XVI

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la entrada de la pequeña casa. Una joven de tez morena los apartó junto a los de Beatrice en un rincón fuera del portal, en la calle. Ansel rezaba para que nadie se los llevara sin más.

   Pero, ¿donde se creen que estamos? ¿En la India?

   Pero Plock tenía la sensación de que así era. Al menos eso le había inducido la imagen de una Kali con mirada furiosa sobre una mesilla. Y parecía que el interior de la casa pintaba exactamente igual. La paredes descolchadas tenían restos de humedades, pero aún así olía bastante bien: como a sándalo e hinojo.

    El hombre de camisa de cuadros los condujo hasta un salón bastante amplio y les indicó que tomaran asiento en el suelo alfombrado. Al contrario que las paredes de masilla del pasillo, las paredes y el salón en general estaban decorados al estilo moderno, aunque mantenía el colorido y la extravagancia decorado indio. Para sorpresa de Plock (que esperaba encontrarse a alguien tocando sitar), los Tears for Fears sonando desde una radio moderna. Al menos tienen gusto musical, pensó mientras se sorprendía al ver los tapizados horteras que recordaban las paredes. El que mas le llamó la atención fue el de un elefante con collares de oro sobre un fondo rosa.

   A un lado habían tres mujeres trabajando rápidamente juntando pequeñas ramas de lo que parecía regaliz. No debían de temer mas de veinte años, pero parecían tener las manos duras como las de un artesano tras trabajar durante años. Los callos que veía Plock desde su asiento se lo confirmaban En seguida se dio cuenta de que esas ramitas eran las mismas que habían encontrado en la chaqueta de Dwith Goodwin. Hasta tenía el mismo papel atado con letras indias.

   —Buenos días —dijo una voz alegre al fondo de la habitación.

   Plock siguió el sonido y se encontró con una mujer que debía rondar los cincuenta si no más. Sobre la piel morera se había extendido tanto maquillaje como un payaso, pero sus patas de gallo no las tapaba ninguna sombra de ojos. Vestía un sari verde con estampados dorados como manchas de tigre. Como ellos, tambien iba descalza. Sus uñas estaban pintadas de diversos colores. El agente, que ya se había acostumbrado al olor del hinojo, percibió el aroma dulzón de la vainilla en la mujer.

    También tomó asiento.

    —Soy Chandra Barthwal, dueña de este lugar ¿Qué desean? —preguntó con un tono amigable sin dejar de sonreir. Estaba claro que era una mujer de negocios.

   —Robarle un poco de su tiempo —dijo Beatrice con calma. Tras presentarse a ella y a Plock, siguió hablando—. Sólo de la policía, queremos hacerle unas preguntas.

   Solo yo soy policía, corrigió Plock en su mente. El hombre que habían encontrado en el mercado y que los había conducido hasta ahí, se quedó de pie a unos metros con las manos a la espalda.

   —Entonces tienen toda mi atención—respondió Chandra Barthwal sin abandonar esa sonrisa.

   Plock sacó el ramo de raíces y las dejó sobre la mesa de diseño que había entre ellos. La mujer siquiera cogió el manojo, ya lo conocía de sobre.

   —Es la cúrcuma que distribuimos aquí —movió la mano hacia las dos jóvenes que ataban varias con cordeles y ponían la plancha de cartón con letras extrañas—. Somos los mejores en todo Southall.

   —Son los únicos —repuso Beatrice—. Por lo que tenemos entendido, desde hace mas de dos años nadie mas vende aquí.

   Plock estuvo a punto de preguntarle como sabía eso, pero se contuvo. Parecía que Dumm iba siempre un paso adelante que él. Primero con lo del criptex; decía que había ido al museo y ahí lo había encontrado, y ¿él no la había acompañado? Al ser una civil que investigaba el caso, Beatrice Dumm debería estar siempre acompañada de el agente encargado de dicho caso, en este caso era Plock. Se preguntó si Beatrice informaría de eso a su hermano.

   Chandra Barthwal le sostuvo la mirada unos segundos antes de hablar:

   —Los negocios quiebran fácilmente, es normal.

   —Supongo que sí —Beatrice miró en derredor—. No conocía Southall, hasta ahora. Bastante pintoresco, me agrada mucho.

   —Pues ahora sabe lo que se perdía. Hay mucho…, como dicen, ambiente últimamente. Todos los que aquí llegamos nos trajimos un pedazito de vida y la instalamos aquí, en medio de Londres. Parece que a la gente de aquí le gusta, la verdad. Los únicos que nos miran como si fuéramos unas garrapatas para el sistemas, trabajan en el Parlamento y unos cuantos hombres de mente corta. —la mujer miró a las dos criadas y apoyó las manos sobre las piernas cruzadas—. Me he ido por las ramas ¿Que querían saber? —les devolvió las ramas de cúrcuma.

   —¿Le suena de algo el nombre de Dwith Goodwin? —preguntó Plock, que acababas e darse cuenta del anillo que la mujer llevaba en el dedo. No era brillante, como el resto de la habitación, sino que era bronce oscurecido. La pieza formaba la figura de la cabeza de un tigre boca abajo. Le restó importancia—. Encontramos su cuerpo ayer por la mañana. Tenía un manojo de cúrcuma

   La mujer negó con la cabeza.

   —No me suena. Tenemos mucho clientes, no conozco el nombre de todos.

   Plock cogió su teléfono y se lo tendió a la mujer. En la pantalla estaba Dwith Goodwin sonriente. La fotografía había sido fácil de encontrar, el profesor Goodwin tenía cierta fama en el campo de la antropología. La mujer observó la imagen unos instantes.

   —No lo sé. Como ya le he dicho, por aquí viene mucha gente —hizo una pausa mientras alisaba su veasrido entorno a las rodillas—. Les daré un consejo —dijo, sin mirarles a ninguno, solo al suelo—: no molesten mucho a la gente de Southall. Hemos sufrido mucho, y no nos gusta que nos traten como les apetezca a ustedes. Tenemos nuestras tradiciones y formas de ser, y cosas que no queremos compartir con otras personas —levantó la mirada y sus ojos oscuros ee clavaron en Plock y luego en Beatrice—. No metan las narices donde no les llaman.

    Hubo un momento de sielncio impregnado de tensión mientras los tres se miraban sin que las palabras surgieran. La música parecía mas lejana y la luz ambiental mas espesa y suave. Plock se preguntó si en todas las casas del Southall se respiraba esa tensión.

      —¿Podría verlo su marido? —preguntó al Beatrice mirando al hombre que antes los había conducido hasta dentro.

   Chandra Barthwal le indicó que se acercará y éste fue como si fuera un perro. Ladeó la cabeza para mirar la imagen mientras ella le acercaba el teléfono. El hombre dijo algo que Plock no entendió. Chandra le respondió en el mismo idioma.

   —No lo sé —dijo el hombre lentamente para no liarse con las palabras—. No conozco.

  Tras decir eso, se retiró otra vez y desapareció por el pasillo que salía de la casa. Chandra Barthwal le dedicó una mirada inquisitiva a ambos.

   —Estoy muy ocupada, ¿tienen algo mas que preguntar o podemos acabar con esta conversación?

  —De momento es todo —dijo Plock levantándose de su asiento. Le tendió a la mujer un papel que había arrancado de una libreta y en el que había escrito su número de teléfono: su tarjeta de presentación —. Llámame si recuerda haberlo visto o puedes darnos información que pueda ayudarnos.

  —Lo haré, no se preocupe

  Beatrice fue la primera en salir, parecía tener ya un plan tramado. Chandra se quedó sentada sin añadir nada más. Plock siguió a la joven con ganas de volver al mundo real. Mientras se iba, sintió que tenía mas de un par de ojos clavados en la espalda.

Huesos para Adhira Donde viven las historias. Descúbrelo ahora