LXVIII (segunda parte)

25 8 5
                                    

    Beatrice tomó una calada de aire que le devolvió la vida bajó el mortal peso de los libros.

Miró a su alrededor a través de una cortinilla de sangre sobre sus ojos rojos y vio la truculenta figura a su lado. Trató de moverse, pero era imposible. Estaba justo al lado de ellos, dos metros por debajo, incapaz de hacer nada. Podía incluso golpear torpemente con una mano el pie de Natoo, pero sería inútil.

Aún así, debía de haber algo. Aquel mosntruo no sentía dolor, y Beatrice sospechaba que aquel sujeto se consideraba un verdadero dios por ello, pero hasta lo divino cae por la inevitable cae por su propia gravedad.

Beatrice sentía que la sangre comenzaba a inundarle la boca y asfixiarla por dentro meintras esa luz que la mantenía viva se desvanecía.

Alargó la mano con un gruñido de dolor y sus dedos se aferraron a un trozo de madera astillado. Aulló ante de clavarlo de un súbito movimiento a la altura del talón de Natoo.

El tendón, completamente tenso en ese momento, se escurrió por sus músculos a gran velocidad y se recogió con un chaquido hasta la rodilla.

Su pierna falló, incapaz de mantener el equilibrio y Natoo cayó hacia delante.

Plock sufrió la caída de dos metros seguida de ciento veinte kilos sobre él. Seguía incapaz de respirar y el golpe contra el suelo le sacudió la cosciencia.

Pero seguía despierto. Notó como el cuerpo de la bestia se movía sobre el suyo, apoyándose en su brazo sano para tratar de levantarse. Era un espectáculo lamentable.

Plock apenas podía moverse, pero su brazo se estiró sin pensar ni mirar hacia donde, hasta que entre sus manos apereció uno de los restos del escritorio. Lo suficientemente grande como para caberle en la mano, pero no mucho más. Por suerte, su punta era útil.

Lo clavó en el cuello de Natoo y lo arrastró un poco para rasgarle la piel mientras un torrente de sangre comenzó a bañarle el rostro.

Apartó la mano y, entre, goterones rojos, vio como Natoo lo miraba sorprendido, aterrado. Dijo algo sin voz y Plock aulló de rabia antes de volver a clavar la astilla.

La madera se hundió en el cuello de la bestia una y otra vez. Plock no paró de gritar y ensartar la carne de Natoo. Quería hacerlo picallido. Quería dejarlo irreconocible, que un foresen titubeara si era humano o solo un montón de carne. Quería desgarrar cada músculo del cuello hasta separar la cabeza del cuerpo. Quería beber de esa sangre y acuchillarlo hasta caer rendido.

Natoo le puso su gran mano en la cabeza, buscando con los dedos los ojos del agente. Plock seguía en su ataque de rabia, pero estiró la mano sin dejar de gritar y la alzó por encima de su honbro y la dejó caer sobre el ojo de Natoo.

La madera ressitó un poco, pero Plock siguió incándola tras reventar el globo ocular en una explosión de fluidos hasta hundirla en su cráneo. Natoo aulló, quizá por fin de dolor, pero en un isntante se hizo el silencio.

Plock también había enmudecido, sin aire ni pensamientos en una mente colvulsa. El peso muerto de Novak cayó sobre él inmovilizándole sin remedio.

Silencio.

Plock suspiró y una brisa de dolor le recorrió los pulmones. Era extraño: se sentía calmado, como liberado bajo ciento veinte quilos de cadáver. Natoo estaba muerto. El caso había terminado. Sin embargo, quedaba algo...

Plock se giró y vio el rostro de Beatrice bajo una pila de libros y madera astillada. Su rostro, girado también hacia él, se le antojó extrañamente hermoso. Tan tranquilo, pero surcado por unas gotas escarlata sobre su piel de mármol. No se movía. Ansel no estaba seguro de si estaba muerta o tan solo incosciente.

Sin embargo, no le preocupó, le daba igual.

Un pitido resonó en su cráneo mientras soltaba una respiración tan profunda como su vida y se dejaba caer.

Huesos para Adhira Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ