LXII

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    Llegaron hasta el Atrio, el centro del Museo., donde una multitud de exquisitos invitados se agolpaban para acercarse un poco más al pequeño escenario. Custodiando por dos macetones con orquídeas y flores coloridas, la puerta a la exposición aún estaba cerrada con uno de los lazos rojos.

Edric iba detrás de Olivia hasta que esta se paró repentinamente. Saludó a un par de colegas del Museo, pero no se paró a hablar con ninguno. Edric supuso que tenía prisas por ver abierta la exposición Huesos.

Los invitados, que parecían varios centenares, murmuraban apremiados. Una mesa llena de canapés y licores parecía aliviar los nervios de un público impaciente. El discurso de inauguración estaba programado para las nueve en punto. Eran las nueve y uno.

Edric no tardó en ver la figura larguirucha de Poleman, junto al escenario y mirando con ojos desorbitados a público. Parecía nervioso, pero ansioso por soltar su discurso. También levantaba la muñeca para ver su reloj. Dejaba pasar el tiempo. Quizá quisiera unos oyentes más interesados, o quizá solo fuera un gilipollas que quería hacerlos esperar más de la cuenta.

A su lado, un hombre algo rechoncho y de piel olivácea se frotaba las manos como ansioso por devorar un festín.

También llevaba corbata.

-Cranston prefería dejarle el discurso a Poleman -explicó Olivia sin levantar mucho la voz ni alejarse mucho de su oído-. Es un muerto importante como puedes ver. Si lo haces bien, sin ser demasiado largo ni demasiado corto, o aburrido, o difícil de seguir, no les importa. Y si lo haces mal, rajaran de ti toda la noche y luego dejará e importarles.

-Parece que no envidias a Poleman.

Olivia lo miró.

-¿Quién podría envidiar a semejante imbécil? Algún día te contaré que pasó cuando trató de acostarse conmigo en mi despacho. Creo que aún tiene la cicatriz.

Entre ligeras risas, Edric iba a preguntar qué le había hecho, pero un carraspeo en los altavoces resonó en el Atrio.

Poleman estaba frente a un micrófono en el escenario mirando a la multitud. Fijándose mejor, el traje le quedaba ridículamente pequeño. Y sudaba. Su cuello ya se empapaba conforme más miradas se clavaban sobre él.

-Huesos -anunció a media voz, sorprendentemente sin un temblor-. Cuando morimos, no terminamos de desaparecer. Sigue quedando un rastro, una huella, una señal. Las uñas y el pelo crecen cuando nos entierra, pero desaparecen cuando nuestra piel se desintegra. Los mismos microrganismos que conteníamos nos devoran desde dentro. Nos desgastan. Comenzamos a desaparecer. Nuestros ojos se pudren. La lengua se deshidrata y se queda como una pasa. Los músculos se consumen y todo se va. Excepto algo. Ese rastro, esa huella: los huesos.

Hizo una pausa dramática. El público parecía interesado y aterrado al mismo tiempo por un destino inevitable.

-Los huesos son lo que quedan después de todo. Pueden tardar millones de años en disolverse en el medio en ciertas condiciones. Piénselo. Dentro de un millar de años, alguien podría asomarse a sus tumbas, preguntándose por las vidas de los dueños de esos huesos. Al final, son nuestro único legado. Y con eso trabajamos en puertas especialidades. Gracias a esos huesos, un antropólogo forense puede conocer las rutas de las tribus de hace miles de años. Gracias a ellos hemos aprendido como era el Mundo Antiguo. Gracias a ellos hoy podemos disfrutar de esta exposición: Huesos.

De momento, pensó Edric, iba bien. Al menos a él le gustaba. Esperaba otra cosa. Incluso podía ser bueno si no se alargaba.

Pero, como esperaba, Poleman comenzó a hablar del Museo. No de las piezas que contenía ni su historia, sino sus logros como empresa y un montón de bobadas que no interesaban. Dejó clara su admiración por la junta directiva.

Edric desconectó un poco y pensó en lo que le había dicho Olivia unos instantes antes. Otro día, eran las palabras exactas. Contaba con que se volverían a ver, al parecer. Y Edric esperaba lo mismo. Empezaba a sentirse joven y estúpido cuando algo rozó su mano.

Se encontró con que era la de Olivia, que le indicaba con la cabeza que le siguiera.

Aparataron a un par de personas que le miraron con cierto odio hasta llegar a unos escalones alejados del escenario, donde se acababa el público. La escalera giraba sobre sí misma, adaptándose a la curva que trazaba el circulo que conformaba la Sala de Lectura, el centro del Atrio.

Cuando se terminaron los escalones, Edric miró al público. Todos estaban girados, prestando atención a las palabras de Poleman. Nadie parecía verlos.

Olivia le atrajo hacia él. Había encajado una llave en la cerradura y ya empujaba la puerta para entrar.

Edric no sabía que pensar. Miró hacia el público, consciente de que nadie los veía, hasta que la puerta se cerró.

Pero Adeline Host sí que los veía desde un lado del pequeño escenario. Con una copa de Veuve Clicquot entre manos, seguía con mirada felina las dos figuras antes de que entraran a la Sala de Lectura. No era algo que esperaba que sucediera, pero no alteraba sus planes. Ni de lejos le afectaría. Aunque que esa zorra fuera a por otro hombre...

Poleman seguía con su parrafada. Cada vez parecía más sudado y tembloroso. Adeline casi podía sentir como el corazón de aquel amasijo de nervios botaba sin control. Era patético.

Miró a su marido y este le sonrió.

Adeline le devolvió el gesto pensando en lo que significaba él en su vida. Había conocido a Lance pocos años antes, en Viena. Había resultado ser un joven culto, respetado y apasionado. Adeline se había antojado de aquella energía que Lance parecía echar por los poros, pero él se había enamorado perdidamente de ella desde un primer momento. Ella siempre lo mantenía a prueba y Lance seguía tan explosivo como siempre.

Sin embargo, eso, como todo lo demás, había comenzado a cansar a Adeline.

Sí, seguía igual de prendida de su marido. Sentía esa chispa electrizante al verle, continuaba sintiendo que la posibilidad de escapar con él estaba al alcance de su mano. Pero había ido en busca de más acción.

Eso la había llevado hasta Armello. Y como consecuencia había ido a su piso hacía poco para asegurarse de que no quedaban pruebas de.... ¿el delito? Seguía diciéndose que no podía llamarlo así. Aunque algunos pudieran considerar lo que había hecho como algo malo, ella pensaba que era algo más grande.

Pensando en ello comenzó a sentir esa chispa. Esas ganas de repetir.

Miró a Lance. Era joven y aún tenía esa energía que ella necesitaba. Era perfecto. Palpó su cintura y se susurró a su oreja.

-Vamos al despacho.

Lance la miró sorprendido.

-¿Ahora?

-Ahora.

-Estamos en plena presentación, debemos estar aquí. Todos están presentes. No es el mejor momento, querida.

Adeline se juntó a un más y luego se alejó como si la espantara.

-No esperaba que me dijeras que no.

Un par de sonrisas de complicidad se cruzaron antes de que Lance preguntara en tono cómplice.

-¿Quién ha dicho que no?

-Tu miedo.

-Pues habrá que pedirle que se calle.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now