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En el despacho de Neill Jenkins en el Southall, un viejo aire acondicionado zumbaba en una esquina. El hombre parecía abatido por el calor: se había acercado al aparato con la camisa empapada de sudor. Plock también agradecía la brisa fría del aire acondicionado. Se sentía como un oso polar fuera de su entorno.

Lynch chasqueaba su lengua desde una e las silla. Masticaba un chicle desde que habían salido de la comisaría, parecía que nada a su alrededor le importara. Nadie había dicho nada desde que Lynch y Neill Jenkins comentaran el partido del Manchester de la anterior noche. La discusión había terminado con que ambos estaban de acuerdo con que el entrenador era un inútil. Plock se arrepintió haber pasado del deporte todo ese tiempo y no saber nada con lo que unirse a la conversación.

Neill no había soltado prenda sobre por qué los había llamado. Lo único que había dicho era que los había reunido ahí por no ir él.

-Creéme, chaval -había dicho enseñando su pierna izquierda-, el camino se hace mucho mas largo arrastrando a mi amiga.

Hasta entonces, Plock no se había percatado que el agente arrastraba su pierna por el suelo con torpeza. Junto al escritorio había un bastón de madera, Pero Jenkins no parecía interesado en usarlo. Quizá le aterrara demostrar que su dolencia era real.

A las once y cinco, la puerta del despacho se abrió sin previo aviso. Plock se alegró de ver el rostro pálido de Beatrice; incluso suspiró de alivio, sorprendido de lo bien que se encontraba. O por lo menos, parecía mas compuesta que su hermano, que había entrado con una expresión sombría, pero enérgico por aquella reunión.

-Por fin. Carajo, chico, tienes mal aspecto -Jenkins palmeó la espalda de Edric antes de sentarse-. Beatrice, ¿cómo te encuentras?

-Perfecta. Esperando buenas noticias.

Jenkins le sonrió aunque Beatrice había sido tan fría como siempre. La joven se apoyó en en pared mientras Edric se dejaba caer en una silla frente al escritorio. Jenkins rodeó la mesa y pasó junto a su bastón.

-Bueno, lo 9importante es que estáis aquí. Y sí, tengo buenas noticias. Creo que este tema puede quedar zanjado mañana mismo.

-¿Tus informantes han dicho algo? -quiso saber Edric.

-Pues sí, ya han concretado la dirección en la que se encuentra Natoo. El número cuarenta y ocho de Greenford avenue. Es un callejón poco transitado y conocido por las casas de alrededor, que suelen estas bajo sospecha por su aspecto. El Southall es un barrio residencial tan corriente como cualquier otro, pero tiene, como todo barrio, individuos indeseables.

-¿Cómo quién?

Jenkins se lo pensó y levantó la mano al aire negando con la cabeza.

-Nada importante: camellos del tres al cuarto, rateros, algunas cosas como pinchar la luz del tendido público... Los ahí peores, ya sabes. El caso es que mañana podemos mandar un par de patrullas y...

-Vamos a actuar hoy -cortó Edric levantando la mirada-. Y entraremos con un equipo especial armados hasta los dientes. Natoo ya nos ha dejado claro que puede hacer cualquier cosa en cuestión de horas. Y en este momento está nervioso, sabe que estamos tras él y el cerco se estrecha, por lo que es probable que haga algo precipitado.

Jenkins suspiró y asintió.

-Tienes razón, pero no quiero un ejército por el Southall. Es un barrio tranquilo, no queremos que lo de Natoo arme un escándalo. Entraremos con unos pocos agentes armados, de manera discreta y rápida.

-¿Cuándo dejó de gustarte el jaleo, Neill? -preguntó Lynch.

-En el momento en el que supe lo que cobra un comisario jefe. Te lo digo en serio, Lynch, en un par de años como mucho me gustaría estar en ese puesto. ¿Tú no?

-Prefiero seguir siendo un pobre tranquilo.

Ambos se rieron, pero Edric seguía con el mismo rostro serio.

-Lo dicho, vamos a por Natoo esta misma tarde. ¿Cuántos crees que deberíamos ser?

Jenkins golpeó la mesa con los nudillos. Plock pensó que sí que tenía el aspecto de un comisario jefe: estresado, dominante, pendiente de que no pase nada notable y con algunos kilos de mas.

-Unos diez, como mucho. En teoría, solo vamos a por Natoo. No sabemos de quien es amigo, pero dudo que alguien esté dispuesto a enfrentarse a la policía por ayudarle. Y creo que diez hombres armados serán suficientes para pillar a uno herido.

Edric se levantó de la silla. Parecía mas despierto que antes.

-Entonces, todos correcto -se giró hacia Plock-. Ansel, entraras conmigo, ¿de acuerdo?

Eso pilló lo por sorpresa. Apenas había disparado lo justo para el puesto. No se había instruido para aquello. No para una incursión como las fuerzas especiales para atrapar a un gigante insensible. Era una estupidez, pero no podía negarse.

-De acuerdo.

-Bien -dijo Edric-. Todo listo.

Huesos para Adhira Donde viven las historias. Descúbrelo ahora