XLII (primera parte)

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El capitán Dumm anunció su llegada gritando sus credenciales y el eco murió sin encontrar respuesta. Se miraron entre sí hasta que Edric seguido de Márquez. Se perdieron tras la cortinilla. Los otros dos entraron instantes después. La única luz en el pasillo venía de la que e sol conseguía arrojar entre la cortinilla. Pegados a la pared de yeso descolchado, avanzaron hasta el final del pasillo. Acababa en una puerta de corroída madera.. Plock sentía que descendía a una madriguera que lo llevaba a otro mundo. A las respuestas, a lo que tanto buscaba.

Edric volvió a gritar su presentación policial y abrió con ímpetu la puerta, haciendo que chocara con la pared para cercionarse de que no había nadie detrás. Pasaron todos, Plock cerrando la fila. La habitación estaba casi a oscuras: apenas unas bombillas recluidas en dinas lamparas de jade intentaban brillar en la penumbra sin mayor éxito que un resplandor mortecino. Se dividieron de nuevo, con las armas en alto.

Un olor a jazmín flotaba entre los robustos muebles de caoba y los sillones dorados. El salón parecía desierto, sin rastro de las jóvenes de la última vez ni la dueña de la casa. Plock recorrió con la mirada la pared y su mirada empezó a perderse en un bordado con millones de figuras geométricas.

-Que desagradable sorpresa verle de nuevo por aquí, agente Plock -dijo una voz calmada en el centro de la estancia-. No le esperaba.

Chandra Barthwall, sentada en el mismo sillón que unos días antes, le miraba desde la penumbra. La habitación quedó en silencio. Apenas podía ver el marfil de sus ojos y los destellos de los pendientes que colgaba.

-Supongo que se han equivocado de dirección.

Márquez estiró el brazo y una de las lamparitas se encendió. Tras la mesilla del té, la mujer los miraba con una expresión indescifrabe. Su rostro seguía lleno de maquillje, pero había cambiado su vestido por una bata azulada de encaje brillante. No le ofreció asiento a nadie, pero tampoco parecía alterada con la intrusión de cuatro hombres armados en su casa.

-Estamos buscando a Novak Natoo -informó el capitán, acercándose a ella- ¿Sabe donde se encuentra?

La mujer le sonrió y se tomó unos instantes en responder. Quizá se sintiera dueña de la situación.

-Usted debe ser el capitán Edric Dumm, ¿verdad?

Edric le sostuvo la mirada antes de insistir:

-¿Sabe dónde está?

La mujer se encogió de hombros sin abandonar su sonrisa. Sí lo sabía, pero no iba a decirlo.

Edric levantó la mirada y señaló una puerta al fondo del salón. La única visible.

-Márquez, quédate con ella. Ansel y Mell, seguimos.

Atravesaron la sala con pasos airados. Novak ya debía de saber que estaban allí y la conversación con Chandra solo les había hecho perder el tiempo.

-Una cosa mas, agentes Dumm y Plock.

Antes de llegar a la puerta, se giraron hacia esas palabras tan taimadas. Márquez había guardado su arma mientras que la mujer seguía sentada y con la mirada perdida. Les volvía a dar las espaldas cuando preguntó:

-¿Cómo se encuentra su querida Beatrice? -saboreó el silencio que produjo y añadió- Es una joven muy peculiar, ¿no creen?

Plock se adelantó al capitán.

-¿Cómo sabe usted eso? -no pudo evitar que algo parecido al enfado asomara entre sus palabras.

No había habido parte alguno del ataque de Natoo a Beatrice, ni tampoco se había hecho eco en la prensa. Eso solo dejaba claro que era la cómplice que tanto buscaban, la mano derecha de aquel asesino.

-Jovencito, te sorprenderías de la cantidad de cosas que sabemos.

Edric, harto de aquello, miró a Márquez y señaló a la mujer.

-Ya está bien. No la pierdas de vista.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now