XLV (segunda parte)

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    Deshizo sus pasos hasta llegar de nuevo a la casa. Para su alivio, unos cuantos coches de policía se encontraban aparcados en la acera, y uno grupo de agente rodeaba la salida del callejón. Y lo mejor de todo, una multitud de curiosos se había amontonado alrededor. Edric pasó entre ellos y se acercó a en Jenkins, que fumaba un cigarrillo apoyado en el coche mas próximo a boca del callejón.

-Se ha escapado -dijo Edric, serio-. Manda que pongas controles por tu zona y llama al resto de comisarías No podemos dejar que escape.

Jenkins soltó una nube de humo.

-Da igual, se va a escapar de todos modos -dijo, indiferente-, si no se ha escondido ya. Lo sabes, Edric. Ahora mando a mis chicos a eso, pero no prometo nada.

Edric lo miró sorprendido. Parecía demasiado relajado en comparación con lo controlador que había estado antes de entrar. Era como si la situación hubiera aplastado al viejo Jenkins.

-Si lo pillas pronto, seguirás ganándote el ascenso a comisario jefe.

Jenkins negó con la cabeza y sonrió al capitán.

-Chico, creo que voy a irme una temporada a pescar salmones al norte. Me importa un bledo el puesto.

Edric lo captó y dejó a Jenkins solo. Los agentes se apartaron a su paso hasta que llegó al salón. Habían encendido las luces y ahora los muebles de caoba se veían mejor, como trozos d carbón entre los sillones dorados.

Márquez, conversaba con otros tres agentes en una esquina, y, sentada como antes en su butaca, Chandra Bartwall observaba como un pájaro tranquilo y sabiéndose dueño de la situación. Sostenía entre sus manos una taza de té humeante.

-Ahora hablaré con usted -gruñó Edric, pasando a su lado, directo al pasillo del fondo.

Chandra alzó su taza y asintió antes de sorber de ella.

Por el pasillo que antes se le hizo interminable ahora llegó en unos segundo a la lujosa cocina. Habían encendido todas las luces y Edric apreció como al fondo se revolvían varias personas, en el patio. Allí se encontraba Lynch que ponía su mano en la espalda de otro hombre, volcado sobre el fregadero. AL acercarse, Ansel se giró hacia él con ojos hundidos.

-¿Qué ha pasado?

Ansel se llevó la mano a la boca, como reprimiendo sus nauseas. Lynch respondió. Edric iba a preguntarle a donde había ido antes, pero el agente comenzó a explicar lo que había pasado.

Edric asintió despacio al escucharlo. Se acercó a Plock.

-Bien, Ansel, hiciste lo que debías. Ahora vete a casa.

-No, no quiero...

-Me da igual. Te vas, y tómate mañana como día libre. Ya. Lynch, sígueme.

Dejaron a Ansel en la cocina y salieron al patio. A Edric le agradó la brisa nocturna que empezaba a moverse y le daba un respiro tras aquel agobio. Habían encendido unos focos y el espacio estaba perfectamente iluminado.

Cuatro agentes conversaban en un rincón. Miraron a los dos nuevos de reojo; debían de ser del Southall, pues Edric no reconocía ninguno. Dumm caminó hacia el fondo con la mirada fija. Dobló las rodillas hasta quedarse sobre sus talones sin apartar la mirada del bulto blanco tumbado contra la pared. La sangre había salido disparada en pequeñas gotas por toda la pared formando algo parecido al cielo estrellado. Una pintura curiosa. Una obra de arte.

Edric se levantó y señaló el pasillo de la segunda planta que le había llevado hasta Natoo.

-¿Lo has visto?

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now