XLIX

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    La camioneta levantó la grava al bajar la cuesta y Novak notó como botaba sin control. Viró con un movimiento violento y empezó a frenar La mujer aparcó unos metros cerca del edificio. Se apeó al tiempo que Novak se destapaba de la mugrosa manta en la que se había refugiado en el trayecto. El murmullo del Támesis resonaba de fondo.

-La policía registró el cajón de Armello, pero dudo que sepan del nuestro.

-¿Dudas?

-Lo sé -repuso con cierto enfado-. Si lo supieran, habrían empezado a seguirme.

Novak gruñó mientras se bajaba de la camioneta. Se había hecho un torniquete básico en el brazo. No tenía buen aspecto, pero había conseguido parar la hemorragia. Se dirigieron a la puerta del almacén y tocaron el timbre.

Se miraron entre sí, esperando Novak se apartó y ella se colocó frente a la puerta Un par de minutos después, un hombre vestido con un pijama de franela se asomó a la puerta de cristal. Debía de rozar los setentas. Llevaba el pelo ralo despeinado Con el rostro descompuesto por el sueño, la abrió para salir al fresco de la noche.

-Pero qué demonios... -se detuvo fijándose mejor en la mujer que acababa de tocar el timbre. Era guapa, la edad le sentaba bien. Bajó la mirada discretamente hacia la línea de su escote que...- Disculpe, ¿en qué puedo ayudarla? Hemos cerrado hace rato, ya no se puede acceder a los cajones.

-No, no es eso -ella esbozó una sonrisa que fue correspondida por las encías marruzcas del hombre-. Se me a averiado el coche, necesito llamar al servicio de carretera. ¿Podría usar su teléfono?

El hombre asintió enérgicamente.

-Pase, pase.

Le hizo el espacio justo para que pasara entre él y la puerta. Cuando entró al recibidor, fue a cerrar, pero algo estiró de su hombro desde la calle. Un golpe a la altura de la barbilla lo dejó flotando en un instante.

Novak arrastró el cuerpo del hombre hasta la oficina y lo dejó detrás de un mostrador. Se preguntó si viviría solo, si

-Vamos -dijo ella, acercándose a un pequeño armarito para coger una llave.

Se internaron por los pasillos a oscuras. Ella sacó su móvil para iluminar débilmente sus pisadas. El resplandor azul se reflejó en las puertas de metal. Novak pensó que eran como panteones de hierro y cemento que contenían la basura de los perros capitalistas del país. Sin embargo, uno de ellos guardaba algo que necesitaban. No era basura.

En algunos tramos, el suelo era una rendija de hierro por al que se podía ver

Tras varios cruces de pasillos interminables, llegaron a un pequeño pasillo con menos de diez puertas. Ella se acercó a uno de los cajones y sacó la llave. Le tendió el móvil a Novak para que la iluminara mientras se encargaba del candado. El hombre cogió aquel cachivache con cuidado, como temeroso de que le mordiera.

-Ya está. Dámelo.

Novak se lo dio de golpe y se acercó a puerta. Elevó la persiana hasta que chocó contra el techo. El eco se perdió en el laberinto de guardamuebles.

-Enciende la luz. Ahí está -informó la mujer.

Novak tanteó la pared hasta que una bombilla pelada brilló en el centro del cajón.

Todo estaba igual que la última vez que estuvieron allí, unos días atrás. La mujer avanzó unos pasos y miró en derredor.

-¿Qué necesitamos?

Novak señaló al fondo del cajón y la apartó para llegar a él. Aún había sangre seca a los lados. Junto a la rueda de la pared, un puñal con dos hojas de unos diez centímetros. El acero estaba desgastado y sucio por la sangre de Armello. En el centro, una serpiente enroscada sobre sí misma era el nexo entre ambas cuchillas.

-No debíamos haberle hecho eso -murmuró ella desde atrás-. Armello era bueno, no se lo merecía.

Novak gruño, sintiendo como sus dedos se apretaban contra el mango del arma.

-Ya lo hemos hablado. Armello era un peligro para nosotros, lo fue desde Hide Park, iba a confesarlo todo.

Ella guardó silencio. Estaba afectada, Novak lo notaba, pero le arecía absurdo. Estaban allí por un fin mucho mas noble, mas importante, que la vida de un simple hombre. Hizo lo que debía. Se acercó hacia ella con el cuchillo en la mano.

-Tenemos que acabar esto, tú misma quieres, eres la causante de todo esto. Pero los dos sabemos que lo que hayamos hecho poco importará cuando lo acabémos.

-Lo sé.

Y, para su sorpresa, ella se lanzó hacia él. Tardó en entender lo que le pasaba. Lo estaba abrazando.

Nunca había sentido eso, pero no le molestó. Había compartido mucho con aquella mujer desde que se conocieron, mas de un años atrás: habían comenzado con el rito a Adhira. Dentro de poco lo terminaría, se culminarían tantos esfuerzos.

Bajó la mano hasta el vientre de ella y palpó su piel. Lo escuchó, aquel pulso que nadie esperaba, pero ahora era mas lento. Mas agonizante. No marchaba bien. Se separó de ella quitar sus dedos. Empezó a ponerse nervioso.

-Tenemos que completar el rito -dijo con seriedad-. No podemos tardar mas. Adhira requiere de el último sacrificio.

Ella asintió, nerviosa. Con voz atropellada dijo.

-Podemos usar a quien tú ya sabes. Ya lo has visto, es perfecto.

-¿Segura?

Ella movió el cuello con mas fuerza, casi frenética con la idea.

-Sí, mañana mismo. Podemos reducirlo y realizar le ritual allí mismo. Lo matamos, mañana mismo. ¡Lo matamos y fin!

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now