XXIII

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Lynch solía tomar un café y un par de pastillas naranjas que se conseguian sin recerta en ese tipo de situaciónes en las que el dolor de cabeza y el cansancio no le dejaban concentrarse. Necesitaba ese apoyo. Había escuchado que hacer eso no era del todo bueno, sobrecargaba al cuerpo demasiado, pero él lo hacía, y se sentía bien. Que se fueran a la porra los matasanos, ellos no tenía que presentarse a esas horas a trabajar. Eran casi las once y Lynch se sorprendió al ver que estaba en el Parque Richmond, en medio de un camino mas iluminado.
A pesar de que acostumbraba dormir ya a esas hora y le enfadaba tener que estar despierto, le gustó que no hubieran curiosos a la vista. Huesos, eso era lo que había dicho entre jadeos nerviosos el guarda que había los restos que ahora estaba examinando el forense. Eso podría haber sido algo muy jugosos para los buitres de la curiosidad, pero a esas horas no había nadie en el parque. Aunque, pensó, quizá apareciera alguien atraído por el revuelo de coches policía.
Llegó a un desvenjecido puente blanco que atravesaba un pequeño lago. Seguía a un agente que decir saber donde estaba la fosa llena de huesos. Tras atravesar el puente, pasaron por un camino incluso mas alejado, desgastado y peor iluminado.
-Entonces, ¿ya ha llegado el forense? -preguntó Lynch, aunque ya sabía la respuesta, para entablar una pequeña conversación.
-Sí. Hace rato ya. La señora Wodd ha sido casi la primera en llegar.
Lynch musitó un bien que no llegó a salir de su boca.
-¿Quien decías que ha encontrarlo el cuerpo?
-El guarda del parque -respondió con un tono casi molesto-. Lo encontró mientras perseguía a un tío. Entró en pánico, pero al final pudo llamar y contárselo todo a la operadora. Está mas adelante, en un parque.
-Pues quiero hablar con él.
El agente se giró y dedicó una mirada inquisitiva a Lynch. Parecí tener mucha prisa. Finalmente, dijo:
-Sígame.
En la siguiente bifurcación del parque, fueron hacia la izquierda y subieron una pequeña cuesta natural. Lynch observó el espeso manto de árboles. Las ramas parecían garras deseosas de agarrarle para arrastrarlo, y las hojas parecía el loa dedos que acariciaban su brazos, amenazando con aferrase a ellos y descargarlos. Apartó esas fantasías de su mente.
Siempre imaginaba cosas durante la noche, desde niño lo hacía. Recordaba pasar almas noches de su niñez pensando que en el jardín habían fieras sedienta de sangre joven. No era algo que le aterrará, sabía que no era cierto, pero prefería mantener los ojos fijos en la ventana hasta dormir. Lo mismo le pasaba ahora en el bosque: decidió ir por el medio del bosque para no sentir los arañazos de la maleza.
Podrían arreglar un poco esto.
Salieron de la garganta de árboles y se les presentó una espalanada de hierba alta. A unos cincuenta metro, junto a otro pequeño lago, había una farola que despedía un cálido haz anaranjado sobre un solitario banco. Ahí había dos figuras. Lynch llegó sin preocupaciones hasta los dos, mientras el otro agente se entretenía con un cigarrillo.
El guarda, un hombre de casi setenta años con profundas arrugas y un espeso bigote, estaba sentado en el banco sopesando un café. Tadavia estaba notablemente nervioso, y sus piernas atléticas taconeaban el suelo con un compás monótono. Una agente se había quedado junto a él.
-Disculpe -dijo Lynch, acercándose-, ¿es usted quién a encontrado los huesos?
El hombre se giró, extrañado.
-Sí, soy yo.
-Agente Lynch Kwolton. ¿Podría contarme como los encontró.
El tal Higgins tragó saliva y contó el relato en el que impedía una violación en su parque. Su parque. Parecía ser el propietarios. Aunque trabajando tantos años ahí, pensó Lynch, era normal.
-Nunca había visto nada así -dijo entre un pequeño sollozo, pero mantuvo la compostura-. Fui al ejército cuando fui joven. No combatí, pero fui como una especie de auxiliar en el cuartel al que me mandaron. Una vez uno de los chicos disparó su arma por accidente y la bala acabó en la pierna de un compañero. Dios, cuanta sangre. Fue horrible. Pasé una semana sin apenas tomar bocado, con el estómago revuelto, recordando la sangre. Pero lo de antes ha sido peor.
-Me lo imagino.
-No era un herido. Eran cuerpos.
Lynch pensó en la palabra. No era un cuerpos. Eran cuerpos. Eso podía hacer que las cosas se tornaran incluso mas peliagudas. Varías víctimas era algo mas que reseñable. Los medido iban a cebarse, Lynch estaba seguro de ello.
-El olor era incluso peor -dijo Higgins-. ¿Sabe como huele una lata de conservas cuando se le hace un pequeño agujero?
-No.
-Por ese pequeño agujero pueden letras bacterias y un montón de mierda. La conserva se pudre en el armario y el olor se queda ahí hasta que alguien la destapa. Entonces es cuando huele, cuando se descubren los restos.
Las palabras de Higgins le parecieron algo extrañas. Nunca había oído algo parecido, pero quizá fuera así. Se despidió de viejo y volvió al camino boscoso con el agente-guía. Bajaron dos ligeras pendientes y el manto de árboles se volvió mas espeso.
El agente-guía le pasó un linterna cdel tamaño de un termo y Lynch se alivió al ver de nuevo sus pies, bajo el haz blanco. El suelo estaba lleno de maderas rescrebajadas y serrín de los eucaliptos. Las pisadas producían rítmicos chasquido, y el polvo se elevaba hasta casi sus rodillas. Lynch empezó a sentir un molesto picor en las fosas nasales, pero antes de empezar a estornudar como un loco, divisó una luz a lo lejos y se olvidó del polvo.
Un hedor rancio se hizo paso ligeramente entre el aroma de madera seca. Era acre y espeso como el barro.
Avanzaron en línea recta hasta el pequeño grupo de agentes. Habían colocado varios grupos electrógenos para hacer de la noche día en ese pequeño recoveco de bosque. Solo diez agentes seguían allí, con las manos en los bolsillos, orbitando el circulo iluminado donde trabajaba la forense. Elsie Wood había vuelto a embutirse en aquel traje de plástico blanco para no contaminar las pruebas. Con movimientos precisos profesionales se movía alrededor de la fosa.
Lynch empezó a acercarse, cada vez mas inquieto por lo que se iba a encontrar. Eran cuerpos, había dicho Higgins, en plural. Quizá fuera así. El olor se había intensificado brutalmente. Ahora aplastaba las fosas nasales con el hedor que podría despedir, bueno...como una conserva putrefacta, había dicho Higgins. El resto de agentes no dejaban de echarle miradas furtivas al interior del hoyo. Ellos también parecían muy sorprendidos. Las muecas de asco estaban claras, pero también de asombro. Lynch agachó la cabeza cuando llegó al borde.
Un cúmulo de lo que parecían piedras de un color pardusco se extendía hasta ocupar los casi dos metros y medio de la fosa. El perímetro de huesos formaba una especie de círculo, pero algunos estaban movidos, quizá, por efecto de la Naturaleza que se abría paso sobre los restos. Primero le pareció que solo eran un puñado de huesos esparcidos sin ningún orden, pero Lynch vio la figura de un esqueleto completo en medio con las extremidades extendidas y el cráneo extrañamente echado hacia a tras.
Todos estaban roídos y algunos astillados y apilados de formas grotescas. El esqueleto completo aún tenía resquicios de carne pegados. Tenían el mismo tono parduzco, llenos de tierra y Habían pequeños insectos reptando por su cara torácica, asustados por las luces de los halógenos, escapándose entre el enramado óseo.
Una especie de pelusa gris lo recubría entero. Lynch supuso que era moho.
-Debe llevar aquí -dijo la forense, acercándose con una gran cámara- unos tres años, a juzgar por le estrado de descomposición.
La cámara chasqueó y emitió un fogonazo que se dibujo sombras en la caja torácica. Lynch se fijó que, a pesar de las grandes luces que habían colocado, no podía atisbar el interior del tórax del esqueleto central.
-¿Llebaba alguna identificación? -preguntó Lynch.
-De momento no he encontrado nada. Parecía estar desnudo.
Lynch tragó saliva, aquello era grotesco. Sin embargo, la forense mantenía una frialdad estudiada.
-¿Todos son humanos? -se oyó preguntar el agente.
Elsie Wood se giró y lo miró a través de sus gafas de plexiglás.
-Es demasiado pronto para decirlo. Creo que solo el central es de origen humano, aunque aún hay que estudiarlos todos -cogió uno de los bordes, que era largo y estuvo a punto de partirse en dos-. Esto es el fémur de un buey.
-¿Como sabes que es buey?
Wood se encogió de hombros.
-La experiencia -se limitó a decir, antes de girarse hacia los restos.
Los ojos de Lynch se posaron en una especie de tablilla que la forense había apartado de la cuna de huesos. Se acercó a ella. Una espesa patina de polvo había tapizado la piedra, pero el centro se veía mas claro, como si Elsie hubiera pasado un paño para limpiarla. Que un trapo mugriento estuviera al lado le confirmó sus sospechas. Una letras escritas torpemente con tiza rezaban un nombre: NOVAK NATOO.
Lo habían escrito en mayúsculas y con una caligrafía mas bien infantil. Abajo había otra inscripción totalmente ilegible. Tras unos segundos de duda, Lynch comprendió que se trataba de un alfabeto Indio. Las letras parecían aplataplatarse unas las otras, aunque seguramente tuvieran un orden lógico que él era incapaz de ver.
-¿Qué es esto?
La forense dio un pequeño respingo. Estaba inmersa en una nube de concentración rofesional y Lynch le había puesto de nuevo los pies en la tierra. Se giro un instante y fulminó la tablilla con un flash de la cámara. Lynch parpadeó, cegado por el fogonazo.
-La he encontrado a los pies de la víctima. Novak Natoo. Creo que es un nombre, ya he mandado una foto a comisaría para que lo busquen.
Lynch asintió, sorprendido por la iniciativa de Wood. La forense hacia el trabajo de investigador algunas veces, por simple iniciativa propia. Y se le daba bien. Él se preguntó si sería capar de abrir un cuerpo en el laboratorio. Se dijo que no, no siquiera soportaba el olor a sangre y formol.
Lynch miró atento con trabajaba mientras se sintió suspirar. Si había suerte, solo habría un cuerpo. Aunque no era del todo bueno, nada mas lejos de la realidad. Esto generaba muchas mas preguntas que antes. ¿Quien era esa víctima que no habían encontrado hasta ahora? Parecía estar ahí tres años, según la forense. Era una gran casualidad que lo encontrarán a los pocos días de la muerte de Armello Fabricci. Esto indicaba que el asesino había actuado desde hacia mucho. Quizá incluso no habían encontrado todas las víctimas.
-Parece el mismo Modus-operandi -sugirió una voz aterciopelada a la derecha de Lynch.
Al levantar la vista, se encontró con las esbelta figura de Edric Dumm. Estaba apoyado de cuclillas y arrimado a la zanja como si fuera una gárgola con trajes. Sus profundos ojos grises se pasearon por todo el enramado de huesos, estudiando hasta el último milímetro que pudiera serle útil.
-Eso parece -repuso Lynch, volviendo a fijarse en el trabajo de la forense. Era escrupulosa, y eso le recordaba aún más a su hija-, y me preocupa. ¿Desde cuando estará actuado este cabrón? Está claro que no es un incidente aislado.
-Parece que tiene muy claro lo que quiere. O al menos, en la base.
-¿A sí? -se oyó preguntar Lynch, sin mucho interés. Se sentía realmente cansado.
-Sí, hay que pensar en que...
-Perdone -interrumpió una vez.
El mismo agente que había guiado a Lynch se había acercado a la espalda de Edric. Bajo la luz de los halógenos eran mas claras las cicatrices de su acné juvenil.
-Capitan Dumm, hay una mujer ahí afuera que quiere verle.
-¿Quien es?
-Dice que es su hermana -Edric se mantuvo en silencio. Stephen se revolvió y empezó a decir como si fuera un tabú-. La chica es...
Hecho una mirada de auxilio a Lynch, que rió entre dientes. El chico parecía no querés decir algo políticamente incorrecto. No quería decir que era albina. Quizá evitaba decir que era como un puto copo de nieve con ojos rojos.
-Es muy guapa -señaló Knowlton, Edric le devolvió la misma sonrisa de aprobación, por no reirse de la reacción del joven agente, cuya expresión de no entender nada se había acentuado -. Todos no hemos dado cuenta, Stephen.

Huesos para Adhira Donde viven las historias. Descúbrelo ahora