VIII

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En el laboratorio del forense, Lynch Knowlton se sentía asqueado; la pestilencia del desinfectante le daba nauseas. Estaba sentado junto a una mesa de platico blanco. Sin embargo, Edric Dumm caminaba por el laboratorio con las manos a la espalda, observándolo todo con total serenidad. Knowlton se sorprendía del paseito que Dumm siempre se daba, sin aparente rumbo.

El zumbido de los aparatos ponía nervioso a Lynch, pero aguantó como siempre. En sus casi veinte años de servicio había visto cosas escalofriantes, pero siempre sentía que los laboratorios forenses eran lugares que le helaban la sangre. Era como el destino de los desafortunados a los que no podía ayudar. Procuraba no castigarse pensando en los cuerpos que estaban cerca de él, recordando las vidas que había salvado con anterioridad.

Lo cierro era que su miedo a las morgues era mucho más antiguo: cuando su padre aún estaba de servicio y el pequeño Lynch se había atrevido a entrar en el laboratorio. Aún tenía pesadillas de vez en cuando con aquel recuerdo.

—¿Cuál es tu primera opinión? —preguntó Dumm sin previo aviso— Sobre el caso, digo.

Lynch suspiró y pensó que hablar sería lo mejor que podría hacer para calmarse.

—Parece que cabreó al tipo equivocado. Parece cosa de la mafia, un asesinato muy metódico, no es cosa de un adicionado —Knowlton no pudo evitar suspirar al pensar que parte de esa teoría no tenía ni pies ni cabeza—. Trabajé en Antivício y vi muchos cuerpos de la mafia, gente que se había buscado demasiados problemas... aunque no se parecen a esto ni por asomo.

Bajó la cabeza y vio la sobra de unos pies por el debajo de la puerta que les separaba de sala de autopsias. La forense debía de estar acabando. Ya era hora, pensó Knowlton.

—¿Y tú que piensas?

Dumm se giró.

—Por el momento, prefiero no llegar a una conclusión precipitada.

¿Conclusión precipitada? Aquello sorprendió a Lynch. Desde que trabajaba con Dumm, había escuchado de él centenares de teorías nada mas empezar un caso. Recordaba divertido la vez en la que saquearon una joyería en Lexinton Aveniue; en laa grabaciones de seguridad aparecían unos payasos arrasando con las joyas y Edric había propuesto que eran verdaderos artistas circense que visitaban la ciudad. Pocos días después descubrieron las joyas en unas de las caravanas de un circo cercano. Toda la comisaría lo maldijo por su suerte.

El sonido de una puerta habiéndose devolvió a Lynch a la realidad.

—Podéis pasar —dijo la forense. La mujer llevaba el cabello cobrizo recogido en una cola de caballo. La esbelta figura de Elsie Wood volvió a desaparecer tras la puerta de la sala de autopsias. Seguía llevando aquel traje para no corromper las pruebas que le ponía a Lynch lo pelos de punta.

Dentro el olor a desinfectante seguía latente, pero lo acompañaba un hedor acre. Bajo una especie de lámpara gigante, se encontraba el cadáver de la víctima, descansando en la camilla como si durmiera tranquilo. A un lado de la camilla había una bandeja llena del instrumental perfectamente colocado, pero el hecho de que estuviera manchado de rojo oscuro hizo que Lynch apartara la mirada.

—¿Lo has identificado ya? —preguntó Dumm mientras Elsie Wood dejaba la bandeja rápidamente en un fregadero de aluminio.

—He comprobado el ADN en el CODIS, y ha dado resultado —la forense se giró hacia un escritor y cogió una tabla con unos papeles y se la tendió a los agentes: Armello Fabricci, treinta y nueve años. Estaba licenciado en antropología, y trabajaba como conservador en el Museo Británico Nació en Florencia, pero consta que vivía aquí desde los tres años.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now