XXXV (segunda parte)

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Una silla recubierta de tela dorada se había materializado duarte el estupor de Olivia, que se sentó sin pensarlo. Ahora solo estaban ellas y la mesa con romero como mediadora. La figura de Sibilla se había convertido extrañamente en lo mas imponente que podía imaginar. Tan poderosa...

Con un movimiento de muñeca, la anciana sacó un pequeño saco de tela negra que abrió con sumo cuidado. Con los dedos firmes, fue sacando unos cristales de forma ovalada como un canto de río con la apariencia del diamante mas puro del mundo, y fue formando frente a la joven una especie de triangulo sin base vuelto hacia abajo, apuntándole directamente a ella. Enseguida comprendió que era aquella figura: el símbolo primitivo de la mujer, el cáliz, la representación pagana de la Diosa Madre. Aquello no podía estar mas relacionado con la brujería.

-Escoge una, Olivia -indicó0 la strega con voz calmada-. La que quieras excepto la del centro.

Habían nueve gemas. Un número, pensó, bastante simbólico ambiente. Cuatro en cada lado. Olivia eligió la segunda piedra partiendo del centro del lado izquierdo. La colocó delante suya sin saber que hacer.

-Envuélvela con tus manos, no puedes mirarla.

Olivia así lo hizo, dispuesta a llegar hasta el final de aquella locura. Sibilla asintió y comenzó a preguntar sin ningún pudor.

-¿Crees en lo que hacemos la gente como yo?

-No sé muy bien lo que hace "la gente como usted".

La manó de la bruja estampó su mano contra la mesa.

-Soy una strega, ragazza, utilizo la magia del mundo y ella me utiliza a mí. Eso es lo que hacemos la gente como yo. ¿Crees en ello?

-Quizá.

La anciana asintió, nuevamente satisfecha.

-Eso me gusta. Si me hubieras dicho que sí, lo habríamos dejado, yo no ayudo a gente estúpida que cree sin saber. Hay que descubrir lo que se esconde para creer en ello y creer en ello para saber lo que se esconde.

Olivia sintió que en aquella sala empezaba a hacer mas calor. Aquello empezaba a presionarla.

-¿Crees en Dios?

-A veces.

-¿En qué día naciste?

-Trece de noviembre.

-Este año cae en luna llena. Muy bien. ¿Cuándo hiciste el amor por primera vez?

Olivia sintió la sangre colorear su rostro. Aquello cada vez tenía menos sentido.

-¿Qué clase de pregunta es esa?

-La que yo hago. Responde con sinceridad, querida.

Olivia suspiró.

-A los dieciocho.

-¿Cuál fue la primera muerte cercana que recuerdas, Olivia?

Estuvo a punto de marcharse, pero algo la detuvo. Un impulso por acabar con eso. Hizo, de nuevo, tripas corazón, y repuso.

-Mi abuelo Douglas, cuando yo tenía siete años.

-Está bien. Puedes abrir tus manos y ver.

Olivia se sorprendió aliviada que el chaparrón de preguntas hubiera acabado. Apartó las palmas de las manos muy lentamente y bajó la mira. Sintió que algo dentro de ella daba un brinco de sorpresa. El cristal antes transparente ahora se había teñido de un rosa rojizo, tan vivo como la sangre.

-¡Vaya! -exclamó la anciana, mirando a Edric com si esperara de él un explicación- Hacía tiempo que no veía un rosa como este. Dime, Olivia, quieres tener un hijo, ¿cierto?

Pero Olivia seguía mirando el cristal que había cambiado de color sin aviso y parecía... No, no podía ser magia. Debía de ser algún truco de trileros. El cristal debía de contener algo que, al contacto con la piel...

Recordó que era el centro de las miradas e intentó responder, pero Edric se adelantó.

-Ya está bien, Sibilla. Nos tenemos que ir ya.

Olivia le habría agradecido sus palabras, pero temía que aquella mujer le diera la vuelta las palabras.

-Vale, pero dile a Beatrice que venga a verme -repuso Sibilla, sacando de su camisón una cajetilla metálica que contenía unos cigarrillos finos de papel marrón-. Me gustaría verla, y ya no venís nunca a verme. Os debería avergonzar

Cogió las fotografías y las observó unos instantes con la mirada seria.

-Sea lo que sea esto, teneís que arrancarlo de raíz. Tiene una intención enfermiza, está jugando con algo con algo que no debe.

-¿El qué?

-Eso no lo sé. Querido.

Olivia recorrió el pasillo con los pies ligeros hasta encontrase en la puerta. KaÏne dejó la mano en el pomo, sin abrirla. Al mirar atrás, se encontró con que Edric y la strega estaban hablando en voz baja al otro lado del corredor. La expresión de ambos era seria, tensa. Finalmente, Edric se despidió de la anciana, acercándose a la puerta y el

criado abrió la puerta.

Olivia respiró una profunda calada de airefresco, sorprendida de la cantidad de gatos que se habían amontonado alrededorde la entrada. Parecían hambrientos.    

Huesos para Adhira On viuen les histories. Descobreix ara