XLI

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Unas horas después Plock se encontraba en la parte trasera de una furgoneta comisaría de Southall y poco después un teniente le había indicado que le siguiera. Esos habían sido las causas de encontrarse ahí.

Llevaban una media hora dentro de la furgoneta, pero se estaba haciendo insoportable. Miró a los hombres que tenía alrededor. El único que conocía se había presentado antes como el teniente Hogan. El hombre parecía absorto en sus pensamientos, mientras que el resto conversaban con total normalidad.

-Esa peli es malísima -dijo uno de ellos junto a Plock-. Una mierda.

-Cuidado, tío, estás hablando de la Jungla de cristal -advirtió otro, un tipo moreno de hombros anchos-. El maldito Bruce Willis como Jonh McClane. ¿Qué más quieres?. Y con pelo, no me jodas. La mejor película de acción que se ha hecho.

-Pues a mí me gustó mas esa de Red -repuso un tercero con el aspecto de haber nacido y crecido en Nueva Delhi.

-¡Esa también es de Bruce Willis!

-¡Os queréis callar! -bramó una voz ronca desde la parte delantera.

Plock observó las volutas de humo que despedía Jenkins al hablar. Era el tercer cigarrillo que desintegraba en el trayecto y Ansel ya estaba mas que harto. Comprobó por tercera vez la Glock que Lynch le dio en su momento y se dio cuenta de que el resto le imitaba. No le cabía duda de que los demás estaban tan nerviosos como él. Parecían recién sacados de la academia, al estilo del propio Plock.

-Ya estamos -anunció Jenkins.

La furgoneta giró y aparcó.

-Ya sabéis el plan de acción. Moore y Tylor, os quedáis aquí y vigiláis la calle. Clark y Márquez, acompañáis a dentro a Ansel y al capitán Dumm. Los demás ya están colocados por ahí y os seguiremos.

Los hombres de Jenkins asintieron y los dos primeros se levantaron para apearse en su punto. Jenkins llamó su atención por última vez.

-Todo va a salir bien, ¿Vale? ¡Yippee ki yay, hijos de puta!

Al apearse de la furgoneta, Plock sintió como el sol se clavaba en sus ojos sin piedad. El sol ya se escurría por el horizonte, bañando las calles cada vez mas deseiertas del Southall con un espeso tono anaranjada. Era una tarde bien agradable. El barrio parecía tranquilo como anunciaba Jenkins, y cuando Plock se apartó de la furgoneta con un andar normal y despreocupado, a nadie pareció importarle.

La zona le sonaba de su visita con Betrice. Sí, debían de haber pasado por esa misma calle.

Bajó por la acera hasta un pequeño cruce que dividía la hilera de casas. Una mujer con un galgo le saludó al pasar por su lado. Quizá se hubiera confundido. Plock se giró y la observó alejarse. Era guapa, con tez morena y un cuero curvilíneo. El perro caminaba a su lado sin correa ni aparentes ganas de escapar. Plock apartó la idea de presentarse y probar suerte. Dumm estaba allí mismo.

Apoyado en una pared de una panadería, el capitán le saludó con la cabeza. Estaba solo. Según se había acordado en comisaría, otros cuatro agentes a cargo de Dumm estaban estratégicamente colocados en algunas calles.

-¿Están todos en su sitio?

-En teoría. Han bajado todos, eso sí.

-Supongo que habrá que fiarnos de eso. Vamos.

Con la mayor naturalidad posible, siguieron bajando la calle. Hoy volvía a haber mercadillo como la última vez. Dos por semana, pero había una multitud casi tan grande como la última vez. Algunos empezaban a irse y un par de puestos estaban recogiendo, pero Plock sabía que el Southall recibía mucha actividad nocturna por el turismo. Estaba bien, pero esperaba que la casa de Natoo no estuviera en pleno mercado.

Y no era así. Estaba apartada, en un callejón, como había dicho Jenkins, con el suelo cubierto de grasa y tierra. El camino estaba flanqueado por dos filas de casas tan juntas entre ellas que parecían fundirse entre sí.

-Que bien, todos puntuales -dijo una voz a su lado.

Márquez le dio un pequeño golpe en la espalda para darle ánimo. Edric asintió y les indicó la forma en la que se repartirían. Cuatro hombres para una callejuela estrecha, no había mucho que repartir.

Habían un par de metros de ancho por los que moverse. Edric y Márquez pasaron primero, luego Ansel y Clark. Todo estaba en silencio, lo único que alcanzaba a oírse era el murmullo amortiguado del mercadillo. Tampoco había nadie, pero Plock se sentía extrañamente observado.

Aquella era la casa de Chandra Barthwal. Allí encontrarían las respuestas que lo solucionarían todo.

La puerta estaba casi al final: una simple fachada arrinconada entre otras dos, con una cortinilla de bolitas meciéndose a la brisa. Un soplo frío llegaba desde el interior

Edric desabrochó el arma y les hizo una seña para que se prepararan.




La mujer del galgo giró tras dejar a ese hombre que claramente era de la policía y se metió en la segunda casa de la calle, que estaba completamente abierta. Ya dentro, usó el pequeño patio que conectaba las casa. El animal se detuvo con un gesto mientras ella subía por una pequeña escalera que desembocaba en un pasillo oscuro.

Allí hacía frío y olía a sucio, pero entró en una de las habitaciones sin llamar.

-Ha venido la policía.

-¿Qué? -preguntó una voz ronca en el fondo de la oscuridad. Él también estaba sorprendido de que los hubieran encontrado.

-Están ahí fuera. Creo que van a entrar.

Novak salió al borde de la puerta y la miró con ira. Tenía el brazo torpemente vendado y sus ojos estaban hundidos por su estado. No podrían haber ido a buscarle en peor momento; ahora necesitaba descanso.

-Me voy. Entretenerlos.

La chica asintió y desapareció por la escalera. Novak se giró y aporreó otra puerta cercana. Instantes después salía un chaval de unos catorce años. Miró a Novak como si fuera el general mas temible. El gigante le tendió algo que cogió con firmeza.

El cuchillo brillo en la penumbra. Correría sangre.

-Anand, ya eres un hombre. Haz lo que sea necesario.

Huesos para Adhira Donde viven las historias. Descúbrelo ahora