XX

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Edric Dumm llevaba inmerso en  pensamientos durante mas de tres cuartos de hora, cómodamente sentado en su silla y con los pies en el escritorio de formica. El pequeño despacho que poseía Edric en la comisaría estaba situado en una esquina del edificio, y estaba ordenado con sumo cuidado hasta el último detalle. Así era el entorno en el que gustaba trabajar, con todo controlado. El único desorden era el café, ya frío, sobre el escritorio, acompañado de una carpeta rebosante de folios.
   El escritorio de madera oscura era el centro del habitáculo, y sobre el estaban las figuras de dos jirafas de cobre con las patas y el cuerpo finos como lápices. Ambas figuras miraban a la ventana. A un lado, una estantería llena de libros, junto a otra con papeles de varios casos. Dos plantas a cada lado y una pequeña jaula con un canario casi anaranjado que permanecía callado en su interior. En las paredes había una recreación de varios dibujos de Franz Kafka. En la otra pared, una maraña de fotos e hilos creaban el mapa conceptual que tenía Edric del caso.
   El único sonido era el suave zumbido del aire acondicionado. El agente estaba frente al mapa de hilos con los ojos cerrados. Ya recordaba de memoria todos los datos del caso, todos los rostros y su respectivos dueños, todos los lugares y horas. Aún así, no conseguía hallar el móvil por ninguna parte. Volvió a repasar todo lo que había conseguido saber, tras muchas llamadas, lo que pasó durante las últimas horas.
    Según una limpiadora del museo algo cotorra, Armello Fabricci habría discutido con su compañero, Blaine Coleman, y se había ido hecho una furia del museo. Esto había sido corroborado por el propios Coleman. A las seis y cuarto, Armello llamó a su compañero de piso, Grégorie Chevré, para ir a tomar unas copas en Clocker’s, pero el conservador no apareció.
   Hay se le perdía las pista.
   Aún se estaban pidendo las grabaciones de las cámaras de seguras, quizá con ellas…
   El viejo teléfono que descansaba en la mesa empezó a sonar con un incisivo chirrido y Edric dio un pequeño salto en su silla. Lo había pillado por sorpresa.Alargó el brazo sin levantarse y respondió con voz calmada:
    —¿Sí?
    Tras lo que pareció un titubeo, la voz de una mujer habló desee la línea.
    —Ah, sí. Soy Olivia Wolf. Nos conocimos ayer. Vino a mi laboratorio preguntando por Armello. ¿Recuerda?
    Edric se acordaba perfectamente de la conservadora.
    —Sí, claro —hubo un pequeño silencio—. ¿Que quería?
    —Esta mañana me he pasado por el laboratorio de Armello —empezó a explicar—, para buscar unos papeles que le di para que les echaqra un vistazo. Son para la exposición, y los necesitaba. Me he encontrado que todo estaba desordenado. Eso no es propio de Armello.
    Edric tomó nota mentalmente. Al fin había un comportamiento extraño en la víctima.
    —Era como si hubiera rebuscado por todas partes.
    —¿Y ha encontrado algo?
    —Sí, sobre su escritorio. Había un pequeño cuaderno, estaba abierta de par en par por la mitad. Era como su agenda personal. La última entrada es del día que murió.
    Edric se revolvió un poco en su asiento, poniendo todavía más atención a las palabras de Olivia.
    —Pone: ocho menos cuarto: Rajan. —pronunció la jota como una elle.
    —¿Rajan?
    —Sí, parece un nombre.
    —¿Y no aparece nada mas?
    —En esa anotación, nada. Pero me he llevado los papeles de Armello.
    Edric se ladeó la cabeza de manera inquisitiva, como si Olivia estuviera ahí.  Eso le sorprendió.
    —¿Como que se las ha llevado?  —preguntó el agente, lo mas calmado que pudo.
    Olivia pareció titubear de nuevo.
    —Me los he tenido que llevar a mi despacho. Iban a limpiar el de Armello, a tirarlo todo. Parece que la familia de Armello no tenía mucho interés por sus papeles y han rehusado que se los mandara. En el museo tampoco los querían, y los han mandado tirar. Yo me los he quedado, por si le valían a usted para algo. La dirección del museo ya le ha dado el despacho a otro.
    —Déjeme adivinarlo… Poleman —dijo Edric, con el tono más amigable posible.
    La antropóloga se rió a través de la línea.
    —Siemrpre ha sido como una hiena, al acecho de la carroña.
   Edric asintió, esa era la impresión que le había dado el conservador. Parecía inteligente, aunque mezquino. No le había caído exactamente bien. Parecía estar esperando su momento. Pero eso no quería decir nada de que fuera el asesino. Es mas, Edric dudaba de que Poleman pudiera hacerle daño a su adversario. Parecía mas alguien que conseguía lo que quería ganándose la amistad de quien debía, solo para subir de escalafón.
    —Si quiere —dijo la antropóloga—, puede venir al museo y se los doy. O puedo ir y dárselos, aunque estoy algo ocupada.
    Edric lo pensó un instante. Los papeles podrían ser realmente importantes a la hora de hacer el victiminológico.
     —Tambein podriamos tomar un café mañana —sugirió—. Quizá me cuente algo que sirva para la investigación.
    Hubo un pequeño silencio hasta que la conservadora repuso:
     —Claro, me parece bien.
     Tras una pequeña despedida, ambos colgaron. Edric volvió a mirar la pequeña maraña de cables y nombre. En otras ocasiones ese mar de cables había sido insondable, irreconocible a su vista. Aunque esta vez estaba algo vacío, estaba seguro de que el mapa conceptual del caso pronto se llenaría.
     El nombre de Olivia Wolf también estaba, unido con un cable a la víctima. Edric tenía razones de sobra para sospechar de ella. Pero que ella quisiera ayudarles le desconcertaba. Quizá no tuviera nada que ver, pero Edric no podía alejar sus sospechas de la antropóloga.
   Fuera como fuese, había quedado con ella. Así podría conocerla mejor. La primera impresión había sido buena, parecía una mujer realmente lista e interesante.
     Pensando en cual sería el siguiente paso para la investigación, el teléfono volvió a rugir.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now