XVII

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-¿Que te parece? -preguntó Lynch, mientras volvía sobre sus pasos en el camino de salida del museo- Ese tal Poleman... no me huele bien.

-Sí, su colonia olía raro -ambos soltaron una pequeña risa, pero Dumm recuperó su típico tono serio-. En realidad, Armello Fabricci tenía mas motivos para matarle a él que al revés. Parece que había gran rivalidad entre ellos. Aunque quizá temiera que volviera a quitarle el puesto de director de exposición. Eran enemigos, eso está claro. Quizá lo matara tras planearlo desde hace tiempo.

-Habrá que investigarlo -el agente señaló a un lado del pasillo-. Vamos por ahí.

Se adentraron en pasillo mal iluminado y cerrado al público, para atajar el camino. Solo hubo que apartar una puqurcha valla de plástico amarillo que prohibía el paso al "personal no autorizado". Lynch notaba que sus piernas ya estaban entumecidas de tanto andar. A eso se le sumaba que la noche anterior casi no había dormido y sentía sus párpados pesados.

Bajo sus pies el suelo se convirtió en tablas de una madera oscura y lisa, devolvía ligeramente el reflejo de los electrógenos del techo y de las vitrinas. La sala parecía terminada, brillante como si los hubieran encerado cada centímetro. Dentro de las vitrinas, los objetos expuestos (figuras inexpresivas de grandes ojos, y de arte africano) les observaban bajo el pastoso tono amarillento de las luces.

Lynch se sorprendió. Por alguna razón, le parecía que las paredes estaban salpicadas por miles de ojos. Y todos parecían mirarle desde otra dimensión.

-No pueden estar aquí, señores.

Al levantar la mirada de lo que parecían pequeños anzuelos, pero que en realidad eran piercings muy rudimentarios, se encontró con una figura que observaba otra gran vitrina. La urna contenía una estatuilla negra con largas extremidades y ojos blancos.

-¿Quien es usted? -se oyó preguntar a si mismo Lynch. El hombre no parecía ni por asomo ni un conservador ni un obrero.

El hombre no se molestó en responder; apartó la mirada de sus profundos ojos negros de la estatuilla y los fijó en el agente.

-Es zona restringida -Knolwton ni siquiera sabía porque lo decía, no era sunto suyo. Pero cuando quiso darse cuenta, ya se estaba acercando al hombre.

-Lo mismo les digo -dijo sin cambiar un ápice su expresión.

Vestía un impecable traje hecho con un corte milimétrico. Camisa azul oscuro de algodón y una chaqueta negra que le quedaban como un guante. Para rematar el vestuario, una corbata blanca como la cáscara de un huevo. Era alto, casi metro noventa quizá. Llevaba el pelo de un castaño claro peinado ligeramente hacia atras.

-Policía -repuso Lynch señalando levemente su placa.

El hombre ni la miró.

-Lance Cranston -se presentó, su sonrisa se había borrado, pero no parecía reflejar que estaba nervioso.

Lynch se acercó un poco mas y un aroma exótico invadió ligeramente sus fosas nasales. El tipo parecía el típico empresario que considera la vida como una oportunidad para ganar dinero, pero mantenía en su mirada una relajación de quien no tiene ninguna preocupación. Edric también se acercó y le tendió la mano. Lance Cranston la aceptó.

Lynch también se ofreció y el hombre le estrujó la mano llevándosela hacia él. El agente la apartó, molesto.

-¿Qué hace aquí?

-Dar una vuelta.

Lynch suspiró, cada vez mas irritado.

-Soy uno de los inversores de la exposición -explicó Cranston con una mueca divertida-, y tengo acceso para pasearme por aquí. Supungo que soy un mecenas, un Médici contemporáneo.

-Entonces, ¿se dedica a a eso, a invertir en cosas así? -preguntó Dumm, que no apartaba la mirada del hombre.

-Bueno, mi trabajo es... moldeable -repuso casi riendo-. También pongo mi dinero en pro de la ciencia, la cultura, medicina. Pero mi fortuna viene del negocio familiar.

-Y ese es...

-La armamentística ¿No le suena la marca "Browning"? Mi familia se dedica a las armas desde hace varias décadas. Yo soy uno de los copropietarios de la marca, junto a mis hermanos.

Lynch lo volvió a mirar de arriba a abajo. Había tenido en sus manos armas de los Browning, incluso tenía un B-325 en una pequeña casa de campo en Essex. Funcionaba a la perfección y había pulverizado a un par de ardillas despistadas. Lynch apenas había disparado unas pocas veces con ella hacia varios años, pero le entraron ganas de desempolvarla y practicar un poco.

-¿Entonces le dejan pasear por aquí como si nada?

Cranston se encogió de hombros.

-En realidad, gran parte de las piezas son mías -señaló un tapiz de piel con pinturas blancas y rojas en forma de dedos-. Ese tapiz mursi, por ejemplo, es mío.

-¿Y la estatuilla de la vitrina?-preguntó Dumm.

Cranston miró la vitrina y río entre dientes, mientras acariciaba su afilada barba de chivo.

-Ojalá fuera así.

Lynch se asomó. Dentro del cubículo de cristal había una estatuilla de casi un metro de altura, muy parecida a la anterior: con las extremidades muy finas y el rostro alargado, pero ésta tenía las caderas algo mas anchas. Estaba coronada por un pequeño objeto parecido a una mora, con muchos bultos redondeados. Uno de sus largos brazos desembocaba en una mano abierta, y la otra cerrada.

Abajo había una inscripción que rezaba: Mbaba Mwana Waresa, cultura zulú.

-La diosa de la fertilidad -dijo Cranston-, y de la cerveza.

Lynch se río. El había nacido gracias a ambas cosas, sobre todo de la segunda.

-¿Y viene mucho por aquí? -acertó a preguntar el agente.

-Sí, me gusta el ambiente. Además de que siempre estoy metiendo las narices en el trabajo de los demás. En este caso, el de los pobre conservadores.

Volvió a reír, pero Dumm seguía con la misma expresión glaciar que al principio.

-¿Conocía a Armello Fabricci?

El armero pareció preguntarse si tenía algo que ven con la víctima.

-Creo que me suena. Era conservador, sí. ¿Es el que encontraron muerto el otro día?

-Sí.

-¿Cuando lo vio por última vez?

Cranston pareció hacer ademán de pensarlo.

-Quizás hace una semana. Creo que era el directo de exposición, y hablamos de como estarían puestas algunas cosas -esperó unos instantes, pero como ninguno de los dos agentes dijo una palabra, preguntó:-. ¿Quieren saber algo más?

-No -repuso Dumm.

Cranston se despidió ladeando aa cabeza y se fue con unos pasos mudos. Lynch lo observó mientras desaparecía, no le caía del todo bien. Eso no importaba, seguramente no tendtía que verle mas.

-Vamos.

Mientras se iba, Lynch sintió que en su espalda estaban clavados miles de ojos.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now