LXVII

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    Una marea de invitados fluía con espesa lentitud por los pasillos del Museo mientras Plock trataba de seguir el ritmo de Beatrice. Habían aparcado en la calle de al lado y la joven había salido como una exhalación. Plock, apurando las últimas fuerzas que le quedaban, se sentía cada vez más incómodo y agobiado Atravesaron el patio entre lluvia y el eco de algunos truenos, para que ahora una panda de pijos lo miraban por encima del hombro.

-¿Estás segura de que sabes dónde es? -preguntó Plock cuando bajaron el ritmo para hacerse paso entre una espesa masa de personas.

-Sí -replicó Beatrice, apartando a un hombre rechoncho que la miró con asombro-, deja de preguntármelo.

Plock tragó saliva y siguió con pasos rápidos. Era verdad, pensó, le había preguntado cuatro veces si "estaba segura". No preguntaba sobre nada concreto, sino a algo general, si estaba segura de lo que hacía. Si estaba segura de a dónde iban. Si estaba segura de aquella corazonada.

Llegaron a un gran espacio sin muchas personas. Apenas un grupo hablando en una esquina de lo que parecía una gigantesca plaza cubierta. Atrio de Isabel II, rezaba un cartel en una de las entradas.

-Vamos -instó la joven.

Corrieron por el suelo de mármol hasta unas escaleras en forma de espiral que se elevaban hasta una sala que coronaba el Atrio. La Sala de Lectura. Estaba oscura y parecía estar completamente vacía desde fuera.

Pero no subieron. Beatrice se lanzó a la puerta que había junto al escenario donde debían de haber dado el discurso. Plock la seguía balbuceando como un perro cansado. En vez de internarse en el flujo de personas que se esparcían por la exposición, giraron hacia unas escaleras que subían por un pasillo menos iluminado.

Beatrice pareció saberse el Museo al dedillo, porque el atajo desembocó en una sala más grande y llena de invitados que murmuraban mientras se repartían para ver las vitrinas que llenaban el espacio.

Buscó a la mujer, Adeline Host, entre el tumulto. Plock solo la había visto una vez, y no estaba seguro de poder reconocerla entre tanta gente. Quizá fuera la que estaba junto a la puerta que torcía hacia la sala izquierda.

Plock no tuvo tiempo acercarse para fijarse, pues su teléfono le hizo bajar la mirada. Lo sacó del bolsillo entre pitido y pitido.

-Dime.

-Pásame a Beatrice. ¡Ya! -ordenó la voz de Lynch y Plock le dio subitamente el teléfono a la joven.

Beatrice le dio la espalda mientras escuchaba unas ideas que parecía musitar muy concentrada. Plock la vio asentir con el ceño fruncido sin dejar de moverse de un lado para otro.

-¿Estás seguro de que dice la verdad? Está bien. Debemos arriesgarnos.

Le tendió el teléfono a Pock y este estuvo seguro de que la mente de la joven era un hervidero de ideas que peleaban entre sí por una certeza. Beatrice asintió, entre segura y confusa.

-Quizá nos hayamos equivocado. Hay que ir a otro sitio.

Plock no tuvo tiempo para preguntar, pues antes de que pudiera pensar en algo, ya estaban rehaciendo sus pasos.

Habían cambiado de planes. Ya no buscaban desespersdamnete a Adeline Host para descubrir de una vez porque todas aquellas personas habían muerto. La teoría, que ahora Plock creía tan cierta, de que Host había orquestado la serie de asesinatos, debía de haberse desmoronado con la llamada de Lynch. Así que aquella mujer que apenas había visto, pero que ya le ponía los pelos de punta, no era la clave. Ella no sería quien les daría respuesta. Quizá incluso nadie se las fuera a dar. Y eso era lo que más temía Plock: no saber.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now