LII (primera parte)

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  Enfilaron por el pasillo tras salir del despacho de Dumm y llegaron a la inmensa sala reservada para los empleados de la comisará encargados de Homicidios. Los cubículos se sucedían entre sí, mayoritariamente vacíos. A esas horas, se producía un pacto entre los agentes de Homicidios para ir a la cafetería durante algo ams de una hora, dejando la sala casi vacía. Un par de personas tecleaban, resignadas.
    Plock apretó el paso para alcanzar a Beatrice, que en un momento ya se encontraba frente al tablón de corcho en el que se amontonaban los datos esquematizados de Huesos. Fotografías y nombres acompañados de anotaciones y los resúmenes de los informes forenses se amontonaban en toda su extensión caos de giros. Nada parecía tener mucho sentido.
     Beatrice no dijo nada. Sus ojos estudiaban el corcho.
     El resto de tablones no estaban tan llenos, ninguno era tan caótico en estos momentos. Plock se preguntó si los agentes creadores de esos tablones querrían encargarse del suyo. Seguramente sí.
     También escudriñó en busca de un cabo suelto. Había muchos, pero ninguna beta donde escarbar. Sus ojos se posaron en los de Natoo, junto a la imagen de la casa del Southall. Plock sintió nauseas.
     Tras una noche de recuerdos, giros, temblores, nervios y sudores fríos había conseguido dormirse poco antes de que Beatrice picara a su puerta.  La sangre estallando tras apretar el gatillo seguía clavado en su mente. Se repetía como una sintonía pegadiza, sin fin. Procuraba en no pensar en ello, pero era casi imposible.
     Trató de concentrar sus energías en el corcho, pero una voz lo llamó desde su espalda.
     Lynch se acercaba con zancadas lentas y tranquilas. Tenía el mismo aspecto de siempre, tan fresco como nunca. Sus dientes asomaban como un finísima línea entre sus labios. Se había afeitado y en la solapa de la camisa lucía una flor amarilla. Se dirigía hacia él.
     Saludó a unos agentes en sus cubículos antes de pararse junto a Plock.
     -Pareces hecho polvo, chico -le propinó una palmada en la espalda que casi el hizo perder el equilibrio-. Seguro que lo de ayer te quitó el apetito. Siempre pasa, no te preocupes, pero estarás hambriento. Tú también, Beatrice, me tienes que explicar tu aspecto… Mírame cuando te hablo, por favor.
     Beatrice no se giró, pero repuso.
     -Me quedo.
     Lynch gruñó.
     -¿Y tú, Ansel?
     Titubeó. Se sentía hambriento, de verdad. No había cenado la noche anterior y Beatrice no le había dado tiempo a tomar nada. Era como su un litro de ácido corhídrico le deshiciera el estómago. Sin embargo, decidió que debía quedarse.
    -Mas para mí -dijo Lynch, encogiéndose de hombros antes de marcharse.
    Plock se giró hacia el corcho, pero la voz de Beatrice le sorprendió.
    -¿Tú me crees? -preguntó con sus ojos fijos en él.
    -Claro -dijo sin mucha convicción, sintiendo un escalofrío causado por aquellas dos esferas rojas.
    Beatrice asintió y volvió a mirar la marabunta de Huesos. Plock también se concentró en el tablón, perdiendo la mirada en las imágenes. Sus ojos se posaron en un rostro en medio de aquel caos. Algo hizo contacto en su cabeza y una idea fugaz lo iluminó todo.
     -Espera.
     Beatrice lo miró, casi tan sorprendida como él. Plock se acercó para leer una de laa anotaciones. La había hecho él mismo unos días antes.
      -Tengo algo -informó con voz atropellada-. Estaba siempre ahí. Vamos.
      -¿El qué?
      -¡Vamos!

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now