XXXIII

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    El ventilador parecía quejarse del trabajo sobre la cabeza de Ansel, que intentaba acomodarse en el sillos de aquella cafetería a la que Lynch le había traído casi arrastras. Debía haberle caído bien, pues el viejo agente había insistido demasiado en que le acompañara. Eso era bueno, le daba la oportunidad de arraigarse mas a es aparte del cuerpo. Si todo salía bien, se quedaría en Homicidios para siempre. A la mierda con patrullar, eso no era para él.
     El pequeño local al que Lynch le había arrastrado tras dejar al capitán en el Museo Británico, se encontraba encajado entre dos callejuelas cerca del London Eye. Estaba practicamente vacía, olvidada en una zona tan transitada.
    —Han cambiado la carta —sopesó Lynch, examinando un cartón morrón con fotos de postres. Parecía que la lectura le gustara.
     Plock, en cambio, aún no había ni mirado la suya. Dejó la chaqueta a un lado y le echó un ojo. Parecía hecha para un público bien goloso. Se decidió por unas tostadas normales y un café. No podía permitirse derrochar su tiempo pidiendo pasteles. Necesitaba pensar.
    Sacó una carpeta de papel manila y sacó varios papeles. Eran recibos de la tarjeta de crédico de Dwith Goodwin, cortesía de su querida exmujer. Eran veinte folios llenos de números; las fechas se rememoraban hasta cinco años atrás, cuando Goodwin abrió una cuenta en ese banco. La lista estaba replete de facturas de lo mas variadas: facturas telefonicas, zapatos de piel en Jonh Lobb, la factura en un studio fotográfico, articulos de montañismo… solo era el comienzo del resumen de tres años, cuyos gastos, curiosamente, habían disminuido desde…
    -Es de mala educación estar con cosas en la mesa, Ansel -informó Lynch, con un extraño tono casi paternal.
    Ansel levantó la Cabeza. Ya habían traido su café, que humeaba en el centro de la mesa.
     -Tambien es de mala educación estar con los codos sobre la mesa -repuso. Bebió un sorbo de café hirviente mientras veía por el rabillo del ojo como Lynch apartaba los codos.
    -Bien visto…
    Las facturas de Goodwin acbaban repentinamente dos días antes de su muerte. Bueno, casi repentinamente: el día tan marcado, compró un bocadillo y una lata de 7-Up por la mañana en una tienda abierta las venticuatro horas. Plock recordó el destello verde en la papelera del despacho de Goodwin. Algo en él le decía que un bocadillo rancio y un refresco caliente no le dieron las suficientes ganas de lanzarse desde lo alto de Covent Garden.
     Un chasquido en la mesa le hizo levanter la cabeza de los papeles y descubrir que en la mesa habían dos platos. Plock engulló su tostada sin pensarlo. Lynch, en cambio, había pedido unas tortitas que se encargó de envolver con miel. El agente cortó un trozo con soltura y empezó a comer. Plock volvió a bajar la mirada ,pero una mano huesuda se interpueso entre él y el papel.
    -Vamos a desayunar tranquilos -dijo Lynch, apartando la mano.
    -Hay que acabar esto pronto, se está allargando mucho. Ya lo sabe.
     Lynch suspiró mirandole fríamente a los ojos.
     -Tienes razón, hijo. Pero yo siempre hago un ritual con quien se une a mi departamento. Es como una prueba. Eso no lo sabes. El caso es que siempre me llevo al novato a esta bonita cafeteria y hablamos un poco. Y por nada quiero que estes con eso.
     -Olvida que yo no soy de su departamento. No debería estar con esta investigación.
    Lynch le mantuvo la mirada unos instantes. Habia algo en aquel rostro con el aspecto de cuero mojado, en como le había llamado “hijo”que le hizo sentir algo parecido al miedo, un respeto por su supuesto superior. Asintió, cortando de nuevo otro trozo de tortita.
     -Tambien tienes razón ahí. No estas en el departamento de Homicidios, puedes irte, pero deja los papeles. Enhorabuena, estás fuera del caso.
    Plock tardó un instante en procesar las duras palabras del hombre. Fuera del…
     -¿Que? No puede echarme. Estoy en el caso desde el principi. No pued…
    La risa entre los dientes negruzcos de Lynch le hizo callar de golpe.
     -Tranquilo, era una broma -dijo, riendo para sí-. Era la prueba, y la has pasado, estás en el caso. Pero jamas me digas lo que puedo o no puedo hacer, soy lo suficientmente estúpido como para equivocarme sin tu ayuda.
    -Bien, pero agradecería que no me llamara “hijo”.
    -Sin problema -se llevó la taza a los labios y su cuello se contrajo al tragar una gran cantidad de té helado-. Deja los papeles, ¿quieres?
    Plock los guardó pesnandp en como había jugado con él como si fuera un niño, como un iluso. Sin embargo, el teniente le había caído francamente bien. Todo el mundo en la zona conocía al viejo policía que siempre parecía lucir una sonrisa radiante y un pelo ralo peinado a cepillo. Mucha gente le acompañaría a la tumba, algo que debería reconfortar su alma confusa. Ya casi había acabado su desayuno.
    -Ansel, eres católico, ¿verdad?
    La pregunta le pilló por sorpresa.
    -Pues sí, aunque no soy practicamente. ¿Por qué lo pregunta?
    -Por nada en concreto. Simplemente, me lo has parecido. Tampoco soy practicamente, ni bendigo mi mesa. Creo que la religion es como el comodín que necesitamos cuando nosotros somos incapazes de ser dioses. La amoldamos a gusto del creyente. ¿No crees?
     -Supongo que puede verse así.
     -Claro, piensa en el tal Novak Natoo. Es un radical del hinduísmo, o al menos eso es lo que parece. Pero lo que practica él no tiene nada que ver con esa religion, sino que es algo creado por una mente enferma como la suya. Menudo ejemplar.
     -Beatrice tiene una teoría parecida. Bueno, es igual.
     -¿Y tú que crees que le pasa a nuestro amigo gigante?
     Plock lo sopesó unos instantes, alzando el codo para sorber los últimos suspiros del café. Estaba amargo, a su gusto.
      -Creo que está hacienda una especie de sacramento, pero debe ser invencióm suya, no de una septa o religion muy conocida.
     -¿Por qué dices eso? Podría basarse en algun rito conocido.
     -No me he explicado muy bien. Quiero decir que lo que hace es parte de su extremismo, un rito o algo así. Quizá no sea muy conocido, y su organización sea muy pequeña.
    -Es posible. Pero no responde a la gran pregunta.
    -¿Cual?
    -¿Por qué está hacienda todo esto ahora? El primer cadaver es de hace mas de un año, y ahora vuelve a actuar. Su ritual se basa en algo que relacionaba a Armello Fabricci y a Goodwin.
    -El criptex -aseguró Plock sin titubear. La imagen de aquel pequeño cachibache le había rondado la cabeza esos días-. Lo que haya dentro tiene que ser el centro de todo esto. Goodwin murió tras lanzar el criptex al teatro Linbury.
     Lynch carraspeó, dejando un billete arrugado entre los platos vacíos en la mesa. El sol ya había terminado de despuntar en el horizonte y alguna que otra persona se acercaba a la barra para pedir el primer alimento del día. Casi parecía la señal que les mandaba el universo para indicarles que había que hacer algo.
     El teniente se levantó:
     -Recemos porque esto acabe pronto.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now