XXXI

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    Olivia Wolf siempre tenia un método para moverse sin problemas en el laboratorio. Era un lugar abarrotado de material para examinar piezas, y el entorno no se caracterizaba por su orden escrupuloso. Algunos compañeros se habían quejado del desorden, pero Olivia se excusaba alegando que aquel lugar era casi exclusivamente para ella, y que conocía bien cada centímetro y como moverse sin problemas. Sin embargo, hoy había tratado de organizarse un poco para dejar paso a los papeles de Armello. Cuatro cajas llenas de cuadernos y folios con anotaciones casi imposibles de descifrar.
     Oliva suspiró el pensar en como reaccionaría Poleman al contarle que no había terminando de examinar las piezas que le tenía desde hacía dos semanas. Los dos sarcófagos y unas cuantas tablillas de caliza descansaban en unas especie de mesas para autopsias, protegidas por plásticos blancos. Despedían un ligero olor a tierra seca que el agradaba, pero que ya había dejado de sentir. Poleman dirigía todo, y había dicho que dejarle a Olivia le comprometía. Conos si ello fuera a presionarla a ella, una antropóloga que sabía que el trabajado podía esperar. Y esas piezas de cuatro mil años de antigüedad podían esperar un día mas. A la mierda con Poleman.
     Apurando el ultimo trago del moka, Olivia apoyó el pie en una mesa para impulsar la silla de ordenador hasta quedarse frente q un escritorio gris plagado de papeles. Le sorprendió la cantidad de  trabajos que Armello había empezado. Según tenía entendido, llevaba tan solo cinco años en el museo. Tres años atrás, cuando Oliva lo había conocido, le había parecido alguien bastante calmado, nada puesto a trabajar. siempre parecía estar libre para ir a la cafetería o para cualquier favor.
    Olivia apartó ese recuerdo y volvió a fijarse en los papeles. Armello había empezado muchísimos mas estudios que ella. Sin embargo, había muy pocos acabados. Era un buen antropólogo, y los temas variaban desde las ruinas prehistóricas de Malta, unos monolitos tan misteriosos como gigantescos, hasta trabajos sobre la cultura fenicia.
    Todo era muy raro. Un antropólogo debía de estar ansioso por acabar esos trabajos para publicarlos, pero alguien así de brillante parecía mas interesado en empezar otros caminos sin final. Nadie se había quejado jamas del rendimiento de Armello, pero Olivia pensó que la directiva no debía saber mucho de ese modo de trabajo.
    A esas horas de madrugada, no había nadie en el museo del torno de día. Solo un par de guardas se debían de estar debatiéndose entre la consciencia y el sueño en sus garitas. Todo estaba en silencio y espesa oscuridad
     Un destello metálico llamó la atención de la antropóloga. La luz espesa de una lampara se reflejó en unos discos que había colocados en han esquina de la caja que tenía mas cerca. El cartón parecía algo corroído, pero los disquetes relucían como nuevos. Tenían aspecto de haber sido poco utilizados. Los cogió y le dio una vuelta en el aire como si ello fuera a arrojar luz a sus incógnitas.
   Solo habían tres discos. Había marcado cada uno con números, pero el primero tenía algo mas escrito: Goodwin, con tinta azul. Olivia sopesó el nombre. Lo había escuchado antes, pero no sabía donde. Se agobió al no poder recordar algo tan absurdo. La solución debía de estar guardada en ellos. Sacó el primero y lo metió en la disquetera de su portátil. Tardó unos instantes en procesarlo todo, aunque solo habían dos  archivos de vídeo. Ambos llamados Ladakh.
     Olivia abrió el primero y el vídeo comenzó con un plano totalmente oscuro. Se oía a dos personas susurrar tan bajo que era imposible entender nada, además de que una crujidos eran mas que molestos. Estaban andando entre ramas en plena noche, o  un lugar así. Olivia atisbó lo que parecía un sendero de tierra y unos pies. La cámara frenética hasta detenerse en una mancha incandescente a lo lejos. A pesar de estar desenfocado era claro que era una columna de fuego. Cuando el objetivo se acostumbró a la imagen,  Oliva pudo ver a un grupo de personas congregadas junto al fuego, a unos metros desde donde se escondía el cámara. Ahora se veía claro que estaban al aire libre: un gran acantilado caía junto al sendero mientras los picos de unas montañas se alzaban oscuros como si fueran a devorarlos. Los encapuchado habían empezado a musitar un canto, como el susurro de una caracola. Entre ellos había un camastro con un bulto que no se veía bien. Pareció moverse en el mismo momento en el que una figura levantaba el rostro y la miraba a los ojos... Algo se movió detrás de ella.
    Oliva saltó de su silla con el corazón dando saltos, cuando una de las bandejas con instrumentales cayó al suelo. Varios escarpelos chasquearon como si cuerna dientes castañeando hasta reventarse. El sonido de la bandeja rebotó en las paredes hasta que los ecos metálicos murieron tras los sarcófagos.
     La habitación volvió a sumierse en un completo silencio. Oliva se arrepintió de sólo haber dejado encendida el flexo de su escritorio principal. El resto de la habitación estaba a oscuras. Solo veía hasta la primera “mesa de autopsias". La estancia se extendía varios metros mas, y entre el desorden había varios lugares donde alguien podría haberse escondido sin problema.
    La mente de Olivia empezó a creer teorías sobre su fuego en los próximos minutos, mientras se maldecía por haber bajado hasta las persianas. La luna podría haber arrojado su plateado resplandor para calmar el desasosiego de la antropóloga, pero siempre había tenido la manía de quedarse totalmente a oscuras. Recordó sus miedos infantiles, y pensó que el terror a la oscuridad era lógico si se entendía que el mayor miedo del ser humano era enfrentarse a lo desconocido. Pero taparse con una manta y esperar a que el sueño se la llevara a un lugar mejor no era una opción en este caso
    Una especie de chasquido sonó a su derecha. La puerta de un acero se movía, con calma y dejando ver un mordisco de oscuridad en la pared. Olivia sintió su pecho contraerse de puro miedo. Terminó de abrirse con un choque contra la pared y una brisa caliente entró para helarle el corazón.
     No había nadie. Solo un pasillo que giraba a ambos lados, y enfrente una pared con un tablón lleno de folios. Oliva suspiró, tratando de quitarle hierro al asunto recordando las ventanas que habían en el pasillo. Seguramente estaba abiertas y la brisa nocturna había actuado sobre su puerta, mal cerradas. Sí, era eso, Oliva estaba segura.
    Pero no pudo evitar sentirse nerviosa cuando se levantó. Era extraño. Nunca había sido una persona miedosa, siempre había mantenido la calma y la cabeza limpia y sin sugestiones. Pero en aquella ocasión, sintió algo parecido al miedo. Estaba mucho mas tensa de lo normal. Quizá fuera por los nervios de la presentación y la muerte de Armello lo que creaba aquel colofón de emociones que acababan con sus nervios. Recordó a Edric y pensó que el también tenía algo que ver con ponerla de los nervios.
     Era el momento de otro moka. Llegó hasta la puerta y al apoyarse en el quicio de la puerta, lo notó tan frío como el huielo. Apartó la mano y se inclinó hacia el pasillo. A su izquierda se encontró con un pasillo insípido, con un ascensor empotrado en un lado. Todas la s puertas estaban cerradas y ninguna luz estaba encendida. Estaba sola. Miró hacia el otro lado.
     A través de los cristales se filtraba el resplandor plateado de la luna, que estaba casi llena. Las ventanas estaban cerradas y no había ningunas brisa notable en el pasillo.
    Era extraño, pero los miedos de Olivia se calmaron. Parecía que aquella calma era reconfortante, pero un sentimiento de alerta seguía latente dentro de ella. Tanteó en el bolsillo de sus vaqueros y oyó chasquear unas monedas. Las cuatro de la madrugada. Sí, era hora de un café.
    En una hora ya empezarían a llegar algunos empleados del mueso, pero todo seguía en calma. Bajó por la escalera, que giró para desmbocasr en el piso de abajo. En aquel pasillo apenas habían un par despachos, pero tenían la máquina para el café que le correspondía a la planta de la antropóloga. En uno de ellos pasaba las horas un delegado de marketing que solía pasearse con calma y sin ningún interés por trabajar. Del otro nunca había visto salir ni entrar a nadie, pero había un letrero que rezaba: Dort. S. Deen.
    La máquina expendedora brillaba en una esquina con un fulgor azulado y artificial. Oliva dio un par de pasos hacia ella cuando algo le rozó el tobillo. Bajó la mirad al mismo tiempo que descargaba una patada al aire. Algo grisáceo y peludo le golpeó el pie, pero acabó por los aires. La rata terminó su vuelo chocando contra un pared.
     Olivia se asqueó, recordando la comuna de ratas que vivía en el museo desde su construcción. No era una plaga, sino que vivían en una especie de armonía, sin atreverse a roer las piezas expuestas. Normalmente, correteaban por los sótanos donde guardaban las piezas y por los que Olivia había tenido que caminar mas de una vez con aquellos ojos acechando en la oscuridad. Se fijó en la rata, que se levantó tambaleante para esconderse tras la máquina expendedora.
     Las ganas del café se desvanecieron por completo y Olivia subió de nuevo. Miró la luna, como único testigo de aquella noche. Llegó al pasillo y pasó por su puerta, pensando solo en germinar de ver los vídeos de Armello. El corazón le dio tro vuelco.
     Alguien había movido el flexo ,que apuntaba a una de las cajas y la luz del cuarto era incluso mas oscura que antes. Tanteó la pared ,pero no consiguió llegar al interruptor de la luz y rozó algo que parecía recubierto de piel. En ese momento comprendió que no estaba sola.
    

Huesos para Adhira Donde viven las historias. Descúbrelo ahora