LXIX

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   Una gran bocanada le trajo de nuevo a la realidad tras desvanecerse em la inconsciencia. Con el eco del disparo aún agonizando, Edric Dumm levantó la cabeza hasta chocar con la pata del escritorio. Tardó un poco en distinguir algo con la vista borrosa: dos personas enzarzadas entre sí como dos gatos muy poco gráciles al otro lado de la Sala de Lectura.

No, había tres figuras. Reconoció al instante a Beatrice, que había caído como un ovillo al suelo, pero que se levantaba para lanzarse sobre Natoo, que acababa de derribar a un confuso Ansel.

-No importa -la voz decida de Olivia lo llamó.

La mujer estaba a dos metros de él, sosteniendo un cuchillo. La hoja parecía desgastada, pero seguía brillando sujeta a un mango que parecía una serpiente enroscada. Tenía la mirada perdida en él, como si centrara sus últimas energías en encontrar el punto exacto donde cortar.

Edric se revolvió instintivamente, aún no del todo despierto, y sintió un calambrazo de dolor cuando el clavo laceró aún más los tendones al moverse. Reprimió un grito mientras buscaba una salida. A unos metros, oyó como un escritorio se partía entre crujidos y un grito ahogado.

No había esperanza.

-Olivia, piensa un poco -rogó, mirando impasible como la mujer juntaba las velas a su alrededor creando una especie de altar-. Esto no está bien, debes buscar otra salida a tu problema. Debes...

Olivia chasqueó la lengua y blandió el cuchillo hasta dejarlo a pocos centímetros del rostro de Edric.

-Me vas a decir tú lo que debo de hacer... Solo eres una rata, como las demás. Esto debería ser un honor para ti. Servirás de sacrificio para Adhira.

Se volvió y colocó un par de velas a cada lado. Edric se fijó en que había roto la tela turquesa que antes rozaba sus pies, para poder moverse más fácilmente. Lo había conseguido, pues un momento ya tenía montado la pila de velas coronada por Edric Dumm, el último sacrificio para su locura.

Edric trató de pensar. Seguía entumecido, como si acabara de salir de un lago congelado. En realidad, se sentía así: congelado. Incapaz de hacer nada al respecto, solo un espectador que observaba como su vida se derretía por aquella.... ¿Qué era aquello?

-¿Qué vas a hacer?

Olivia no contestó. Se movía rápidamente hasta que centró su atención en unos papeles garabateados y con una caligrafía de niño.

Un estruendo saturó la sala y el crujir de la madera le puso los pelos de punta. Desde donde estaba, no lograba ver nada, pero un silencio completo hizo que temiera lo peor. En esos momentos, Beatrice podía estar muerta o acercándose para desarmar a Olivia. Sin embargo, algo le decía que lo segundo era un sueño que jamás se cumpliría.

-¿Qué vas a hacer? -repitió Edric. Debía insistir si quería ganar tiempo.

-Rezar -gruñó Olivia.

-Rezar.... ¿el qué?

Enseñó uno de los papeles sin acercarse. Edric se fijó en que no reconocía las letras.

-Es una oración para Adhira. Debía de haberla traído Dwith, pero terminó por perder el juicio del todo. Por suerte, teníamos a Grégorie.

Edric sabía que se perdía algo. Grégorie también era parte de aquello, estaba claro, pero no tenía claro cómo. Si conseguía salir de allí, del modo que fuera, quizá consiguiera alguna respuesta.

-Y ya está bien -sentenció Olivia, apuntándole con la hoja desde arriba-. Puedo hacer que te calles.

Acto seguido, se arrodilló dejando el papel en el suelo. Puso los ojos en blanco mientras recitaba la oración a unos metros de él. El cúmulo de sílabas sin sentido que comenzaron a salir por su boca, flotaron en el aire.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now