XLVI

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El cielo ya se había oscurecido con brutal rapidez y Natoo aprovechó los estrechos callejones del Southall para alejarse lo máximo posible de ahí. Había dejado atrás el mercadillo y bajaba en dirección sur, refugiándose tras las casas de Masefield Avenue; la mayoría tenían un aspecto descuidado y con las persianas echadas. Se paró a descansar en un callejón que daba a esta calle, tratando de controlar la respiración.

Se apoyó en una pared mugrosa. En su huída, había agarrado una camisa blanca de un puesto que ahora le quedaba pequeña. Los botones parecían a punto de estallar. Bajó la mirada hasta su brazo. Volvía a sangrar y ahora estaba doblado sobre sí mismo. Alcanzó a ver el blanco del hueso que...

Una patrulla pasó a toda velocidad por la avenida y Novak se pegó a la pared.

Conteniendo la respiración, se acercó hasta el borde del callejón. Alcanzó a ver como las luces del coche desaparecían al girar a la derecha. Iban a su casa, pero ya era tarde. No le habían visto. Había que salir cuanto antes de ahí.

Debía seguir el protocolo y acabar con ello cuanto antes. Sí, hablaría con ella y ambos terminarían lo que se había empezado hacía casi un año.

Miró a ambos antes de cruzar, para comprobar que ninguna patrulla enfilaba por la calle. La zona solía estar tranquila a aquellas horas, ya que las sanguijuelas que se hacían llamar turistas no se acercaban a lugares tan corrientes. No, esa gentuza se aprovechaba de la parte bella del Southall. Novak los despreciaba, pero cuando acabara el ritual, ellos cambiarían.

Se internó en otro callejón. El suelo estaba mojado y unas salidas de aire acondicionado escupían gotas de agua caliente al zumbar. Estaba tras un restaurante de segunda, no muy frecuentado, y algunos gatos descansaban sobre unas cajas espesando la cena: las sobras que le echaban con falsa compasión. Cuanto se parecían a su pueblo...

Novak no tenía tiempo. Le costaba moverse por el cansancio y sudaba como un cerdo. Bajó unos escalones a trompicones hasta que el callejón giró bruscamente. La única luz era de una farola solitaria que a duras penas bañaba las losas con su resplandor pútrido. Tras otras escaleras mugrosas, estaba su billete de salida.

Una camioneta azul tapaba la salida. La silueta de la mujer que conducía apenas era visible. Novak saltó por los escalones hasta llegar a su altura. El brillo anaranjado que despedía la farola se reprodujo en sus ojos negros. Apoyó la mano sobre la ventanilla bajada; mas por apoyarse en algo mientras recuperaba el aliento que por adoptar una postura cómoda. Casi se dejó caer.

El humo del cigarrillo le molesto, pero tras las volutas de humo se atisbaban los ojos de la mujer iluminados por la punta incandescente.

-La policía entró en mi casa -explicó, despacio, entre bocanada y bocanada-. He conseguido escapar, pero por poco. Apareció ese agente, el hermano de la bruja blanca...

Levantó el brazo para mostrarle como se había doblado de manera inhumana. La mujer lo observó y, tras una profunda calada, dijo:

-Deberías hacerte un torniquete. Eso si no quieres desangrarte.

-Todavía hay tiempo -Novak miró en derredor con preocupación. No era un lugar seguro-. Tenemos que ir a un sitio.

-¿Para qué? No, te llevaré a mi casa para curarte eso. Tiene mas aspecto.

-Da igual. Tenemos que ir ahora.

-¿No puede esperar?

-¿Acaso algo así puede esperar?

La mujer se lo pensó unos instantes. El cigarrillo estaba a punto de consumirse.

-Está bien. Sube, pero hazte un hueco en el remolque y esconderte. Recuerda que te buscan todos.

Novak saltó al remolque. La camioneta botó bajo su peso y estuvo a punto de perder el equilibrio. Se agachó para acurrucarse junto a un armario vacío. Alargó el brazo y se tapó con una tela negra. Le cubría el cuerpo entero, era perfecta.

El viejo motor arrancó con esfuerzo y un sonido quejumbroso y la camioneta se perdió en la noche.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now