LIII

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Marion Goodwin había amanecido con otitis mientras fuera llovía. Tras dormir hasta las diez y media, la pequeña pasaba su mañana encerrada en su cuarto. La casa estaba en silencio, y lo único que alcanzaba a oír eran los goteos en los canalones y las voces que ella misma simulaba en sus juegos.

Movía de un lado a otro de la habitación un dinosaurio parecido a una tortuga que le había regalado su padre. Pensó en él. Hacía meses que no lo veía, quizá desde el divorcio. La palabra le ponía los pelos de punta, le recordaba a los gritos de ambos. No había visto a su madre en toda la mañana. Aunque le daba igual, tampoco había salido de la habitación.

Tic-Tic-Tic

Marion dio un respingo. El dinosaurio se le escapó y cayó en la alfombra. La niña se giró cuando los golpes en la ventana se repetían. Tras el cristal empañado por la lluvia, una silueta oscura daba toques a la ventana desde el alféizar.

Marion apagó la única luz para verlo mejor. La había asustado, pero sonrió al distinguir un rostro conocido. Se acercó a paso rápido hasta la ventana y la abrió para sentarse con él en el alféizar. Una brisa húmeda pero caliente acarició su rostro.

-¡Ansel el vikingo! -saludó la niña- ¿Quieres pasar? ¿Qué haces aquí? ¿Quieres jugar? ¿Dónde has dejado tu barco?

Las preguntas de la niña se amontonaron por la emoción. El vikingo hizo un gesto con la mano para que bajara la voz.

-Mejor que no nos oigan -dijo Plock mirando la puerta cerrada del cuarto- Mejor me quedo aquí; si entro, puedo mojar tu cuarto.

La lluvia era débil, perezosa, aunque unas espesas nubes negras oscurecían el cielo. Ansel estaba empapado. Marion se preguntó cómo había subido.

Se echó hacia el vacío de la ventana y Plock le puso la mano en el hombro por si resbalaba. El cuarto de Marion estaba en el primer piso y había unos metros desde la ventana hasta las baldosas de la calle. En esta no había nadie. Las pocas veces que Marion había estado en casa a esas horas, había visto que por ahí no pasaba casi nadie. Pero sí que había alguien.

La amiga del vikingo, la chica con la piel como la de un hada, la saludó desde abajo. Su piel blanca resaltaba en la mañana gris. Se había echado la capucha sobre su cabeza, pero el pelo rojizo de Ansel estaba empapado.

-¿Cómo has subido? Estás mojado.

-Es un secreto. He venido a hacerte unas preguntas, Marion, si no te importa...

-Está bien... -repuso la niña, titubeando.

Plock sonrió, intentando acomodarse en el reducido espacio del alféizar. Se apoyó en un canalón que caía en vertical.

-En el despacho de tu padre, me diji0ste que había con gente mala, ¿te acuerdas, Marion?

-Sí.

-¿Sabes quiénes son?

-No.

-¿Ni cómo se llamaban?

-Creo que no. No me acuerdo. Papá nunca me dijo como se llamaban.

-¿Y que te dijo de ellos?

Marion rememoró aquellos momentos. Durntes unas semanas, su padre le había estado hablando de un lugar mágico y muy bonito: la India. Allí había unos hombres que hacían malabares con cuchillo. Eso era impresionante en los ojos de la niña, pero su padre le advirtió que no lo hiciera. Se podía cortar.

-No sé. Dijo que trabajaba con ellos. No me acuerdo mucho.

Plock asintió mientras sacaba algo de su chaqueta. Un folio amarillento. Con movimientos lentos, Ansel comenzó a doblar el papel.

-¿Los viste alguna vez? -preguntó- A los hombre malos, digo...

Marion intentó recordar. Habían venido a casa de noche, hacía más de un año, y ella estaba medio dormida.

-Solo había un hombre malo -explicó la niña, cerrando los ojos para recordarlo con mayor claridad-, y una mujer. Era guapa, pero mayor, como mi mamá. Vinieron aquí hace mucho. Creo que hace un año, por lo menos. Era de noche, yo ya etsaba durmiendo, pero me desperté cuando les oí discutir.

-¿Qué decían, cariño?

-No me acuerdo. Bajé al salón para ver que pasaba. Mamá no estaba, creo que se había ido de viaje. Estaba papá con dos personas. La mujer y el hombre malos.

-¿Los dos eran malos?

-Creo que sí. Ella me dio miedo también. Hablaba mal, enfadada.

-¿Y el hombre?

Los ojos de la niña chispearon al recordarlo.

-¡Era un gigante! -exclamó, y luego bajó de nuevo la voz- Rozaba el techo y se tenía que agachar para pasar por la puerta. Era muy alto y me cogió como a un bebé.

-¿Qué?

-Mi padre me pidió que me fuera a mi cuarto. Parecía nervioso, pero sonreía. El gigante me levantó del suelo y me llevó hasta la escalera.

Marion se estremeció al recprdar su cara. Daba miedo.

-Me fui a dormir. Ya no sé mas, lo siento.

-No pasa nada, Marion -sonrió Plock- Ya me has ayudado mucho. Toma.

Le tendió el papel que había estado doblando. Cuando Marion lo cogió, se dio cuenta de que tenía forma de barco. Los dobles en forma de triángulo estaban afilados.

-Ahora tienes un barco como el mío.

-Gracias

-¿Marion? -una voz resonó en el pasillo.

Plcok se arrastró por la ventana.

-Me tengo que ir, Marion. No se lo digas nadie.

Ansel se agarró al canalón y comenzó a bajar reptando como una serpiente.

La puerta se abrió cuando la niña cerraba la ventana. Una mujer de un metro sesenta y tez morena se asomó por el quicio de la puerta. Era Julia, la asistenta.

-¿Marion? ¿Hablabas con alguien?

La niña asintió.

-Sí, con un vikingo -le mostró el barco de papel- Me ha dado esto. Ahora puedo navegar en busca de aventuras.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now