XXVIII

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Por alguna razón, Edric Dumm había colocado la foto de una mujer rubia junto a la de Blaine Cranston en la gran pizarra que presidía la sala. En ese momento Plock sentía que la investigación podía ser insufrible. Solo aparecían mas y mas nombres, pero no avanzaban en nada. Se sentó en uno de los escritorios vacíos mas cercanos. Sin embargo, Beatrice estudiaba los rostros como si dentro de ella hirviera una ideas fuego lento.
    Habían traído los objetos del guardamuebles y la forense intentaba encontrar alguna huella. Plock pensó en ese tipo grandullón y de aspecto salvaje, Novak Natoo, y supo que había cometido el desliz de dejar huellas. Y el guardamuebles estaba a nombre del Goodwin; eso lo vincularía sin problemas. Caso resuelto, solo faltaba pillar a ese cabrón.
    Beatrice se giró como un resorte y empezó a caminar hacia la puerta.
     —Vamos, tenerlos que ver a alguien.
    Plock suspiró, y la siguió.

    El apartamento de Grégorie Chevré, el cual compartía con Armello Fabricci, se encontraba en una calle por la que aún hilo de agua ajunto a la acera, aunque hubiera dejado de llover hacía mas de hora y media. El riachuelo seguía hasta perderse en la siente esquina. Seguramente el sistema de alcantarilladlo estuviera mas de un siglo sin arreglase. El sol estaba completamente oculto tras las nubes, pero un calor húmedo envolvía en aire.
    Dejando el coche en media fila, Plock se imaginó que cualquier guardia de trafico estaría dispuesto a llevarse a un Jaguar en la grúa acompañado de una buena multa. Pero una acreditación junto a la ventanilla los protegía. Se apeó de un salto para no pisar un chasquero.
    —Espera —dijo Beatrice, que se había detenido.
    Plock pudo ver porqué se paraban. En el portal del edificio salía una figura, una mujer rubia con un traje negro que realzaba su figura. De su brazo colgaba un bolso y sus ojos estaban ocultados tras unas gafas de sol de marca. Plock se preguntó que hacía allí esa mujer, cuando recordó la imagen en el pizarrón. Adeline Host. Ansel no sabía absolutamente nada sobre ella. Beatrice se acercó a ella sin avisar.
    Adeline se giró en el preciso instante en que una joven con el rostro mas pálido que hubiera visto le hablaba. Plock intentó alcanzarla.
    —Señora Host, soy la inspectora Dumm. Tengo que hacerle unas preguntar. No le robaré mucho tiempo.
    La mujer la miró de arriba abajo con una fina sonrisa en su rostro. De su labios, brillantes como la sangre, salieron unas palabras lentas, suaves, calculadas en cada letra.
     —La segunda vez que me encuentro hoy con un Dumm. El primero me ha gustado mas —tenía el pelo echado hacia atrás, como si se lo hubiera peinado rápidamente—. Pero puedo darle un minuto.
    —¿Conocía a Armello Fabricci?
    —Por supuesto. Era uno de nuestros conservadores en el museo. Conozco a casi todos, sobre todo si su trabajo me fascina.
    —¿Y en que le fascinaban el trabajo de Armello?
     Otras sonrisa tan inescrutable antes de hablar.
    —Los últimos trabajos a los que se estaba dedicando me parecían interesante. Supongo, inspectora Dumm, que estará al tanto de ellos.
    —¿Y el trabajo de Grégorie Chevré también le fascina? —terció Beatrice, sin alterar ni un ápice su voz.
    Plock se contrajo, notando la tensión que se generaba entre ambas mujeres.
    Host asintió sin abandonar su expresión tranquila.
    —Lo cierto es que sí. En mi círculo familiar solemos invertir en muchas cosas. Desde museos y proyectos como el de Grégorie. Somos como mecenas, invertimos en lo que los ignorante no entienden.
    Se hizo un pequeño silencio. Plock empezó a crear una idea en la cabeza. Adeline era una mujer francamente atractiva. Pudo tener una aventura con Armello, y tras su muerte buscarse un sustituto no muy lejos. Eso la traía a su apartamento en aquel barrio tan asqueroso. Quizá fuera eso, pero Plock decidió guardarse esa idea, pensando que quizá pensaba con el pene.
    —¿Me puede recordar en que está trabajando Grégorie Chevré, señora Host? —preguntó Beatrice.
    La mujer miró el reluciente reloj de su muñeca.
    —Básicamente, nanotecnología en la medicina.
     —¿Y eso le interesa?
     Host, se trabó un instante hasta encontrar una respuesta tan planeada con o el resto.
    —Que la medicina avance es un bien a nivel global, ¿no cree?
    —Quizá —repuso Beatrice—. Pero, usted ha dicho invertir. Eso significa que sacará algo de todo esto. ¿Necesita del alguna manera que Grégorie haga sus avances? Por favor, sea sincera.
    Adeline le sostuvo la mirada. Su sonrisa se había esfumado sin avisar y ahora solo quedaba una expresión fría y sin vida. Tras esos ojos verdes, debían de estar barajando sus palabras.
     —Hay cosas que escapan de nuestro alcance. En esos casos las personas suelen entregarse a sus dioses o a la ciencia.
     Beatrice asintió y añadió:
     —La ciencia suele ser mas efectiva.
    —Los dioses son lo que queda cuando la ciencia se queda estancada —miró su reloj por segunda vez—. El tiempo ha pasado. Si quiere hablar mas pida cita o espóseme para llevarme a comisaría y prepare se para la denuncia del año. Y si no, que pase buena tarde.
     La mujer se fue con paso tranquilo.
      Beatrice se giró hacia el portal. Fue a tocar el timbre, pero el teléfono de Plock sonó en su bolsillo. Se revolvió la chaqueta hasta encontrarlo. Se lo llevó al oído y asintió.
    Después de colgar miró a Beatrice.
    —Tendrá que ser en otro momento.



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