XLVIII (Primera parte)

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Habían pasado casi veinticuatro desde que Natoo había irrumpido en la casa, y Beatrice aún sentía su energía pegada en las paredes, en las escaleras, en el aire en forma de un aroma rancio. Había dejado su huella, pero Beatrice no le daba mayor importancia. Aún así, había echado el pestillo a las ventanas de ambas plantas y a la puerta principal, y había colocado una estantería con latas contra la plancha que habían utilizado para cerrar la despensa.

Beatrice no se sentía nerviosa, sobre todo por la Walter PPK que descansaba sobre su mesa en el sótano.

Eran un poco antes de las once y solo le faltaban un par de detalles. Miró de nuevo la tarjeta identificativa del hospital. Sobre el espacio en el que antes figuraba el nombre de Horacio Galván, ahora se nombraba a una tal Úrsula Galván. Para colocar un nombre con el mismo tipo de letra y color de fondo, Beatrice había cogido un libro descansaba en la biblioteca de los Dumm y al que, si era sincera, no había echado un vistazo en mucho tiempo: Cien años de soledad y recortó el nombre de Úrsula Iguarán. Luego se apropió de la palabra "urgencias" de una novela de Robin Cook con el mismo aspecto. Pegó con acrílico las letras y blanqueó su contorno para disimular el contraste entre los tres papales. Quedó perfecto, solo un ojo muy atento se daría cuenta, pero aún quedaba lo mas importante.

Temía que algún médico del St'Thomas la reconociera por sus visitas al propio doctor Galván, además de por su aspecto. Debía pasar desapercibida. Había tardado casi una hora en maquillarse por completo. Se recogió la melena blanca aplastándola contra su nuca como una caracola perfecta -Fibonacci se sentiría orgulloso- y se colocó una peluca y la peinó para que quedara natura. Ahora era morena, con el pelo castaño cayéndole perezoso sobre los hombros con un pequeño tirabuzón.

Lo más pesado fue sombrear su piel de ópalo pulido con un tono mas saludable. Tras unas cuantas pasadas con la brocha, empezó a tomar un color mas oscuro. Al terminar, seguía siendo pálida para una persona normal, pero era suficiente.

Remató la faena con dos añadidos más. Con sumo cuidado, se colocó dos lentillas. El contorno rojizo de sus pupilas se tornó gris cuando abrió de nuevo los ojos.

Se acercó a un espejo cercano para observar el resultado. El disfraz resultaba perfecto. Sin embargo, sabía que tras esa máscara, seguía escondida Beatrice, y jamás podría huir de ella.

Plastificó la tarjeta con la nueva foto y se preparó para salir, sin olvidar de echarse a la mochila la Walter correctamente cargada.

Chispeaba débilmente pero Beatrice decidió caminar hasta el St'Thomas. Era mas seguro, y con su nuevo aspecto no corría peligro. No llevaba paraguas y las pocas gotas que caía leacariciaban su rostro sabían a auténtica libertada. Pensó e dar una vuelta mas antes de ir directa la hospital, pero se dijo que debía seguir el plan.

Sin embargo, notó algo raro al mirar en derredor. Ninguno de los transeúntes se giraban para mirar su piel. Era igual que los demás, sin añadidos extravagantes. Si acaso, un joven la miró de arriba abajo al pasar, pero Beatrice le restó importancia. Debía de tener buen aspecto. Se dijo que no había sido tan mala idea olvidarse se su piel unas horas.

Llevaba una bata de médico sobre su antebrazo porque abultaba demasiado en la mochila de tela negra. Llevarla así también formaba parte de su disfraz.

Llegó al St'Thomas en unos minutos y entró sin prisas por la entrada principal. Nod debía parecer nerviosa. Una pareja de ancianos pasó por su lado sin mirarla. Había un par de personas sueltas por el vestíbulo, pero no se asemejaba con la confluencia que llenaba la zona por las mañanas. Pasó junto a la recepción circular del centro sin que ninguna de las dos recepcionistas se percataron de su presencia. Ojalá fuera toda la noche así.

Se metió en el baño de mujeres. Por suerte, estaba vacío, pero optó por meterse en uno de los cubículos para cambiarse. En el pequeño espacio se vistió con ropa blanca que podía pasar por el uniforme del St'Thomas. Para rematar, se colocó la bata de médico con la tarjeta de plástico al cuello y la Walter en un bolsillo interior.

Subió a la primera planta por las escaleras. La planta estaba reservada para la UCI. Un par de personas discutían a su derecha junto al ascensor. Por suerte, ninguno la vio.

Beatrice subió el siguiente tramo de escaleras y llegó a la siguiente planta. A su derecha se alargaba el ala de maternidad y a izquierda la zona de consultas. Para sus sorpresa, el pasillo estaba a oscuras, pero unas luces se encendieron cuando llegó al rellano de la escalera. Vio sensores de movimiento a cada pocos metros.

Al poner un pie en el pasillo, una puerta se abrió a su lado. Pensó en bajar de nuevo las escaleras, pero un celador salió con agilidad de la habitación arrastrando tras de sí un carrito lleno de plásticos. Al cerrar la puerta, se tropezó con la mirada de Beatrice.

-Oh, hola -dijo él, saludándola tras el carrito. Quizá sus manos no estuvieran especialmente limpias- ¿Eres nueva?

Beatrice analizó al joven. Debía tener mas o menos su edad, aunque sus gruesas manos estaban llenas de cayos. Su rostro, redondeado por una fina barba que aún no se había espesado, la miraba perlado de sudor. Parecía cansado, sus ojos eran los de un cordero desganado.

-Sí, empiezo esta noche -recordó que en aquella planta no pintaba nada-. Ando un poco perdida.

El hombre esbozó una sonrisa. Parecía satisfecho de haberse topado con ella.

-Deberías ir al staff. Allí te indicarán cuando empiezas los turnos, te presentan... En cuanto deje todo esto, bajaré para recoger mis cosas -miró en derredor, perdiendo un instante la mirada en el largo corredor para mirar los nuevos ojos grises de Beatrice-. Llevo desde las nueve de la mañana... Estos turnos son un infierno. Ya sabes.

-Ya.

El hombre no apartó sus sonrisa.

-Soy Adam, y tú ... -se apoyó en el carrito para echarse hacia adelante y ver mejor la tarjeta que ella llevaba al cuello- Úrsula, ¿no?

-Claro.

-Claro, claro jajaja -miró de nuevo hacia atrás a pesar de que las luces estaban apagadas-. Mañana libro, si no tienes turno, podríamos ir a tomar algo...

-O no.

La respuesta cortó el aire y enmudeció el corredor. Adam asintió y empezó a reír algo nervioso.

-Jajaja, está bien. Buena suerte.

Aprovechando que las puertas se habían abierto, el celador empujó su carrito hasta el ascensor y pulsó el botón de inmediato. Saludó a Beatrice con una sonrisa fingida hasta que las puertas se cerraron.

Volvía a estar sola.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now