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   Se precipitó de las nubes oníricas que lo tenían preso para caer en la cruda verdad. La imagen de un cráneo reventándose con un crujido se había repetido en sus sueños infinidad de veces. EL reguero de sangre salpicando la pared también. Pero la imagen del niño levantando la cabeza después de muerto para la mirarle y decir...

Plock se contrajo de sus sueños. Cuando llegó a ser algo consciente de lo que pasaba, ya estaba incorporado en la cama.

-Ansel.

Una mujer le llamaba desde la puerta de su habitación.

Con el corazón en la mano, se frotó los ojos y vio a Marly, la enfermera personal de su madre. Estaba apoyada en la puerta mirándole. Plock se aplastó contra la pared para que no viera su espalda.

-Tienes visita -dijo ella con un tono seco. Parecía cansada-. Está en el salón.

Y desapareció por la puerta sin que pudiera preguntarle de quien se trataba.

Plock estiró el brazo para hacerse con una camiseta gris. Llevaba los mismos pantalones que el día anterior, ya que apenas se había quitado antes de caer rendido en la cama. Sin embargo, apenas había tenido un par de pesadas horas de sueño, perseguido siempre por la imagen de la tarde anterior.

Salió al salón y el olor a café y tostadas le dio la bienvenida al mundo. Se puso tenso en un segundo. Su madre, con una bandeja y un tazó de leche delante, observaba con la inquietud de un niño la televisión. Un reportero hablaba a cámara con una sonrisa y contaba como un arriesgado samaritano había salvado a una camada de gatitos encerrados en una caja de ser arrollados en las vías del tren. Enternecedor, pensó con asco.

Marly estaba en la cocina, tomando un zumo de bote mientras veía algo en su móvil. En medio de la salita, en una mesa circular, Beatrice tecleaba en un portátil negro a una velocidad de vértigo. Parecía algo cansada, per extrañamente enérgica. Se había servido un café que ya casi había terminado.

Plock se sorprendió al ver que el tono de piel de la joven se había oscurecido ligeramente. Le restaba algo de amenaza a su aspecto fantasmal, pero seguía siendo bastante pálida.

Al ver que algo se movía, la joven levantó la mirada para encontrarse con Ansel.

-Ven, siéntate -dijo con voz animada-. Esta noche ha sido productiva.

Ansel se dejó caer en la silla. Estaba agotado.

-Creo que la mía no. Me la he pasado despierto.

Esperaba algo de conversación, lo necesitaba, pero Beatrice no le escuchaba. Miraba a la pantalla. Ansel se fijó que en la silla de su lado, sobre una mochila negra, descansaba una bata de médico.

-¿Qué es eso? -preguntó para romper el sonido de las teclas y el murmullo del televisor.

-Tempo al tempo -Beatrice giró el portátil hacia él-. He estado investigando las escarificaciones en el cuerpo de Armello. Mira

Plock se encontró con el rostro de un hombre con los ojos algo rasgados. Miraba a cámara y se le vía hasta la cintura. Sobre su pecho, un montón de rasgones en carne viva formaban un dibujo sin sentido, pero extrañamente organizado como la gruesa piel de un animal. Las heridas ya estaban cicatrizadas, como unas líneas costrosas mas claras.

-Es un guerrero de la tribu Sepik, en Nueva Guinea -explicó Beatrice-. Los sepik tienen un ritual por el que pasan los hombres de la tribu para considerarse en adultos. Muchos de ellos mueren en la prueba, pero el resto son admirados por las escarificaciones.

Huesos para Adhira Where stories live. Discover now