apellido noruego. No hizo ningún amago de tender la mano, y Edric tampoco se molestó en hacerlo.
   La mujer rozaba los cincuenta, pero se conservaba bien. Unos ojos de un verde oscuro resplandecían, mientras el cabello rubio bajaba hasta los hombros. Su rostro estaba maquillado al milímetro. No se vislumbrabas muchas arrugas, pero Edric había aprendido que las manos eran la parte del cuerpo humano al que mas le pesan los años. Las manos de Adeline Host parecían raquíticas.
    —¿Qué le trae por aquí? —preguntó de pronto Cranston.
    Dumm lo midió con al mirada antes de responder.
    —La investigación. El caso de Armello Fabricci aún no está cerrado, lamentablemente.
    Cranston asintió, resguardando su sonrisa y sacando a pasear un expresión de pena. Parecía sincera, pero quizá fuera un auténtico malabarista de emociones.
     —¿Y la intuición le vuelven a traer por aquí?
    —Supongo. Hay que indagar en cada idea que pueda aclarar algo. Y un lugar tan importante en su vida pude ofrecer algo interesante.
    —Cree que busca un asesino que se esconde delante de sus narices —dijo Adeline.
    Se produjo un pequeño silencio mientras Edric le mantenía la mirada. No fue capaz, y miró al pulido suelo. Había algo en esos ojos felinos que desprendían una fuerza salvaje, inteligente, fría. Los labios cereza de la mujer se tensaron para mostrase una sonrisa mas inquietante que Cranston.
    —Bueno, son sus asuntos —entrelazó su brazo con el de su marido a la altura del codo—. Nosotros deberíamos marcharnos ya, quedan cinco días para la exposición y no hay que perder el tiempo —hubo una mirada fugaz con Olivia que hizo a la conservadora revolverse en su silla. Dumm se preguntó cuanto mandaban la pareja en el museo; seguramente mas que el director.
    Lance carraspeó.
    —Es verdad. Olivia, ¿ya has encontrado buena compañía para esa noche? —dijo girando el cuello sin disimular hacia Edric.
    La figura madura de Olivia despareció y Edric vio algo parecido a un brillo de bochorno en sus mejillas, muy débilmente. Ambos intercambiaron una mirada y una sonrisa.
    Cranston se río.
    —Nos vemos en la exposición —dijo antes de desaparecer entre las mesas.
    Edric los observó marchase pensando en si tendría un traje la mitad de caro para el viernes.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now