XXIIX

37 15 0
                                    

  
    El zumbido de la cafetera resonaban en el despacho de Edric Dumm, como profetizando un acontecimiento memorable. Un hombre de unos cincuenta años con largas y blancas patillas era el centro de cuatro pares de ojos ansiosos de sus palabras. Vestía unos vaqueros desgastado, al estilo del viejo Texas. Con movimientos relajados y precisos se sirvió un café sin mediar palabra, pero sí con mucha azúcar. Después, se sentó tras el escritorio de Dumm como si fuera suyo.
     Y lo era, mas o menos, según tenía entendido Plock, que observaba apoyado en la puerta cerrada. Beatrice estaba a unos metros apoyada en la aprende como él, Lynch sentado con las piernas recogidas y limpiándose las uñas, mientras Edric se matenía de pie sin hacer un movimiento. En la pocas conversaciones que había sostenido estos días con el capitán, Plock había descubierto a un hombre discreto, calmado, casi al acecho. Sin embargo, corría cierto rumor sobre su cariño a la botella.
    Un carraspeo quebró el silencio.
    —¿Qué nos puedes contar, Neill Jenkins?
    El agente Jenkins, tomado un gran sorbo de café, se revolvió en el asiento. Se pasó la mano por la boca para barrer los restos y explicó:
    —Me pediste ayer que buscara a un tal Novak Natoo, ¿verdad?
    La forma de asentir de Dumm fue casi inapreciable. Jenkins continuó.
    —Mis chicos han estado preguntando, y han sacado en claro lo siguiente: ese Novak es un pedazo de hijo de puta difícil de coger.
     Plock recordó como Beatrice le había resumido quien era Jenkins. Había sido capitán de esa misma comisaría hasta hacía unos cinco años, cuando pidió el traslado al Southall. Era un barrio tranquilo, con algunos rozes (ocasionales) entre alguna que otra banda callejera. Era un barrio turístico, con poca criminalidad y todo un crisol de culturas.
     —Hemos hablado con un tipo que afirma haberlo conocido hacía visto. Por lo visto, el bueno de Novak circulaba en una compañía de circo. Por toda Europa. Decía que era algo así como un faquir, pero lo despidieron. Curiosamente, la oficina desde donde se maneja el circo está en Londres, pero eso no es lo que importa —tanteó el viento, para apartar la idea—. Luego se le pierde la pista un poco; estamos hablando de hace unos tres años, pero dicen que lo han visto por mi distrito.
     —¿Estás seguro? —preguntó Lynch, levantando por fin la mirada de sus uñas.
    —Mis fuentes son fiables, Lynch, creeme. Además, el tío mide mas de dos metros. Contando que la altura media de los vecinos del Southall es de poco mas de metro setenta, Novak es un mounstro fácil de ver. Es un armario con pinta de mala leche. Lo malo es que no me han sabido dar su dirección exacta. Pero la tendré mañana, quizá pasado.
    Edric se movió para sentarse en el escritorio. Cogió la figura de una jirafa de madera.
     —Necesitamos encontrarle ya, Neill. Mañana mismo debe de estar detenido. Tienes que saber donde está ese cabrón cuanto antes, o tendremos que llenar las calles de patrullas. Hay que montar una redada lo mas pronto posible.
    Jenkins se apoyó en el respaldo del sillón mientras se frotabael grisáceo bigote. Sopesaba una idea que quizá no hiciera mucha gracia.
     —Verás, Edric, las cosas en el Southall son distintas. Hay personas de todas partes del mundo, sobre todo India y Pakistan. Son gente muy agradable, pero se cierran con facilidad, además de que se protegen los unos a los otros, como es natural. No podemos entrar así porque sí en una calle y empezar a tirar puertas con una docena de agentes armados hasta los dientes. Romperías la confianza que hay entre el cuerpo y la gente de a pie. ¿Comprendes?
    Se mantuvieron las miradas un momento. Plock pensó que Edric iba a estamparle la jirafa, pero siguió con el rostro frío y postura inmóvil. Ambos agentes tenían una amistad y no parecía que fueran a discutir.
    La voz de Beatrice flotó con gracilidad en el aire del despacho.
    —Edric tiene razón, Neill. Novak está siendo una serie ritual. Va a volver a actuar, y será pronto. Sabe que le pisamos los pies y tendrá prisa por acabar con esto a su manera. Tu popularidad no va a bajar por detener a un extremista en la comunidad hindú; es mas, seguramente te lo agradezcan.
     Jenkins le sonrió a la joven con un suspiro.
      —No puedo discutir contigo de política, no sé nada. Vale, me habéis convencido. Mañana tendréis una dirección y podréis hacer vuestra dichosa redada, tenéis nuestro apoyo. Pero tengo que pedirte un favor, Edric.
    —Lo que quieras.
    El dedo de Jenkins se quedó quieto en el aire señalando una mesa.
    —Como vais a estar un par de días bastante por mi comisaria, ¿por qué no me llevo la cafetera? Nos hará falta, sobre todo a mí. Este café me gusta

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now