LII

19 12 0
                                    


     Cuando Lynch salió del despacho, Edric suspiró con cierto alivio. Tras pasar una noche en la soledad de su despacho, que tantas personas entraran ahí le había puesto de los nervios. Prefería sentirse brutalmente solo que rodeado. Ahora todo estaba en silecnio, excepto por el monótono zumbido del aire acondicionado. Ese cachivache reventaría pronto.
    Amontonó algunos fajos de papeles en su escritorio en busca de algo de orden. Bajó las tazas de café al suelo para hacer espacio. La bombilla del viejo flexo se había fundido poco antes del amanecer, pero en esos momentos trabajaban desde su ordenador y no le había importado. Un olor rancio se levantó al mover las cosas. Por fin encontró la madera oscura del escritorio al levantar los portarretratos. Unas litografías de los dibujos de Franz Kafka le saludaron.
    Eran originales. Como casi todos las obras de arte de la familia Dumm; algunas no eran así, pero sí reproducciones de excelente calidad. Solo tenía tres, pero le parecían fantásticas. No tenían sentido, el mismo autor había confesado que eran “muestras de escritura privada”, solo aptas para él. Pero Edric se sentía extrañamente fascinado por la obra de Kafka.
     Aquella mañana, sin ir mas lejos, se sentía como Gregor Samsa, protagonista de “La metamorfosis”. Al levantarse sobre el escritorio de su despacho, había sentido que era otro. Que había cambiado. Solo le preocupaba el trabajo y…
     El teléfono aulló entre los papeles. Edric, con el corazón botando, llegó hasta él y se llevó el auricular al oído.
     -¿Sí?
     -¿Edric?
     La voz de la antropóloga quedó en el aire unos segundos.
     -Sí, soy yo.
     -Soy Olivia, Edric -titubeó y de nuevo la línea quedó muerta-. Quería pedirte disculpas por lo de ayer. No debería…
     -No, no, no -la cortó él-. La culpa es mía. No tendría que haber dicho esas cosas…. Es tu opinión, no puedo decir en contra de ella.
     -Entonces lo olvidamos, ¿te parece bien?
     -De acuerdo, perfecto -Edric se acomodó en el sillón y golpeó ua de las tazas con el pie-. La exposición es hoy, ¿verdad?
      El sonido de unos papeles atravesó a línea. Quizá ella también estuviera tan nerviosa como él. Edric se dijo que era imposible.
     -Sí, también por eso te llamaba -prosiguió Olivia-. Si aún sigues con ganas de venir...
     -Sí, claro. Me encantaría.
     -Es una noche importante, me gustaría que estuvieras aquí.
     Edric fingió pensarlo.
     -Claro. ¿A qué hora?
     -Abren a las siete y media, pero creo que llegaré un poco tarde. A las ocho mejor.
     -Está bien.
      Ella colgó y Edric se quedó con el auricular en la mano. Finalmente, lo encajó en su sitio pensando que ya tenía algo con lo que evadirse de todo aquello.

Huesos para Adhira Donde viven las historias. Descúbrelo ahora